«Túnez ofrece hoy al mundo entero un ramo de flores, de libertad y de dignidad», dijo.

Incluso antes de la apertura del centro, custodiado por seis militares y tres policías, unas 30 personas esperaban fuera, impacientes por votar. Son unos comicios cruciales para los tunecinos, pero también para la Primavera Árabe, ya que su éxito o fracaso enviará una señal determinante a los pueblos que se han sublevado siguiendo la estela de la revolución tunecina.

El azar quiso que estas elecciones coincidieran con el día en que Libia se dispone a proclamar su «liberación total», tres días después de la muerte de Muamar el Gadafi. Frente a los colegios electorales del barrio residencial de El Menzah, cientos de personas esperaban su turno para depositar la papeleta en la urna, al igual que en el suburbio sureño de Ben Arous.

«Es un acontecimiento. Es la primera vez de mi vida que voto. Antes no hacía ningún esfuerzo para votar, era una farsa», comentó Salima Sherif, de 48 años, delante de un centro de votación de Mutuelle-ville, cerca de Túnez.

Más de siete millones de votantes están llamados a elegir a los 217 miembros de una asamblea constituyente que redactará una nueva Constitución y designará a un gobierno provisional que gobernará hasta las próximas elecciones generales. La gran incógnita de estas elecciones es la tasa de participación ante la cantidad de candidatos para estas elecciones, las primeras en las que los resultados no se conocen de antemano.

Los electores pueden elegir entre 11.686 candidatos, repartidos en 1.517 listas, presentadas por 80 partidos e «independientes» (40%). Aunque la paridad es obligatoria, sólo un 7% de mujeres encabezan las listas. Más de 40.000 miembros de las fuerzas de seguridad velan por estas elecciones, supervisadas por observadores locales (13.000) e internacionales (más de 600).

Los tunecinos reciben su bautismo de fuego democrático. El acto de votar había perdido todo su sentido bajo la presidencia autoritaria de Habib Bourguiba, el padre de la independencia (1956), que pronto prescindió de ello. Y era una mera formalidad bajo su sucesor Zine el Abidine Ben Alí, constantemente reelegido con porcentajes inverosímiles (un 99,91% en 1994, por ejemplo).

Esta vez, como algo inédito, ha sido una instancia electoral (Isie) completamente independiente del Ejecutivo la que pilotó todo el proceso electoral, en lugar del ministerio de Interior, desacreditado por años de fraude. El sábado por la noche, el presidente de la Isie, Kamel Jendoubi, llamó a sus conciudadanos a votar masivamente, «pensando en el gran Túnez, en su futuro y en los mártires de la revolución que nos han permitido vivir este día histórico».

La inmolación de un joven vendedor ambulante el 17 de diciembre de 2010 encendió la mecha de una revolución popular sin precedentes que se propagó a todo el país. Ben Alí huyó el 14 de enero para refugiarse en Arabia Saudí. El viento de libertad de la revolución dio alas al gran partido islamista Ennahda, duramente reprimido durante el antiguo régimen y legalizado en marzo, que pronto reconstruyó sus redes.

Su jefe Rached Ghannouchi intentó tranquilizar a los más recelosos diciendo que era favorable a un islam moderado como el del partido en el poder en Turquía, el AKP, y comprometiéndose a mantener intacto el estatuto de la mujer, el más avanzado del mundo árabe. Defendió asimismo un gobierno de unidad.

Incapaces de ponerse de acuerdo para crear un frente antiislamista, los grandes partidos de la izquierda prometieron defender las libertades adquiridas durante la revolución y el estatuto de la mujer tunecina. El escrutinio de los votos comenzará en cuanto cierren los colegios electorales, a las 19h locales, y los resultados preliminares se conocerán por la noche. La Isie anunciará los definitivos el lunes por la tarde.