Disculpas, reconocimientos, promesas…todo intentó ese tirano que no podía creer lo que estaba viendo. Un pueblo que dijo basta, que desoyó el toque de queda, que hizo dudar al ejército de la legitimidad de un gobierno devenido en ilegítimo a pesar de las formalidades externas que se esmeraban (sin resultado) en mostrarlo como democrático.

El pueblo no se movía de la plaza. 18 días de reclamo, desobediencia civil, no violencia frente a la violencia anunciada y ejercida.
Nada los doblegó, no pudo ese sangriento régimen poseedor de riqueza, de armas, de poder. El pueblo fue sintiendo día a día que el verdadero poder residía en ellos. Que esa gran fuerza moral era invencible, y confió y apostó y tuvo su merecida recompensa.

Mubarak renunció, el pueblo egipcio festeja.

Cabe esperar que esa misma fuerza interior que los llevó a sostener esta lucha no violenta, los oriente en la dirección adecuada para construir el país querido y merecido. Seguramente un país pacífico, inclusivo y con igualdad de oportunidades.

Ojalá el pueblo egipcio no suelte las riendas de su destino que tanto le costó recobrar.