Como otras veces, me siento bastante desadaptado y desenchufado del clima sicológico
que impera por estos días en Chile. Es verdad que aquí nací –y aquí vivo – pero no
puedo sentirme ni conmovido ni muy preocupado por los debates que todos los medios
tradicionales de comunicación nos retransmiten desde la Corte Internacional de La Haya y que
supuestamente solucionarán las diferencias limítrofes entre Chile y Perú. Me tengo que recordar
que de seguro será lo que están sintiendo muchos otros.

Me parece que lo que abunda en los medios son más bien sentimientos y pensamientos
de patriotismo cavernario, en momentos en que el patriotismo que creo corresponde a estos
días –y ciertamente al futuro- apunta más bien a la nación universal, o por lo menos a la nación
continental que por estos días, y luego de una larguísima espera, por fin se vislumbra en iniciativas
como Unasur o el Alba.

Pero no será fácil superar este patriotismo cavernario. He pensado seriamente –y
aprovecho de proponerlo a los cuatro vientos- que lo que debiéramos hacer en estas semanas
de alegatos y espera del fallo, es juntarnos de manera regular con hermanos peruanos, por
ejemplo en asambleas públicas en espacios simbólicos como plazas, iglesias, embajadas, centros
culturales, etc.

Todo esto con el fin de que nos vayamos conociendo mejor y viendo en que podemos
colaborar –en vez de competir- en los días venideros, que ciertamente vienen su poco
complicados, si de historia sabemos.

Entre los incidentes que tendríamos que recordar fueron los asaltos a la sede universitaria
de la FECH, por ser considerados los estudiantes antipatriotas y “agentes peruanos”. Fue con
ocasión de la conocida como Guerra de Ladislao, una guerra virtual creada por el conservador
presidente Juan Luis Sanfuentes y su Ministro de Guerra Ladislao Errázuriz, quienes el 15 de
julio de 1921 movilizaran 10 mil reservistas a la frontera norte, por una inminente nueva guerra
con Perú y Bolivia. Seis días después de la movilización, una enardecida multitud “patriótica”
asaltaría la sede de la Federación de Estudiantes de Chile, por el cuestionamiento público que los
estudiantes habían hecho de las preparaciones para la supuesta guerra. La revista Claridad, en el
primer aniversario del asalto, recordaría como sucedió:

“Después de despedir en la Estación Mapocho a los reservistas movilizados por el
Presidente Juan Luis Sanfuentes, obedeciendo única y exclusivamente a planes políticos, la
columna de manifestantes se dirigió a la Moneda, desde cuyos balcones pronunció un vibrante
discurso el honorable senador por Concepción, don Enrique Zañartu Prieto, quien manifestó,
entre otras cosas, que los enemigos no sólo estaban en el Norte sino también en el propio corazón
de la República. A los pocos instantes, a la 1 1/2 de la tarde, y con la complicidad más absoluta
de la policía, fue brutalmente saqueada nuestra casa. En el próximo mes cumplirá un año desde
que se verificaron estos delictuosos sucesos: ¡sin embargo la justicia aún tiene procesados a
los compañeros que defendieron nuestro Club e impunes a los criminales!” relataba la revista
universitaria el 9 de julio de 1921.

La misma revista, en otra edición, recuerda otro asalto a la sede estudiantil, ocurrido luego
de intentos de acercamiento con los peruanos, en épocas de discriminación y violencia contra
extranjeros.

“Cuando en 1918 se atacó por primera vez a la Federación de Estudiantes por sus
iniciativas internacionales; todo lo que habíamos hecho era procurar una vinculación entre
el pueblo del Perú y el nuestro; entre los universitarios de allá y los de aquí. Sin embargo, las
manifestaciones de patriotas perseguían algo muy distinto, ahogar entre los histerismos de un
patrioterismo ridículo, la ignominia de que en pueblos libres, democráticos, se robara y saqueara
impunemente a los nacidos en otra tierra. Y lo decimos muy en alto: lo mismo en el Perú que en
Chile, se robó, maltrató, saqueó y vejó a los ciudadanos del «enemigo».

Que sepamos no han comenzado agresiones generalizadas a los cerca de 150 mil
hermanos peruanos que viven por estos días en Chile. ¡No tendrían por cierto porqué comenzar, ni
tolerarse! Ciertamente los ciudadanos hemos avanzado en el respeto mutuo con nuestros vecinos
y en poner en su lugar los problemas limítrofes que tanto preocupan a geopolíticos y militares.
Pero habrá que estar alertas y ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

Las declaraciones recientes de los Presidentes chilenos parecen estar “poniéndose el
parche antes de la herida”, como decimos en este país al anticipar problemas. Decir que se
respetará el fallo de La Haya sólo si “es ajustado a derecho”, como dijera el Presidente Piñera, o
sólo en el caso de que no sea un “fallo salomónico”, como lo declarara el ex Presidente Frei, es
ciertamente preocupante y denota lo que podría venir en el posible caso de un fallo adverso a
Chile.

Debiésemos recordar también que Chile no tiene buena fama en el arreglo de sus
diferencias con el Perú. En una poco conocida cita, el renombrado filósofo y escritor Aldous
Huxley, en su obra El fin y los Medios, cita a Chile como ejemplo de “mala voluntad”, precisamente
en la resolución de diferencias con el Perú.

“Un ejemplo típico del modo en que la mala voluntad puede impedir que el mejor de
los mecanismos arbitrales produzca los resultados que se pretenden, lo provee la historia de la
disputa entre Chile y Perú por las provincias de Tacna y Arica..”, relata Huxley.

Recuerda la ambigüedad del tratado de Ancón, que debía resolver en manos de qué país
quedaban las provincias de Tacna y Arica.

“Los chilenos aprovecharon esa ambigüedad para diferir la realización del plebiscito
durante el tiempo suficiente para asegurarse la mayoría recurriendo a la intimidación y al
destierro de habitantes peruanos y la inmigración de chilenos…esta querella internacional
duró cuarenta y seis años… desde el principio una de las partes se negó a permitir el libre
funcionamiento del mecanismo. El mecanismo se dejó en libertad para funcionar, y al cabo de
pocos meses se presentó la solución pacífica”, termina contando el escritor.

En Perú de seguro también habrán sectores intransigentes y revanchistas en el gobierno
y la ciudadanía que, como muchos de este lado del mapa, creen que la grandeza y la seguridad
de un país se miden principalmente en la cantidad de kilómetros cuadrados que supuestamente
nos pertenecen, a pesar de que enormes extensiones de terreno y recursos naturales son en la
práctica manejados a su antojo por empresas extranjeras o por nacionales que sólo parecen tener
el nombre de tales.

Y pesar también de que la grandeza y seguridad de los países –y de las personas nos
parece también- se miden principalmente por nuestra capacidad de tener buenas relaciones con
nuestros semejantes y, porque no decirlo, por nuestra generosidad.

Así es que a conocerse más con nuestros hermanos peruanos; a planificar actividades
deportivas, culturales, intelectuales en lugares públicos y privados; a hacer intercambios reales
o virtuales con nuestros pares partidarios o gremiales del vecino país; en fin, a juntarse de mil
maneras para estrechar lazos en esta época incierta.

A lo menos, a abrazar -sinceramente y sin ninguna vergüenza- a algún hermano/a
peruano/a.