El pasado 19 de noviembre, Obama escribió sobre por qué la foto de Ali estaba colgada detrás de su escritorio, y elogió al “Más grande” por “su excepcional capacidad frente a la adversidad para reunir una fuerza y un valor admirables, para navegar en la tormenta y nunca perder su rumbo”. Ese martes, Obama no demostró ni su valor ni su fuerza, sino uno de los peores tipos de arrogancia imperial. Lo que hizo fue imponer el derecho de Estados Unidos a entrar en un país sumamente empobrecido que (desde Alejandro Magno, pasando por la URSS y hasta el día de hoy) ha dicho bien claro a los imperios mundiales que quiere que lo dejen en paz de una puñetera vez.
Obama invocó ese martes al fantasma del 11-S y dijo: *“es fácil olvidar que cuando esta guerra comenzó, estábamos unidos — hermanados por el recuerdo reciente de un horrible ataque, y por la determinación de defender nuestra patria y los valores en los que creemos”*. Claro que no mencionó el número de afganos inocentes muertos durante los ocho años de “horribles ataques” a su patria, ni cuántos morirán en los meses venideros defendiendo su propia nación.

El 19 de noviembre, Obama elogió a Ali como “una fuerza de reconciliación y paz en todo el mundo”. El martes pasado, el ganador del Premio Nobel de la Paz se reconcilió con la guerra.

Si Mohamed Ali todavía pudiese alzar su voz, si la enfermedad de Parkinson y la demencia no nos hubiesen robado su afilada lengua…

Algunos han descrito a Ali como “el único santo estadounidense vivo”. Pero al igual que Malcolm X y Martin Luther King, ambos convertidos en sellos de correos, a Ali ya le habían extraído sus garras políticas.

Y en una época en que miles de millones van a la guerra y la cárcel, cuando el 50% de los niños tendrá que alimentarse de vales canjeables el próximo año, Ali, el icono inofensivo, es un lujo que no nos podemos permitir. Puede que Mohamed Ali se haya quedado sin voz, pero creo que nos equivocaríamos si intentásemos adivinar qué habría dicho el Campeón sobre la guerra de Obama. Podemos adivinarlo sin miedo a equivocarnos porque lo dijo perfectamente claro hace cuatro décadas:
*“¿Por qué me tienen que pedir que me ponga un uniforme y me vaya a más de 15.000 km de casa a tirar bombas y balas sobre gente de piel oscura en Vietnam cuando, en Louisville, se trata como perros y se niegan los derechos humanos más fundamentales a los llamados “negros”? No, no pienso irme a más de 15.000 km de casa a ayudar a asesinar y quemar otra pobre nación solamente para continuar permitiendo que los negreros blancos dominen a los pueblos de piel más oscura en todo el planeta. Ha llegado el momento de acabar con dichas perversidades. Me han advertido que tomar esta postura me costará millones de dólares. Pero ya lo he dicho una vez y lo repito. El verdadero enemigo de mi pueblo está aquí… Si creyese que la guerra iba a traer libertad e igualdad a 22 millones de personas de entre mi gente, no tendrían que reclutarme, me alistaría mañana mismo. No tengo nada que perder por defender mis creencias. ¿Qué me importa si voy a la cárcel? Llevo en prisión 400 años”*.

Cambiemos Vietnam por Afganistán y tendremos un mensaje que Barack Obama y nuestras tropas necesitan escuchar. Aunque no deberíamos esperar que algún famoso o algún atleta haga estas declaraciones por nosotros. Puede que Mohamed Ali contribuyese a lo que pasó en los 60, pero aquellos años de resistencia también contribuyeron a lo que pasó en él. Es necesario que reconstruyamos el movimiento contra la guerra. Es necesario que revivamos al verdadero Mohamed Ali para inspirar a los objetores militares del futuro. Hemos de reivindicar a Ali ante los belicistas que utilizan su imagen para vender una guerra que creará más huérfanos que paz. Esta es la lucha de nuestras vidas y, al otro lado de las barricadas, tenemos al Presidente de los Estados Unidos con su premio Nobel. Barack Obama puede contar con el apoyo de los medios aduladores, los generales llenos de adoración, el Comité Nacional Republicano (RNC) y los apologistas liberales. Pero no se puede apropiar del Campeón. Descuelgue ese póster de su pared, Sr. Presidente. Se le han revocado sus privilegios relativos a Ali.

Dave Zirin es el autor de *»A People’s History of Sports in the United States»* (The New Press).
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Traducción: Elena Sepúlveda