Durante mucho tiempo, los poderosos de turno en la tierra, ordenaron el planeta y trazaron los mapas ubicando a sus territorios en el centro mismo del planisferio. Así, nos dieron una idea de su emplazamiento mental, sus ambiciones y, sobre todo, del rol que le cabía al resto del mundo. Desde ese punto de vista «descubrieron» para ellos otros territorios y de derecha a izquierda como un abanico de cartas a elegir, se desplegaron para saciar su modelo de progreso, el capitalismo, Asia, Africa y América. Durante siglos los pueblos de esa «periferia» cartográfica fueron subyugados para cumplir con un destino tan pequeño como ajeno, y que tampoco era la felicidad de otros pueblos.

Toda acción política, actual o futura, que se considere válida no puede desentenderse de estos hechos.

A instancias de la ley de ciclos y al finalizar el milenio, las luchas sociales de varias generaciones, urgidas por la propia necesidad más que por otra cosa, acumularon tal fuerza que, en el momento en que imperan las circunstancias, una serie de cambios en esa relación “centro-periferia” se precipitaron. Tal es el caso de América del Sur, donde el protagonismo de varios de sus países en la escena mundial se ha incrementado notablemente, más aún si se presentan como bloque regional y, a diferencia de momentos anteriores, ejerciendo la plena potestad sobre sus riquezas y potencial en materia de producción alimentaria, reservas energéticas y acuíferas, biodiversidad, extensión territorial y baja contaminación. Una situación que los convierte en influyentes actores del momento, actores que no es fácil dejar de lado a la hora de los acuerdos internacionales. Por otra parte, este protagonismo no se afirma en ningún poder militar, ni se sostiene por medio de invasiones, ni a través de relaciones económicas de rapiña o desventaja para otros, mucho menos a partir de cruzadas religiosas o imposiciones culturales. Nada de eso, todo lo contrario, los gobiernos actuales de Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Brasil y Uruguay, que encabezan la avanzada suramericana, piden un mundo multipolar, buscan -en la práctica- llevar adelante relaciones de paridad, descartan las guerras como metodología y promueven el cuidado del medio ambiente (algunos incorporaron ambas aspiraciones en sus constituciones), proponen otros modelos de progreso y de vida, creen en una economía productiva al tiempo que denuncian la especulación del capital financiero como responsable de la crisis actual, ponen a la salud y la educación del Pueblo como prioridad y por eso hacen intervenir al Estado activamente en todas las políticas públicas.

Todos esos gobiernos detentan el poder (una aspiración humanista) gracias a elecciones libres, democráticas y supervisadas externamente, como en el caso de Venezuela. Así, las mayorías legitiman a sus representantes en recíproca retribución a esos saludables beneficios que antes les estaban vedados. Simultáneamente, se ejerce la defensa de la soberanía frente la intromisión de políticas y países externos, ajenos a la voluntad electora del pueblo y a sus intereses.

Seguramente que los humanistas no somos responsables de este proceso mecánico de superación de lo viejo por lo nuevo. Por supuesto que no, pero en este contexto ¿dónde estaremos ubicados los humanistas? Está muy claro, entonces, cuál es la posición del PHI respecto del proceso latinoamericano y fue en esa línea que apoyó decididamente al presidente de Venezuela en las recientes elecciones de octubre. Y ¿cuál será la reacción de los futuros antiguos poderosos de la humanidad? ¿Cuál será la reacción de los des-privilegiados? Sin duda será la de los que tienen dificultad para adaptarse a lo nuevo -sobre todo si son de los que cumplen con la función de agentes retardatarios-, dificultad para avenirse a las relaciones de igualdad, dificultad para ver pares y no subordinados. Y ¿cuáles serán sus argumentos para impedir el desarrollo de estos acontecimientos? No serán los datos de la realidad, por cierto que no, porque la realidad es justamente lo que se les va de las manos. Serán secundariedades desviatorias, se criticará lo nuevo a partir de difusas sugestiones y no de resultados concretos, se discurrirá sobre las objeciones a la cáscara de ese fruto que ya está en boca de todos. Intentarán contradecir la experiencia de todos y cada uno por medio de ilusiones y artilugios. Todo desde ese pensamiento único y paternalista, que siempre evalúa los –supuestos- “buenos modales”. Un espejo en el que cada vez menos desean mirarse.

Cómo se explica, entonces, que se trate de hacer creer que en esta región del mundo, que no tiene ejércitos ocupando otros territorios y firmante del Tratado de Tlatelolco para la no proliferación de armas nucleares, haya países o líderes violentos que amenacen la “paz mundial” que, además, no sabemos quién está construyendo o tratando de preservar.

Sólo apartando de nuestra mirada la contaminación que ejerce esa visión del mundo, que también sustraerá significado de revolución, es que se puede comprender como estos cambios de situación, experimentados por grandes conjuntos humanos, perfectamente se incluyen en los postulados de la Revolución Humanista expuesta por Silo. Constituyen momentos humanistas, momentos de avance, momentos de un proceso netamente positivo en términos de dirección. Y, si hubiera algo que corregir, es atribución de la Revolución la manera y momento en que se resuelve. Para participar y opinar hay que elegir primero si quiere estar dentro y asumir el compromiso.

Sean como fueren todas estas circunstancias que no hemos elegido y a las que hemos sido arrojados como individuos, en uno u otro lugar, sería un paso necesario de nuestro camino hacia la confluencia hacia la Nación Humana Universal equivocarse y aún fracasar. Pero lo que no debemos permitir es que gane la claudicación  de tomar posición y decidir priorizando que las cosas no se «desordenen» o con la precaución de no «quedar pegados» (expuestos) con algo «mal visto» (desaprobado por lo establecido) o con el temor de que la «opinión pública» (es decir, publicada) se ofenda. Afortunadamente, ese terreno, el de la subjetividad, es el terreno del Humanismo que lucha cada día contra todos esos temores infundados, esclareciendo sobre la manipulación que padecen todavía muchas personas, sobre la necesidad de libertad para los pueblos, de respeto por su diversidad, su multiplicidad y su autonomía como garantía de futuro abierto y posibilitario.

No por casualidad ocurre que en varios países se están «manoteando» (tomando sin permiso) el nombre del Humanismo y sus ideas (Argentina es un ejemplo y en forma desembozada), ya que es perfectamente razonable que el Sistema busque en ese plagio una brisa de aire fresco para resucitar de su decadencia y sostener su imperio.

Pero la historia del Humanismo es la historia del fracaso, la historia de Silo, su inspirador, siempre demonizado, falsificado, silenciado y también encarcelado. Y es también la historia del intento, que sobrevuela el profundo desaliento y los caminos aparentemente cerrados. Los humanistas no creemos en los valores que sostienen los poderosos, por eso su crítica no nos hace mella. Tampoco nos inquietan sus amenazas de desastre, porque justamente esperamos la desestabilización de un Sistema que no da respuestas y en el que no puede ocurrir algo peor. Mientras, trabajamos para una Revolución que abarca también nuestra individualidad y aspiramos a un futuro mucho mejor para el ser humano y que no puede medirse sólo en términos materiales.

Damián Würschmidt
19/10/12

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