En primer lugar de esta reflexión, a mi ver debemos considerar el rol de la religión y de las mujeres. El opio de los pueblos convertido en anfetamina revolucionaria por una espiritualidad diferente de las nuevas generaciones, que adaptan las creencias a sus necesidades y no tienen la mirada uniformante y mesiánica de las generaciones pasadas. A eso debemos sumarle el empuje femenino, un feminismo moderno, que no busca imponer la igualdad sino que aspira a establecer una cultura igualitaria y no la hipócrita tolerancia de Occidente.

No me refiero solamente a las revueltas populares de los países árabes, si no al trasfondo que atraviesa las fronteras y se impone en todas las luchas sociales de los últimos años, de Bolivia a Rwanda, pasando por Islandia y Birmania hasta llegar a Túnez, Egipto y el resto de países contagiados por la búsqueda incontenible de libertad, basada en la esperanza firme de que es posible el cambio y con la certeza de que todos somos humanos, que todos sufrimos y que todos ansiamos superar ese sufrimiento. Seamos musulmanes, cristianos, budistas, ateos, de izquierda o de derecha.

Otra gran diferencia de este momento pasa por los medios. El llamado cuarto poder ha querido cumplir un rol más protagónico. Se ha dado el gusto de ser juez y parte de todo lo que pasa en el mundo. Son ellos los que legitiman gobiernos, guerras o hambrunas. Son ellos los que nos preocupan, nos entretienen y nos *“informan”*. Pero ese ellos que fuera tan amplio en el pasado y donde cabían muchos puntos de vista y reflexiones en la multiplicación tecnológica ha ido reduciendo su espectro ideológico. Fueron ellos los que fomentaron la muerte de las ideologías, para instalar la propia, la única, la monopólica. Un monopolio sin fronteras y que responde a los intereses armamentístas, farmacéuticos y religiosos. Quienes lucran con las armas las utilizan para imponer sus leyes, usando la democracia de cartón como fachada.

Pero de tanto idolatrar sanguinarios los pueblos se rebelan a esos medios cómplices de las mayores atrocidades jamás cometidas. Así es como sus discursos huecos se pierden entre las proclamas de la protesta social, ahora denominada *“terrorismo no violento”*, como nos relata Gene Sharp en La Vanguardia del 24 de febrero.

Es así que han cambiado el cargo de Hosni Mubarak de presidente a dictador sin mediar ningún cambio político, simplemente como adaptación al murmullo del pueblo, que ya no traga eufemismos e hipocresías interesadas. Pero se cuidan bien de no mostrarnos lo que pasa en Bahrein, un país pequeño, pero neurálgico en el Golfo Pérsico, donde están las bases norteamericanas. Un territorio más seguro y a distancia ideal de todos sus frentes de Medio Oriente. En Bahrein la policía y el ejército han sido más salvajes que en Egipto y casi tan devastadores como en Libia, sin embargo el silencio de los medios es notable.

Un profesor del Liceo Francés de El Cairo decidió acompañar al pueblo egipcio en sus exigencias antiMubarak, y lo hizo de un modo muy francés. Nicolás Sarkozy hace algunos años tuvo frente a frente a un trabajador que comenzó a increparlo y negándose a saludar al presidente del país, que no tuvo mejor idea que decirle *“Casse-toi, pauvre con”*, que podríamos traducir como *“Vete de aquí, pobre imbécil”* que fue escuchado por una buena cantidad de micrófonos cercanos. La frase se popularizó y era muy oportuna para dedicársela al ilegítimo presidente egipcio. Lo cierto es que su cartel fue visto por televisión, así que la embajada francesa decidió repatriar a este profesor que había faltado el respeto a un aliado francés de larga data mientras el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia ofrecía su ayuda al dictador saliente.

Ese tipo de dobles discursos son la punta del iceberg de la manipulación mediática y la desconfianza a ese pseudoperiodismo anima las revueltas, anima a superar las verdades establecidas, las realidades heredadas. Podríamos comenzar a hablar del fin de las verdades absolutas, dándonos la mano con el desarrollo científico y esta emancipación del pensamiento, que con esa cuota de espiritualidad de la que hablábamos al comienzo no se impone límites ni fronteras.

La globalización de los mercados puede devenir en globalización de las revueltas. China y Estados Unidos, adalides del Libre Mercado y el neocapitalismo puro y duro empiezan a tener que sofocar protestas internas.