Se trata de ministros, políticos, analistas, economistas, banqueros, accionistas, empresarios,
sociólogos y tecnócratas de todo tipo que forman un conjunto de “formadores de opinión” cuya característica
común, es que son “aceptables”, para los medios de prensa masivos, que en nuestro país son pocos y la
mayoría controlados. Todos estos personajes, se pasean entre nosotros y se muestran en la TV, autosatisfechos,
insípidamente mecánicos y definitivamente incompetentes.

Nuestros autóctonos señoritos satisfechos tienen la impresión propia -al dormir sobre el poder- que la vida es fácil,
sobrada, sin limitaciones trágicas; por tanto encuentran en si mismos una sensación de dominio y triunfo que les
invita a afirmarse tal cual son y a dar por completo un reducido haber moral e intelectual. Este contentamiento
les lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no
contar con los demás. Así pues, actúan como si solo ellos existieran y por tanto, intervienen en todo imponiendo
sus opiniones, sin miramientos, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de acción directa, cuyos resultados
caen una y otra vez, sobre nuestra maltratada gente.

Sin embargo y volviendo a lo que nos ocupa, el brillante ensayista también nos avisa de quienes “heredan” ciertas
condiciones y usufructúan de ellas. En nuestro caso, muchos de ellos, accedieron al poder mediante mecanismos
desconocidos e inaccesibles para la gran mayoría y se hallaron de pronto instalados en medio de prerrogativas que
fueron fundadas en los tristes años de la dictadura y reforzadas en nuestra aparente democracia.
Por ello sus discursos de “justicia social” resultan repetidos y vacíos porque en realidad están condenados a
representar los grandes intereses. Desde esa posición no pueden llegar a ser ni los otros ni ellos mismos. Se
convirtieron en pura representación o ficción de un “progreso” patético y ajeno. Por ello no están en condiciones
de crear destino y han terminado convirtiéndose en administradores de un injusto pasado, sintiéndose en cada
medida llamados a un examen corregido por encuestas hábilmente preparadas en los elegantes salones del “centro
de estudios públicos”.
Por su parte la derecha económica, hoy en el poder, embriagada por el dinero que le quita a la mayoría, mediante
un fantástico y oculto sistema de drenaje planificado y ejercitado por una horda de ingenieros del abuso,
íntimamente se solaza de tener un gobierno que les administra el país cuidando sus propios beneficios y no les
preocupa mayormente un cambio, porque no lo necesitan, al fin comparten el mismo exclusivo, gris y superficial
club: el “Club de los Señoritos Satisfechos”.