**Por Norberto Colominas**

Los remedios escasean porque el estado ha dejado de pagar las deudas de la seguridad social. Y los empleos se diluyen como agua entre los dedos.

Un país tres veces milenario –con apenas 11 millones de habitantes– no puede alimentar ni darle trabajo a un quinto de su población. Quienes tienen más de seis cuotas impagas de un crédito hipotecario o prendario pierden sus casas o sus autos. Uno de cada cuatro jóvenes menores de 30 años todavía no ha conseguido su primer empleo. Para poder jubilarse hay que esperar hasta los 70 años, aunque nadie sabe cuál será su haber cuando llegue a esa edad, si es que llega, y si quedará algo que cobrar.

Los hijos ya no se van de la casa paterna pues no tienen adonde ir. Las familias se hacinan. Tres generaciones de griegos y una cuarta en camino viven de a ocho en un espacio vital pensado para la mitad. Viajar en ómnibus es una aventura pues hay que dejar pasar dos o tres unidades para poder subir. Los taxis apenas circulan porque casi nadie los toma. Los restaurantes sólo abren al mediodía, o a la noche, según el barrio. El inevitable aumento de la inseguridad, producto de la crisis, espanta a los turistas. Las cancelaciones de reservas de hotel están a la orden del día.

El proverbio chino según el cual «toda crisis es también una oportunidad» no parece haber sido pensado para describir los padecimientos de la Grecia actual, donde, entre otras calamidades, ya no hay crédito formal ni informal y ni siquiera entre amigos se prestan dinero. Eso es el ajuste, sin afeites ni máscaras: desocupación, hambre, dolor, un futuro incierto y unos incontenibles deseos de emigrar. Pero hay que juntar el dinero necesario para el pasaje. Y no es barato porque América queda lejos; Australia también; China e India son terra incógnita.

Este es el cuadro que pinta una estupenda nota de la revista alemana «Stern». Parece haber sido escrito para conmover a las autoridades de Berlín, pero si esa fue la intención, no tendrá éxito. La troika que forman las autoridades políticas y financieras de Europa y el Fondo Monetario Internacional son inmunes al dolor humano.

Los griegos están tan ocupados (y pre-ocupados) en salir adelante día por día que no tienen fuerzas para imaginar otra salida a la crisis. Una que empiece por abandonar el euro, recuperar los viejos dracmas y empezar de nuevo. Aún así la desocupación, el hambre y el dolor los acompañarán por un buen tiempo, pero algún día podrán ver una luz al final del túnel.

La lección de Grecia se sobreimprime a la experiencia argentina. El país que cede la soberanía económica, entrega la autodeterminación política y no preserva la autonomía monetaria se expone a ser arrasado por los poderosos de este mundo. Por el mismo camino andan Irlanda, Portugal, España, Italia.

Los cantos de sirena atormentaban a los marinos griegos en épocas de Homero. Esos mismos embelesos llevaron a las autoridades de Atenas a endeudarse irresponsablemente, sin pensar en mañana. Pero mañana es hoy, ahora, y ya es tarde para atarse al palo mayor de los barcos.