Cada vez que se toca el tema de la locura de los gastos militares, pidiendo su reducción, siempre hay alguno que salta invocando los compromisos internacionales, la situación concreta que “desgraciadamente” impone recurrir a la guerra y otros motivos parecidos que terminan criticando esta idea por utópica. El tono siempre es autosuficiente e irónicamente compasivo respecto de los ingenuos soñadores, idealistas que se obstinan en ignorar la dura realidad de los hechos.

Y sin embargo tantas cosas que hoy nos parecen monstruosas o ridículas – la esclavitud, la tierra plana, los reyes por derecho divino, la inferioridad de las mujeres – eran aceptadas como normales y quienes las discutían recibían el mismo tratamiento que hoy se reserva a los que se oponen a la lógica de las armas y de la guerra. Es más, a menudo el costo de la rebelión en el pasado era terrible y podía implicar el encarcelamiento, el exilio, la tortura e incluso la muerte.

El contrate entre realidad y utopía, entre dos opciones contrapuestas – aceptación de las condiciones establecidas o rebelión en nombre de los valores e ideales nuevos y de un mundo que todavía está por ser construido – ha atravesado toda la historia humana. Cuando ha prevalecido la primera elección todo se ha detenido en la resignación y en el oscurantismo, cuando se ha impuesto la segunda se han dado los cambios culturales, espirituales, sociales y políticos de gran envergadura.

En general “lo que existe” se contrapone a “lo que debería existir” y la distancia aparentemente inalcanzable entre los dos términos se usa para apoyar con fuerza a lo primero y definir a la segunda opción como una utopía irrealizable, o bien provoca un sentimiento de descorazonamiento e impotencia en quienes ven demasiado lejano el cumplimiento de sus ideales. Este planteo debería ser revisado radicalmente, contraponiendo “lo que es” a “lo que todavía no es”, pero que tarde o temprano terminará siendo y se producirá. Cierto, este cambio no sucederá por sí solo, de manera mecánica, sino como ya ha sucedido tantas veces en la historia será fruto de la discusión con lo establecido y con lo generalmente aceptado en un momento dado, del compromiso, del ingenio, de la esperanza, de coraje, de la bondad y de la compasión que han hecho avanzar a la humanidad y que seguramente a futuro impulsarán nuevos cambios.

Si los consideramos así, tantas cuestiones aparentemente complejas se hacen simples: se trata de definir los pasos intermedios para llegar al objetivo fijado, pero volviendo al tema inicial, un mondo sin guerras y sin armas ya no es un sueño irrealizable porque se va conviertiendo en una posibilidad concreta, que depende de nuestros esfuerzos, de nuestra creatividad y de la confianza que tengamos en la humanidad y su futuro.