Por Stephen Leahy, enviado especial

En Qatar, un notorio país petrolero, se abre una nueva cumbre climática que debe adoptar objetivos medibles para mantener el calentamiento bajo control.

Las negociaciones climáticas de la Organización de las Naciones Unidas pueden energizar la búsqueda de solución al recalentamiento planetario que, según el Banco Mundial, sigue avanzando y puede llegar a cuatro grados para 2100.

Así lo establece el estudio «Reducir el calor: Por qué se debe evitar un aumento de 4°C de la temperatura mundial», presentado el 19 de este mes y elaborado para el Banco Mundial por el Potsdam Institute for Climate Impact Research y por Climate Analytics.

Pero la 18 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 18), que comienza este lunes 26 en la capital de Qatar, se ha vuelto extremadamente compleja.

Los 194 estados parte de la Convención están de acuerdo en fijar un objetivo de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para evitar que el aumento de la temperatura media mundial supere los dos grados y nos aproximemos a un cambio climático catastrófico.

Esa meta es fácil de entender, pero la forma de alcanzarla ha sido objeto de intensas negociaciones durante muchos años, dijo Jennifer Morgan, directora del Programa de Clima y Energía del Instituto de Recursos Mundiales, una organización no gubernamental con sede en Washington.

El año pasado, en la COP 17 de Durban, se requirieron días extraordinarios de negociaciones para que los países finalmente acordaran una nueva ronda de discusiones para crear un tratado internacional legalmente vinculante.

Ese pacto exigirá que todos los países adopten recortes de sus emisiones de dióxido de carbono para 2015 con el fin de cumplir el objetivo de no superar los dos grados. Se espera que esto se ratifique y entre en vigor en 2020.

«Nadie sabe cómo será ese nuevo acuerdo. ¿Se presentarán los países en Doha con la voluntad de crear un plan de trabajo sólido?», comentó Morgan a Tierramérica en el marco de una conferencia de prensa.

Para 2015 faltan menos de tres años. El Protocolo de Kyoto, que obliga a los países industrializados a reducir sus emisiones, se negoció en menos de tres años y se firmó en 1997. Pero llevó ocho años, hasta 2005, conseguir las ratificaciones necesarias para que entrara en vigor. Y países clave, como Estados Unidos, retiraron su firma.

Una de las principales cuestiones en Doha será la «ambición», dijo Morgan, en referencia a los volúmenes de reducción de gases que los gobiernos estén dispuestos a asumir.

La ciencia climática muestra que, para que el calentamiento no supere los dos grados, las emisiones mundiales de gases invernadero deben empezar a decaer en 2020.

Con ese fin, las naciones industriales deben abatir sus emisiones entre 25 y 40 por ciento por debajo de las que tenían en 1990.

Estados Unidos se comprometió a una reducción de tres por ciento respecto de 1990. Gran Bretaña va rumbo a una disminución de 34 por ciento y ya logró 18 por ciento.

«Esperamos que Estados Unidos lleve a Doha una nueva estrategia, más ambiciosa», dijo Morgan.

Los actuales compromisos distan mucho de lo que se necesita, dijo Bill Hare, presidente y director gerente de Climate Analytics, una organización sin fines de lucro que se dedica a la asesoría climática y tiene su sede en Berlín.

Los países deben encontrar la manera de reducir entre 9.000 millones y 11.000 millones de toneladas de dióxido de carbono para 2020, o habrá que olvidarse de los dos grados, dijo Hare a Tierramérica.

Se está ampliando la «brecha de emisiones», entre los recortes comprometidos y los que se necesitan para mantener el clima bajo control, según nuevos datos divulgados por el Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y la organización de Hare.

«La brecha sigue ampliándose… y eso hace cada vez más difícil y costoso sostenerse debajo de dos grados», planteó.

Después de la quema de combustibles fósiles, la deforestación es la segunda mayor fuente de emisiones de carbono.

Para incentivar financieramente a que los países en desarrollo reduzcan la deforestación, en la COP 18 también se negociará el controvertido programa REDD+ (Reducción de Emisiones de Carbono Causadas por la Deforestación y la Degradación de los Bosques).

Los bosques valen mucho más que como depósitos de carbono, advierte la primera evaluación científica exhaustiva de REDD+ y de sus posibles impactos sobre la biodiversidad y los medios de vida de las poblaciones locales.

Conservar la diversidad biológica y el sustento humano es esencial si queremos que este programa funcione, señala el informe «Understanding Relationships Between Biodiversity, Carbon, Forests and People: The Key to Achieving REDD+ Objectives. A Global Assessment Report» (Entendiendo las relaciones entre biodiversidad, carbono, bosques y población: La clave para lograr los objetivos REDD+. Una evaluación mundial).

La Unión Internacional de Organizaciones de Investigación Forestal divulgó un avance de ese informe antes de la reunión de Doha, donde se presentará el texto completo.

«Los bosques, que están menguando rápidamente, no son solo depósitos de carbono. Brindan una amplia gama de bienes y servicios ambientales que la gente necesita», dijo a Tierramérica el coautor del informe, John Parrotta, científico del Servicio Forestal de Estados Unidos.

Por ejemplo, suministran agua limpia, evitan inundaciones, aportan alimentos y hábitat para los seres humanos y muchas otras criaturas, como las abejas, que cumplen servicios valiosos como la polinización.

La deforestación engulle cada año un área equivalente a la de Grecia (13 millones de hectáreas), y está pautada principalmente por el avance de la agricultura y por las industrias madereras. REDD+ es un intento de revertir esa tendencia, creando valor financiero para el carbono almacenado en los bosques.

A medida que crecen, los vegetales toman dióxido de carbono de la atmósfera y lo almacenan por el resto de sus vidas. En vez de talar los árboles y vender la madera, el carbono sólido alojado en árboles vivos puede venderse bajo la forma de «créditos de carbono» en un mercado abierto.

Entonces, una industria de acero o cemento de Estados Unidos o de un país europeo puede comprar esos créditos en lugar de reducir sus emisiones de gases invernadero. El precio actual ronda 10 dólares por tonelada.

Como cualquier otro mercado, el del carbono demanda verificar cuánto carbono hay en un bosque y cuánto permanecerá allí a lo largo de 40, 60 u 80 años. Este procedimiento es demasiado complejo y costoso.

Quienes compran los créditos de carbono también quieren acuerdos contractuales con los dueños del bosque para garantizar que el carbono quede en el bosque, lo que puede impedir que varias generaciones de poblaciones locales usen ese recurso para alimentarse, arreglar un techo o incluso cazar.

Aunque REDD+ puede proteger los bosques y ser una fuente de ganancias anuales para la población local, llevarlo a la práctica en forma correcta es muy complicado y queda mucho por hacer, dijo Parrotta. «Es difícil vislumbrar muchos avances en Doha».

* Este artículo fue publicado originalmente el 24 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.