Grecia está en quiebra, está exánime, no podrá cumplir con
las obligaciones internacionales. Pero Grecia no cumple siquiera con las obligaciones nacionales. No cumple, tampoco, con los mínimos morales.

Un estado que no vela por el bienestar de todos es un estado
fantasma y sus medidas, de dolor invisible, atraviesan todos los muros.

¿Cuándo se empezará a juzgar los recortes como crímenes? ¿Cuándo la inmoralidad del enriquecimiento será mal visto por el común de la gente? ¿Cuándo las complicidades con las corporaciones serán condenadas y el expolio será un crimen de lesa humanidad?

Grecia está atravesando los límites, pero no son los primeros y, lamentablemente, parece que no serán los últimos. La especulación y la codicia se cobran víctimas alrededor del orbe a una velocidad de escándalo. A las hambrunas insoportables de África se suman la semiesclavitud laboral asiática, las masacres permanentes en Oriente Medio, el caos reinante en Centroamérica y
ahora el salto exponencial de las tasas de suicidio griegas.

Dejar miles de personas en la calle provoca muertos. Dejar a la gente sin asistencia médica mínima provoca muertos. Negar el futuro de las nuevas generaciones provoca muerte y destrucción, sólo basta ver los hechos ocurridos en el Reino Unido.

La deshumanización creciente ha convertido al país heleno, uno de los más plácidos de Europa en un hervidero de consternación y
desesperanza. Según el ministro griego de la Salud, han subido un 40 % las tasas de suicidio en los primeros cinco meses del año, motivado por la crisis, informaba el *Wall Street Journal*. Los teléfonos de asistencia al suicida pasaron de las cifras
históricas de 10 llamadas diarias a más de 100, en lo que va del año.

Hace unas pocas semanas, en un acto desesperado un griego se prendía fuego en Salónica a las puertas de un banco ante la imposibilidad de hacer frente a sus deudas.

En el FMI tienen claro que los planes de ajuste tienen como único freno la resistencia de las víctimas. Los políticos aprietan y
reprimen hasta que la presión estalla. ¿Cuál es el límite europeo? ¿Hasta dónde están dispuestos a tragar los griegos, los portugueses, los irlandeses, italianos o españoles? ¿Francia, Alemania y el Reino Unido cuánto están dispuestos a desmantelar y cómo serán las respuestas de sus poblaciones?

Mientras la crisis financiera ocupa todos los planos, la crisis fundamental pasa inadvertida. La ausencia total de valores, de
escrúpulos y de sentido de camaradería, hacen mella en el modo de existencia europea. Los jóvenes aborrecen a las generaciones anteriores que han destruido casi todo lo destruible y les dejan una ruina en llamas.

Algunos se han puesto el traje de bomberos e intentan encontrar el matafuego para extinguir este incendio. Hacen falta que sean
muchos más.