Latinoamérica se debate por los cambios de paradigmas. Se ha pasado de la democracia y las constituciones que disponen la igualdad de derechos y obligaciones a llevarlo a la práctica. Con mayores y menores aciertos, pero en esa dirección de inclusión y de conseguir igualdad de oportunidades.

Por fin, el continente se ha dotado de gobiernos que se preocupan por su gente. Esa preocupación nace de un voluntarismo que se acrecienta en este nuevo siglo, en el rescate de valores históricos culturales y políticos que habían quedado sepultados bajo la vorágine neoliberal del resultadismo y la cientifización de la economía, es decir, dotar a la economía el carácter de ciencia exacta y a los postulados en boga, el Friedmanismo, como leyes absolutas, naturales.

Esa pelea por extender los derechos de los ciudadanos se puede comprobar en la guerra contra el hambre que se batió en Brasil, devolviendo a los jóvenes a las escuelas, o la incorporación de cientos de miles de bolivianos al sistema previsional, en las leyes de matrimonio igualitario e identidad de género en Argentina, en la defensa de los inmigrantes ecuatorianos estafados por la banca española o la reciente despenalización del consumo de cannabis en Uruguay. Todas medidas ejemplares y no exclusivas, sino que todos estos países, junto a Venezuela, han progresado en casi todos los índices que analizan la pobreza y la desigualdad. Los accesos al trabajo y a la vivienda se han extendido en el continente. Incluso Colombia, negociando la paz con las FARC entra en una nueva dimensión continental, las intenciones positivas que todavía guarda Ollanta Humala o el despertar y quiebre del monopólico gobierno del partido Colorado en Paraguay, que significó la llegada de Fernando Lugo a la presidencia del país guaraní.

A esto hay que sumarle la recuperación de un espíritu de lucha en todo el continente, la reconstrucción de la política como motor de cambio y dejar de ser el suministrador de los gerentes de los países-empresas al servicio del Gran Poder Corporativo Global. Ese cambio, que también se ve en el desafío y la desobediencia al Gran País del Norte y a sus instituciones extorsivas (Banco Mundial, FMI, OMC, OMS, etc…).

Fuera del mundo

En todos estos países el conservadurismo y los operadores políticos de las grandes empresas denuncian este fortalecimiento de las instituciones regionales (Unasur, CELAC) como un aislamiento, “caerse fuera del mundo”. Cuando la creación de esta Patria Grande asegura la visibilidad en todo el planeta y la posibilidad de no ser meros abastecedores de materias primas y sucursales para los negocios pingües de las empresas extranjeras.

Por otro lado también existen los reclamos nacionalistas y de la izquierda clásica que reclaman, justamente, por la continuidad de las empresas extranjeras en los respectivos países y el mantenimiento del modelo extractivista, el pago de las deudas externas y los graves peligros medioambientales que  vive la región.

Aquí comienza, entonces, el desafío más interesante de descifrar.

Los países progresistas de la región tienen políticas distintas, cada uno con sus peculiaridades y contradicciones. Pero hay grandes trazos que hermanan a algunos países, tanto la Argentina como Bolivia han expropiado, nacionalizado y estatizado empresas claves para la economía del país (fondos de pensiones y jubilaciones, minas, empresas energéticas, líneas aéreas, entre otras) permitiendo una recuperación de soberanía imprescindibles.

Las deudas externas han sido saneadas en el continente, en mayor o menor medida, llegando al caso de Ecuador de auditar cada pliego de la misma. Que los presupuestos de estos países puedan destinar una mayor parte de su capital a la inversión propia y no al pago de deudas e intereses, significa liberarse de un sayo que constreñía la libertad de todos estos países.

La no aceptación de las políticas de Libre Mercado que quería imponer George Bush en la región fomentó el crecimiento de los mercados internos y los intercambios entre países, posibilitando los aumentos de producción de todos los países involucrados y un salto cualitativo de envergadura que  permite programar políticas de desarrollo a otra escala, además de combatir el desempleo.

La Pacha Mama

Evo Morales, Pepe Mujica y Rafael Correa se han hecho conocidos en el mundo entero por sus discursos en defensa del medioambiente. Mejor dicho, en un uso responsable y de complementariedad con la tierra. Este nuevo paradigma de respeto a la Pacha Mama también se ha encarnado en la beligerancia de Ecuador con Chevron por los desastres ecológicos que dejó Texaco en la Amazonía o las propuestas de desaliento de la sojización promovida por los grandes carteles agrotecnológicos que sufría la Argentina y que fueron eje de la desestabilización de la ley 125 en el año 2008.

Pero ese combate contra la destrucción del medioambiente se da conviviendo con el deterioro del entorno. La industrialización no es inocua, el ascenso social conlleva mayor consumo, más cemento, más alquitrán y el sostenimiento de ese desarrollo, de ese salto de calidad de vida o de bienestar supone mayores inversiones en infraestructuras que se sostienen con un modelo productivo que devasta el planeta.

La ecuación que se ha roto es la del “dejar hacer” al que estaban acostumbradas las empresas transnacionales y las empresas locales que contaban con la connivencia de políticos puestos por ellos mismos. Pero este combate por una “industria limpia” tiene grandes paradojas, que merecen atención, no desde el descrédito, sino desde la comprensión de estos fenómenos dentro de un escenario mayor, de las idiosincrasias propias y ajenas y de los valores morales y culturales que dominan el pensamiento epocal.

Mitologías

Pero los mitos que guiaron al continente en las décadas pasadas, ya no son tan fuertes. Los mitos nacientes tampoco se han consolidado y es loable, en ese sentido, el trabajo que hacen estos países con gobiernos progresistas para direccionar educando en nuevos territorios mitológicos que recuperen el concepto de Patria Grande, donde los héroes nacionales sean propios y no importados y donde la cultura precolombina recupere su influencia en la sociedad. Cada país, en mayor o menor medida, hace su aporte en este sentido.

Mientras tanto, todos deben gestionar estos mitos cruzados que llevan a las poblaciones a confusas contradicciones y que es imposible que no se exprese también en los gobernantes. Pero no todo lo que parece contradicción, en ese sentido, lo es.

Efecto paradojal

Gobernar un país requiere tomar decisiones hoy para reparar el pasado y para construir el futuro. El hoy se convierte en un tobogán de vértigo en el que hay que dar respuestas a reclamos, pedidos y cuestionamientos opuestos entre sí, donde hay que defender intereses de unos y de otros, buscar que prevalezca lo mejor para las mayorías, sin dañar a las minorías. O a la inversa, ponerse del lado de una minoría, aún contra la opinión general o hegemónica que quiere imponer el totalitarismo de las mayorías.

En esas se debaten Evo Morales y Álvaro García Linera en las negociaciones permanentes con los mineros para repartir las ganancias de la explotación con el resto de bolivianos, o con los pueblos originarios que se oponen al paso de una ruta indispensable para el país por su territorio. O cuando José Mujica alienta el establecimiento de productoras de papel en Uruguay, pese a no comulgar con el tipo de modelo contaminante de esa industria. El gobierno uruguayo asegura tener un control muy exigente sobre la contaminación, aunque del otro lado de la orilla del Río Uruguay, en Argentina, no está tan claro que así sea.

La Argentina sufre de déficit energético que podría solucionar explotando yacimientos no convencionales. La empresa petrolera es estatal pero tiene que buscar socios externos para poder llevar a cabo dicha explotación, ¿podrá asegurar la no destrucción del ecosistema? La intención es firme, como en el caso de la minería a cielo abierto donde se han multiplicado los controles. La paradoja reaparece cuando se tiene que optar por un ambiente fétido en las montañas o condenar, con el cierre de esas explotaciones, a que la gente de las provincias deba trasladarse a los ambientes fétidos de los suburbios de las grandes ciudades argentinas, dónde termina cayendo la gente que no tiene perspectivas de futuro en su lugar de origen. Incluso Argentina vive la controversia de pueblos originarios que reclaman el acceso a los estudios terciarios para luego oponerse a la construcción de una ciudad universitario en sus territorios.

Rafael Correa le pidió al mundo ayuda para poder sostener el crecimiento de la protección de su gente sin tener que explotar pozos petroleros que se encontraban en la selva ecuatoriana. Ante la indiferencia planetaria se vio exigido de recurrir a la explotación de esos yacimientos, – con todo el rechazo popular que significa, teniendo el antecedente de Chevron fresco en la memoria por los perjuicios sufridos -, para poder continuar con las políticas de inclusión que vive el país ecuatoriano. Brasil es dependiente de la soja para poder asegurar la victoria frente al hambre de su pueblo.

La Red contra la mano sucia de las transnacionales hace un llamamiento al fortalecimiento de las políticas de control del continente en su conjunto: “El caso Chevron debiera convertirse en referencia para que todos los países de América Latina definan una política común frente al capital extranjero, que se convierta en un componente ineludible de nuestra integración regional. Debemos terminar con el grave error que nos ha conducido a competir entre hermanos latinoamericanos para traer capitales que han sido, muchas veces, depredadores en la explotación de nuestros recursos naturales y que han atentado gravemente contra el medio ambiente y los derechos humanos”.

Los ejemplos son muchísimos en la historia e incluso en estos tiempos de cambio de prioridades gubernamentales, pero estos últimos no desacreditan las líneas matrices de este movimiento hermanado del continente sudamericano. Para fortalecer la coherencia y la dirección ascendente de este proceso se han de propiciar las condiciones aparentes y las condiciones invisibles. Se deben dar las mejoras materiales y las mejoras cognitivas, se debe poder salir de la estrechez de miras del individualismo para abrazar fervientemente el colectivismo. Pasar del vivir mejor al vivir bien y comprender que debemos trabajar mancomunados y en solidaridad permanente entre países, entre provincias, entre municipios, entre barrios, entre familias.

“Vamos lento porque vamos lejos”, dice la sabiduría popular. La aceleración de estos tiempos nos hace perder de vista la construcción que se está cimentando y que requiere de los cuidados de todos y cada uno.