Por Oleg Yasinky

Una vez, ya hace tiempo, trabajando con turistas, teníamos que organizar un vuelo a una isla en el Pacífico. Los pilotos explicaron que para obtener permiso para el despegue, primero hay que tener la confirmación del aterrizaje exitoso del avión que salió antes, ya que en caso de cualquier accidente en la pista, un segundo avión rumbo a la isla simplemente no tendrá donde aterrizar, ya que pasando el punto de no retorno,  por la distancia y reserva de combustible, este avión no tendría opciones. Me acuerdo que me impresionó este concepto del punto de no retorno, que escuché por primera vez. También me pregunté si es aplicable este término para la historia de las sociedades. Después de los últimos acontecimientos en mi país, Ucrania, me acordé de eso y me hice la misma pregunta.

 

Después del trágico y fulminante derrumbe de la Unión Soviética, Ucrania, su segunda república después de Rusia, por nivel de desarrollo y número de población, entró en el turbulento periodo de su historia independiente. A pesar de un sin número de problemas económicos y políticos, a diferencia de sus vecinos, Ucrania se mantuvo este cuarto de siglo con una envidiable paz social y mis compatriotas me repitieron varias veces ese narcisista y seductor mito de “lo pacífico” del “carácter nacional” de los pueblos de Ucrania, tan diferente de los otros, donde están desde los bosnios hasta los chechenos, capaces de tanta barbarie.

 

A partir de mediados de enero del presente año, nadie más creerá en este cuento. Se derramó sangre. Desde la liberación de Kiev de la ocupación nazi en 1944 la capital ucraniana no vio este tipo de escenas. Los principales medios del mundo mostraron Kiev en llamas, miles de manifestantes, policías, armas, banderas y otros elementos noticiosos, como siempre casi sin contexto, adormeciendo al espectador con su eterno cuento de la lucha del bien contra el mal y de la democracia contra el totalitarismo.

 

Sin duda estamos frente a un fenómeno que todavía no logramos entender por completo.

 

En el territorio de Ucrania hoy se enfrentan dos grandes depredadores: el capital occidental y el capital ruso, donde los oligarcas ucranianos como chacales siempre estarán detrás y siempre apostarán por el más fuerte.

 

En el futuro seguramente se escribirán varios libros sobre el trabajo de los servicios secretos extranjeros en Ucrania de principios del siglo XXI. De esos temas ya hablan y hablarán mucho, cambiando el énfasis según la óptica ideológica. Tocaremos otro tema, por ahora menos mediático: las verdaderas y más profundas causas del descontento popular en Ucrania. Algo sucedió en este país, todavía ayer tan pacifico y tolerante, que ahora en su desesperación busca un cambio urgente, sin elegir los medios ni las fuerzas que hoy prometen asegurarlo.

 

Las protestas, cada vez más violentas, contra un gobierno de derecha, cada vez más violento, son encabezadas por grupos de ultraderecha también cada vez más violentos. Lamentablemente esta ultraderecha ahora tiene cada vez más aceptación social. Esto pasa porque la ultraderecha actúa contra un gobierno corrupto que perdió su legitimidad frente a la mayoría de los ucranianos, mientras otra derecha, ya la tercera de las derechas, la de oposición democrática, la de los cuentos europeos y llantos por Yulia Timoshenko (temas y nombres hoy día ya olvidados), no tuvo valor ni capacidad para encabezar las protestas populares. Así que mejorando los cálculos anteriores, esta guerra interna ucraniana ya no es entre dos sino entre tres de las derechas.

 

Uno de los periodistas ucranianos comparó el rol de la ultraderecha nacionalista ucraniana en la actual lucha contra el gobierno con el rol de los integristas musulmanes en la “Primavera Árabe”. Tomando en cuenta la enorme diferencia cultural e histórica entre estos dos casos, igual me parece una comparación interesante y como fenómeno digna de un estudio más profundo.

 

Criticando o defendiendo al partido fascista ucraniano “Svoboda”, los medios normalmente ignoran el hecho que hace unos 4 años, este partido era un grupito de fanáticos y tuvo un apoyo electoral del 0,12%. Al ganar la elección presidencial, el actual mandatario del país Víctor Yanukovich, pensando en su futura reelección optó por dar luz verde a Svoboda y a su propaganda, porque según su cálculo, el podía ser reelecto sólo si su futuro rival fuese un siniestro candidato fascista. En las elecciones parlamentarias del 2012 “Svoboda” logró un 10,44% de los votos y hasta ahora duplicó o triplicó el número de sus partidarios. El nivel de aprobación del presidente Yanukovich está cerca de un 12,6%. Si los comicios fueran hoy, con toda seguridad Víctor Yanukovich perdería frente a un candidato nazi. Entre otras cosas, lo anterior es una prueba más de la destrucción de la memoria histórica del pueblo ucraniano. Recordemos que en la Segunda Guerra Mundial, que para nuestro pueblo fue La Gran Guerra Patria, murió uno de cada seis habitantes ucranianos. Mis felicitaciones a los nuevos medios de comunicación: libres, entretenidos, democráticos y anticomunistas.

 

Las típicas frases que suenan en las calles de Kiev: “No son fascistas, son nacionalistas no más”. Otros reflexionan: “Mejor los fascistas que los bandidos”. Una de las características de esta extraña postmodernidad neoliberal es el rápido retroceso mental donde confundimos la patria con las banderitas.

 

Para imaginar el fondo social del drama ucraniano, tomemos en cuenta que los precios al consumidor en el país son similares a los de Europa Central y la jubilación mínima es de USD 100 al mes y la media es de unos USD 170 al mes, las que se pagan a veces con mucho retraso. Las jubilaciones que se pagan sin retrasos son las de los ex diputados. Respecto a ellos, las jubilaciones pueden llegar hasta los USD 15 294 mensual. La familia del presidente Yanukovich, como antes la de Somoza en Nicaragua, controla gran parte de la economía del país y su hijo Aleksandr es la quinta persona más rica de Ucrania, quien empezó sus negocios hace unos años arrendando al gobierno los helicópteros recién privatizados.

 

En Ucrania se habla bastante de su actual presidente, que cuando era joven fue un asaltante y estuvo preso por robos con violencia. En realidad el joven Víctor Yanukovich, quien fue criado por su abuela, vivía en los suburbios de un pueblito minero, a la edad de 17 años fue condenado a 1,5 años de cárcel por integrar una pandilla que robaba los gorros de piel a los transeúntes. Pero en comparación con las fábricas, tierras, palacios y millonarias sumas de dinero del estado robados por tantos políticos ucranianos, los tiernos recuerdos de la adolescencia de su presidente son un chiste que no merece la atención, aunque los medios afirmen lo contrario.

 

Respecto al extraño “sueño europeo” de los ucranianos. Hace medio año estuve en Ucrania Occidental, la cuna del actual nacionalismo. Visité pueblos fantasmas, todos sus habitantes se fueron a trabajar a Europa Occidental o a Rusia. Obreros, choferes, pilotos, empleadas domesticas y prostitutas ucranianas siguen invadiendo mercados de empleos formales e informales de Europa y el mundo. Mientas muchos latinos empiezan a regresar desde Europa en crisis a sus países de origen, los ucranianos siguen saliendo. En comparación con las realidades de Ucrania, Europa incluso en crisis para ellos sigue siendo casi un paraíso. No hay comparación, dicen. Una mujer en un pueblito cerca de Lvov, que tiene a sus cuatro hijos y dos nietos entre Polonia e Italia, me explicaba: si pudiéramos ganar aquí trabajando en lo que sea por lo menos unos USD 150 al mes, nadie se iría de Ucrania. Para salir del país hacia el Oeste, los ucranianos necesitan visas. Las visas al paraíso europeo no se las entregan a todos. Esta es la razón del misterioso deseo de ser miembros de la UE para muchos ucranianos.

 

¿Qué pasa con la izquierda ucraniana? Casi nada, porque casi no existe. El Partido Comunista de Ucrania, que hasta la semana pasada fue aliado del gobierno derechista de Yanukovich, ahora siguiendo su instinto oportunista “se indignó con la represión” y “rompió con el régimen”. A veces pienso que la última izquierda verdadera del país fue aniquilada en los campos de concentración de Stalin. Los pequeños grupitos deizquierda ucraniana, más individuos que organizaciones, están totalmente sobrepasados por la magnitud de los actuales acontecimientos. Frente a estos hechos están divididos, unos optan por “estar con el pueblo” y “primero acabar con el régimen y luego ver qué se puede hacer”, otros dicen que “esta guerra no es nuestra” y que la derrota del actual gobierno conducirá al país a una dictadura mucho peor. Ambas posturas son honestas y reconozco sentirme esquizofrénicamente dividido, dando la razón a las dos y observando cómodamente desde lejos.

 

A la microscópica izquierda ucraniana que critica al pueblo por seguir a las derechas quiero recomendar que relea este poema llamado “Solución” de un gran alemán y gran comunista Bertolt Brecht:“Después del levantamiento del 17 de junio el Secretario de la Unión de Escritores distribuyó panfletos en la StalinAlle declarando que el pueblo había roto la confianza del gobierno y sólo la podría recuperar redoblando esfuerzos. ¿No sería más fácil para el gobierno en este caso disolver el pueblo y elegir otro?”

 

Muchos en Ucrania hablan de la“dictadura fascista” de Yanukovich y cuando tratan de explicar la situación a los latinoamericanos, lo definen como “Pinochet ucraniano”. Sin sentir nada positivo hacia el personaje, afirmo que una verdadera dictadura es otra cosa y significa niveles de represión y bestialidad absolutamente diferentes, que ojala jamás conozcan los ciudadanos de Ucrania.

 

Mi amigo Andrei Manchuk, una persona muy honesta y además uno de los pocos periodistas ucranianos de izquierda, con toda la seguridad afirma que Víctor Yanukovich, sin duda es un ladrón y delincuente, pero idiota no es y jamás habría ordenado torturas y asesinatos de los opositores, porque realmente no le conviene. Andrei dice que Yanukovich es un adversario débil e indeciso y que su gobierno no cayó hace un mes sólo porque la “oposición” busca el poder pero no quiere hacerse cargo de nada en un país saqueado y colapsado. Los únicos que no tienen miedo son los neonazi.

 

Varios analistas ucranianos afirman que por la misma razón de la debilidad y un general rechazo ciudadano a Yanukovich, que de ser la solución se convirtió en un problema, Putin, varios oligarcas ucranianos y otros actores ya optaron por deshacerse de él y reemplazarlo por alguien más hábil y carismático.

 

Este artículo tiene una segunda parte