El hallazgo de una galaxia extremadamente pobre en metales, observado gracias al telescopio James Webb, abre una fisura en la narrativa cosmológica tradicional y permite pensar el Universo no como una sucesión prolija de etapas cerradas, sino como un proceso rugoso, no homogéneo y lleno de rezagos persistentes.

Durante décadas, la historia del Universo se ha contado como una secuencia ordenada: primero un cosmos joven, simple y primitivo; luego uno maduro, enriquecido y complejo. Una narrativa limpia, pedagógica, eficaz. Demasiado eficaz.

Un nuevo estudio publicado recientemente en The Astrophysical Journal Letters, titulado “A Metal-Free Galaxy at z = 3.19? Evidence of Late Population III Star Formation at Cosmic Noon”, acaba de introducir una incomodidad profunda en ese relato. Astrónomos han identificado una galaxia extremadamente pobre en metales —es decir, casi sin elementos químicos pesados— en una época en la que, según los modelos estándar, ese tipo de sistemas ya no debería existir. La galaxia, denominada CR3, no pertenece al universo infantil, sino a un cosmos que ya había atravesado su adolescencia.

El hallazgo no contradice frontalmente la cosmología actual. Hace algo más perturbador: revela su textura.

Una galaxia que llega tarde a su propia historia

En astronomía, “metales” no son joyas ni lingotes, sino cualquier elemento más pesado que el helio: carbono, oxígeno, hierro. Estos elementos no nacieron con el Big Bang. Fueron fabricados dentro de las estrellas y esparcidos por el espacio cuando esas estrellas murieron en explosiones violentas.

Por eso, la presencia de metales funciona como un reloj químico. Cuantos más metales tiene un sistema, más historia estelar ha vivido.

La galaxia CR3 presenta un problema: no parece haber vivido casi ninguna. Su espectro muestra fuertes señales de hidrógeno y helio, pero carece —o casi— de las líneas que delatan la presencia de metales. Además, la radiación que emite es extremadamente dura, compatible con estrellas muy jóvenes y masivas, similares a las hipotéticas estrellas de Población III, las primeras que se formaron en el Universo.

El detalle crucial es temporal: CR3 se observa con un corrimiento al rojo z ≈ 3.19, lo que significa que su luz fue emitida cuando el Universo tenía alrededor de dos mil millones de años. El corrimiento al rojo —el estiramiento de la luz debido a la expansión del espacio— no solo indica distancia, sino también antigüedad: cuanto mayor es ese corrimiento, más atrás en el tiempo estamos mirando. En este caso, miramos un universo que ya había superado la gran transición de la reionización y que, según la narrativa estándar, debía estar químicamente maduro.

No debería estar ahí.
Y, sin embargo, está.

Por qué podemos verla ahora

Este descubrimiento no sería posible sin el telescopio espacial James Webb (JWST). A diferencia de instrumentos anteriores, el JWST está diseñado para observar en el infrarrojo, justo donde llega hoy la luz de objetos muy lejanos cuya radiación original fue emitida en ultravioleta o visible y estirada por la expansión del Universo.

El Webb no “ve mejor” en un sentido clásico: ve donde antes no podíamos mirar. Está especializado precisamente en leer espectros desplazados por el corrimiento al rojo, lo que permite identificar la composición química y la edad estelar de galaxias remotas como CR3. En otras palabras, el instrumento adecuado llegó justo cuando el Universo empezó a mostrar sus arrugas.

El problema no es el modelo. Es la escala

Para entender por qué este descubrimiento importa tanto, hay que abandonar una confusión habitual: creer que los modelos cosmológicos describen el Universo en todos sus detalles.

No lo hacen.
Nunca lo han hecho.

Los modelos funcionan en promedio. Desde lejos. Igual que la Luna vista desde la Tierra parece un disco liso y perfecto. Solo cuando alguien se acerca descubre cráteres, fracturas, capas superpuestas. La Luna no cambió. Cambió la escala de observación.

La cosmología ha mirado durante mucho tiempo el Universo como ese disco lejano: etapas limpias, transiciones claras, bordes suaves. El paper no rompe ese disco. Muestra sus cráteres.

Un “cototo” cósmico

La mejor forma de entender la galaxia CR3 no es como una anomalía, sino como un rezago. Un “cototo”, usando una palabra coloquial pero precisa: una irregularidad persistente del proceso.

La expansión del Universo nunca fue perfectamente homogénea. La mezcla química nunca fue instantánea. Las supernovas enriquecen regiones puntuales; otras quedan aisladas, protegidas por la baja densidad, por la geometría, por la simple contingencia.

Así como en la Tierra coexisten tecnologías medievales con satélites, en el cosmos pueden coexistir historias químicas muy distintas.

Este hallazgo sugiere que el Universo no borra su pasado de manera prolija. Lo superpone. Lo arrastra. Lo deja sobrevivir en rincones inesperados.

Cuando “ser” ya no alcanza

Este descubrimiento obliga a una corrección conceptual más profunda: abandonar la idea de que las cosas son.

En la física contemporánea, la materia no es una sustancia sólida. Es un conjunto de campos en interacción. Las partículas son eventos. Las galaxias, equilibrios dinámicos. Incluso el espacio-tiempo no es un escenario fijo, sino una geometría que evoluciona.

Nada “es” en sentido estático.
Todo está siendo.

La galaxia CR3 no pertenece a una etapa cerrada del pasado. Está siendo una historia distinta dentro de un proceso mayor. Como una arruga en una cara humana: no es un error del tiempo, sino su huella materializada.

El universo no avanza. Resiste.

Si este resultado se confirma, no cambia el origen del Universo. Cambia nuestra forma de leer su historia.

El cosmos no avanza como una flecha limpia hacia la complejidad. Avanza dejando restos, excepciones, memorias. Como todo proceso real.

El Universo no es una línea recta.
Es una superficie rugosa.
Y recién ahora estamos aprendiendo a tocarla. Es fascinante.

 

Nota:
El estudio al que se hace referencia en este artículo es “A Metal-Free Galaxy at z = 3.19? Evidence of Late Population III Star Formation at Cosmic Noon”, de Sijia Cai, Mingyu Li, Zheng Cai, Yunjing Wu, Fujiang Yu, Mark Dickinson, Fengwu Sun, Xiaohui Fan, Ben Wang, Fergus Cullen, Fuyan Bian, Xiaojing Lin y Jiaqi Zou, publicado en *The Astrophysical Journal Letters* (volumen 993, número L52, noviembre de 2025). El artículo completo puede consultarse en el repositorio de preimpresiones arXiv: 2507.17820 o directamente en la página de la revista.