No sé si la mayoría de la gente en los Estados Unidos alguna vez supo a qué se refería Faluya. Es difícil creer que las fuerzas armadas de Estados Unidos seguirían existiendo si lo hicieran. Pero ciertamente ha sido olvidado en gran medida – un problema que podría ser remediado si todo el mundo coge una copia de El saqueo de Faluya: La historia de un pueblo, de Ross Caputi (veterano estadounidense de uno de los asedios de Faluya), Richard Hill y Donna Mulhearn.

«¡De nada por el servicio!»

Faluya era la «ciudad de las mezquitas», compuesta por entre 300.000 y 435.000 personas. Tenía una tradición de resistencia a las invasiones extranjeras, incluidas las británicas. Sufrió, como todo Iraq, las brutales sanciones impuestas por Estados Unidos en los años anteriores al ataque de 2003. Durante ese ataque, Faluya fue testigo del bombardeo de mercados abarrotados. Tras el colapso del gobierno iraquí en Bagdad, Faluya estableció su propio gobierno, evitando el saqueo y el caos que se observa en otros lugares. En abril de 2003, la 82ª División Aerotransportada de Estados Unidos se trasladó a Faluya y no se topó con resistencia alguna.

Inmediatamente la ocupación comenzó a producir el tipo de problemas que se ven en las ocupaciones en todas partes. La gente se quejaba de que los Humvees corrían por las calles, de ser humillados en los puestos de control, de que las mujeres eran tratadas inapropiadamente, de que los soldados orinaban en las calles, y de que se paraban en los tejados con binoculares en violación de la privacidad de los residentes. En pocos días, el pueblo de Faluya quería ser liberado de sus «libertadores». Así que la gente intentó realizar manifestaciones no violentas. Y el ejército estadounidense disparó contra los manifestantes. Pero finalmente, los ocupantes acordaron posicionarse fuera de la ciudad, limitar sus patrullas y permitir a Faluya un grado de autogobierno superior al permitido en el resto de Irak. El resultado fue un éxito: Faluya se mantuvo más segura que el resto de Irak al mantener a los ocupantes fuera de ella.

Ese ejemplo, por supuesto, necesitaba ser aplastado. Estados Unidos reclamaba una obligación moral de liberar el infierno de Irak para «mantener la seguridad» y «ayudar en la transición a la democracia». El virrey Paul Bremer decidió «limpiar Faluya». Llegaron las tropas de «coalición», con su habitual incapacidad (burlada con bastante eficacia en la película de Bard Pitt War Machine de Netflix) para distinguir a las personas a las que estaban otorgando libertad y justicia de las personas que estaban matando. Los funcionarios estadounidenses describieron a la gente que querían matar como «cáncer» y los mataron con redadas y tiroteos asesinando un gran número de personas que no tenían cáncer. Se desconocía a cuánta gente le estaba dando cáncer en los Estados Unidos en ese momento.

En marzo de 2004, cuatro mercenarios de Blackwater fueron asesinados en Faluya, sus cuerpos fueron encontrados quemados y colgados de un puente. Los medios de comunicación estadounidenses describieron a los cuatro hombres como civiles inocentes que de alguna manera se encuentran en medio de una guerra y como blancos accidentales de una violencia irracional y desmotivada. La gente de Faluya eran «matones» y «salvajes» y «bárbaros». Debido a que la cultura estadounidense nunca se ha arrepentido de Dresde o Hiroshima, hubo gritos abiertos para seguir esos precedentes en Faluya. El ex asesor de Ronald Reagan, Jack Wheeler se inclinó por un antiguo modelo romano al exigir que Faluya quedara completamente reducida a escombros: «Fallujah delenda est!».

Los ocupantes trataron de imponer un toque de queda y la prohibición de portar armas, diciendo que necesitaban esas medidas para distinguir a las personas a las que matar de las personas a las que dar democracia. Pero cuando la gente tuvo que abandonar sus hogares por comida o medicinas, fueron asesinados a tiros. Las familias fueron asesinadas a tiros, una por una, mientras cada persona emergía para tratar de recuperar el cuerpo herido o sin vida de un ser querido. El «juego familiar» se llamaba. El único estadio de fútbol de la ciudad se convirtió en un enorme cementerio.

Un niño de siete años llamado Sami vio como le disparaban a su hermana pequeña. Vio a su padre salir corriendo de la casa para cogerla y como lo disparaban también. Escuchó a su padre gritar de dolor. Sami y el resto de su familia tenían miedo de salir. Por la mañana tanto su hermana como su padre estaban muertos. La familia de Sami escuchó los disparos y gritos en las casas de los alrededores, mientras se desarrollaba la misma historia. Sami arrojó piedras a los perros para tratar de mantenerlos alejados de los cuerpos. Los hermanos mayores de Sami no dejaban que su madre saliera a cerrar los ojos de su marido muerto. Pero finalmente, los dos hermanos mayores de Sami decidieron salir corriendo a buscar los cuerpos, con la esperanza de que uno de ellos sobreviviera. A un hermano le dispararon instantáneamente en la cabeza. El otro logró cerrar los ojos de su padre y recuperar el cuerpo de su hermana, pero le dispararon en el tobillo. A pesar de los esfuerzos de toda la familia, ese hermano murió lenta y horriblemente por la herida del tobillo, mientras los perros peleaban por los cuerpos de su padre y hermano, y el hedor de un barrio de cadáveres se apoderó de él.

Al Jazeera mostró al mundo algo del horror en el primer asedio de Faluya. Y luego otros medios mostraron al mundo la tortura que Estados Unidos estaba llevando a cabo en Abu Ghraib. Los Liberadores se retiraron de Faluya culpando a los medios de comunicación y resolviendo comercializar mejor los futuros actos de genocidio.

Pero Faluya seguía siendo un objetivo designado, uno que requeriría mentiras similares a las que habían lanzado toda la guerra. Faluya, se le dijo al público estadounidense, era un semillero de Al Qaeda controlado por Abu Musab al-Zarqawi, un mito representado años después en la película estadounidense Francotirador.

El segundo asedio de Faluya fue una agresión total a toda la vida humana que incluyó el bombardeo de casas, hospitales y, aparentemente, cualquier objetivo deseado. Una mujer cuya hermana embarazada fue asesinada por una bomba le dijo a un reportero: «No puedo sacar de mi mente la imagen de su feto siendo expulsado de su cuerpo». En lugar de esperar a que la gente saliera de las casas, en la segunda batalla, los marines dispararon a las casas con tanques y lanzacohetes, y terminaron el trabajo con excavadoras al estilo israelí. También usaban fósforo blanco en la gente, que los derretía. Destruyeron puentes, tiendas, mezquitas, escuelas, bibliotecas, oficinas, estaciones de tren, centrales eléctricas, plantas de tratamiento de agua y todos los sistemas de saneamiento y comunicación. Esto fue un sociocidio. Los medios corporativos controlados e integrados lo justificaron todo.

Un año después del segundo asedio, con la ciudad transformada en una especie de prisión al aire libre entre los escombros, el personal del Hospital General de Faluya se dio cuenta de que algo andaba mal. Hubo un dramático -peor que en Hiroshima- aumento del cáncer, nacimientos de mortinatos, abortos espontáneos y defectos de nacimiento nunca antes vistos. Un niño nació con dos cabezas, otro con un solo ojo en el centro de su frente, otro con miembros adicionales. No hay duda de que la causa es la Guerra Humanitaria dirigida por Estados Unidos: qué parte de la culpa es del fósforo blanco, del uranio empobrecido, de las armas de uranio enriquecido, de los pozos de combustión abiertos y de otras armas.

Las incubadoras habían cerrado el círculo. A partir de las mentiras sobre los iraquíes sacando a los niños de las incubadoras que (de alguna manera) justificaron la primera Guerra del Golfo, a través de las mentiras sobre las armas ilegales que (de alguna manera) justificaron el terrorismo masivo de Choque y Pavor, ahora llegamos a salas llenas de incubadoras que contenían niños deformes que morían rápidamente por la liberación benevolente.

Estados Unidos instaló el tercer asedio de Faluya en 2014-2016, con la nueva historia para los occidentales que involucra el control de Faluya por parte de ISIS. Una vez más, los civiles fueron masacrados y lo que quedaba de la ciudad fue destruido. Faluya delenda est indeed. Que ISIS surgió de una década de brutalidad encabezada por Estados Unidos y culminada por el ataque genocida de un gobierno iraquí contra los sunitas no fue mencionado.

A través de todo esto, por supuesto, Estados Unidos estaba liderando al mundo -a través de la quema del petróleo por el que se pelearon las guerras, entre otras prácticas- en hacer que no sólo Faluya, sino la mayor parte de Oriente Medio, fuera demasiado caliente para que los humanos pudieran habitarlo. Imaginen la indignación cuando la gente que apoya a alguien como Joe Biden que jugó un papel clave en la destrucción de Irak (y que ni siquiera puede lamentar la muerte de su propio hijo a causa de quemaduras a cielo abierto, y mucho menos la muerte de Faluya) descubre que casi nadie en el Medio Oriente está agradecido por el colapso del clima en un infierno inhabitable. Es entonces cuando los medios de comunicación se asegurarán de decirnos quiénes son las verdaderas víctimas en esta historia.


Traducción del inglés por Sofía Guevara

El artículo original se puede leer aquí