Es manifiesto: el miedo crece, en las mentes, en los corazones, en las almas. En los individuos y en los pueblos. A nivel local y mundial. Este miedo genera angustias terribles, huidas, comportamientos irracionales, conflictos, un malestar y un mal vivir generalizados, y una pérdida de sentido cada vez más grande y profunda. La oscuridad avanza… ¡al menos eso podría creerse!
¿Tenemos, en el caos ambiente (interno y externo), algún margen de maniobra como individuos ?
Por Claudie Baudoin

1. Detenerse, observar, comprender los miedos
El miedo es una función muy importante en la economía del psiquismo humano. Es sano cuando es la respuesta (emocional) instintiva frente a un peligro tangible. Se produce para que se dé una respuesta: huir de ese peligro o enfrentarlo, pero con el fin de proteger la vida.
Este miedo se transforma en angustia (emocional) cuando se vuelve irracional: no hay un peligro real que se presente, pero se reacciona como si lo hubiera. Las respuestas entonces son todas inadecuadas, ya que no hay nada concreto que resolver: la huida se transforma en un comportamiento generalizado; se huye del mundo, de los otros, de uno mismo, y los medios de huida se vuelven destructivos del cuerpo (drogas, alcohol, trastornos de la alimentación) y de la mente (juegos, distracciones, consumo desmedido, pantallas…).
El miedo toma un cariz aún más maléfico cuando se transforma en ansiedad (mental): se empiezan a producir escenarios catastróficos en los que se cree: todo va a salir mal, todo es peligro, no hay salida, el futuro está cerrado. Estos escenarios se afirman como realidades y se defienden como tales.
En síntesis:
— El miedo frente al peligro inmediato: útil y saludable.
— El miedo–angustia: pasional, irracional y destructivo.
— El miedo–ansiedad: inútil, ilusorio, oscurece el presente y cierra el futuro.
En el miedo, el individuo se siente y se cree solo en el mundo.
Ahora bien, no es así:
«No imagines que estás solo en tu aldea, en tu ciudad, en la tierra y en los mundos infinitos»[1].

2. Darse cuenta: es el fin de una era
Es evidente que las amenazas son “reales” en este mundo alterado y violento. Y los riesgos derivados de decisiones irracionales, cortoplacistas y tan poco inteligentes de los gobernantes de este mundo aumentan considerablemente los peligros para todos. Amplificadas por medios al servicio de valores antihumanistas, las “informaciones” sobre el mundo cercano y lejano que nos rodea no hacen sino alimentar una ansiedad general y solo sirven para justificar decisiones que conducen a más violencia y destrucción.
Estamos al final de una era, al final de una civilización, y todos los elementos de la decadencia final están presentes: multiplicación de conflictos armados, aumento de la pobreza y de las injusticias, indecencia de los poderosos, epidemias y calamidades de todo tipo, con, como corolario, los grandes miedos del ser humano que aumentan incluso en las sociedades de abundancia: miedo a la soledad, al hambre, a la pobreza, a la enfermedad y a la muerte.
Pero el foco también podría iluminar que siempre hubo, y aún hay, vanguardias de la civilización por venir… Aquellos que buscan y luchan en el caos para salir (y sacar a otros) de la oscuridad. Aquellos que sienten que la Historia humana no se detiene ahí, que se está haciendo, que se está escribiendo, y que cada uno puede encontrar en ella su papel; aquellos para quienes el futuro prima sobre el presente, aquellos que tienen fe en el ser humano y en sus posibilidades.
Es posicionándose mentalmente de otro modo como cada cual puede prepararse y contribuir al gran giro de la Historia humana. Así, salir del miedo se convierte en una misión y es tan importante para uno mismo y sus seres cercanos como para el resto de la humanidad.
Para ello, solo hay UNA salida: salir del aislamiento.

3. Elegir las perspectivas desde, por y para el “nosotros”
Podemos actuar sobre la angustia y la ansiedad ACTUANDO. Cada persona puede, de manera intencional, darse cuenta de que siempre puede actuar a su alrededor, de otra forma distinta a esa vieja dirección gastada del “yo primero”. Al actuar en grupos cuyos proyectos conciernen o afectan a colectivos humanos, recupera precisamente su lugar de ser humano: cooperar en una construcción que vaya más allá de sí mismo. Y aun si los proyectos fracasan, en ese intento —tantas veces repetido a lo largo de la Historia— de construir un futuro mejor, la conciencia individual se salva del miedo.
Pero para ello hay que unirse a otros.
Es con esos otros con quienes se pueden elaborar otros escenarios, y es con otros con quienes se pueden poner en marcha; es con esos otros con quienes se pueden hacer crecer concretamente otros valores. Cuando se empieza a cooperar en la realización de proyectos cuyo alcance llega a individuos más allá del ámbito familiar, se siente que se “forma parte” de la obra creadora humana. Además, los miedos disminuyen porque el individuo puede contar con la ayuda mutua, puede él mismo brindar ayuda, y experimenta que, al proyectar su acción más allá de sí, lanza también su intención mucho más allá del presente. El futuro se abre y permanece abierto, con perspectivas, incluso en circunstancias desafortunadas.

4. Reunir, hacer converger los “nosotros”: la fuerza
En lugar de desperdiciar nuestras bellas energías en miedos y ansiedades, será mucho más constructivo trabajar allí donde nos encontremos:
• en una nueva forma de pensamiento: más estructural, aprendiendo decididamente a relacionar más elementos, eligiendo volverse más inteligente;
• en dar lugar a la nueva sensibilidad que vemos emerger cada vez más en las nuevas generaciones, con más afecto, compasión y preocupación por el bien común;
• en una cooperación elegida dentro de asociaciones y organismos, pero también poniendo en relación a los grupos entre sí. ¡Que todas las buenas voluntades converjan, se reúnan, se apoyen, se complementen y se fortalezcan! Es necesario establecer verdaderos frentes de acción en todos los ámbitos de la actividad humana.
Todos estos “nosotros” reunidos son ya los gérmenes y brotes de la civilización por venir. Y todas estas acciones, de humilde labrador, dan sentido a los individuos y a los grupos (comunidades, colectividades, asociaciones, …).

5. Inspirarse, vincularse: en el corazón del alma humana vive algo muy grande
Sin embargo, el sentido no se prescribe. Es el propio ser humano quien otorga sentido a sus relaciones, a sus acciones, a su vida… o no. Es él quien, intencionalmente, decide qué tiene sentido para él… o no.
Sea como fuere, el ser humano en situación de crisis, solo o colectivamente, se interroga más profundamente sobre el valor de su vida, pero también sobre el sentido de la existencia humana. Se encuentra entonces en condiciones de escuchar y oír respuestas que emanan de algo más profundo, más atemporal y también más portador… Esta dimensión noética, siempre presente en individuos y pueblos, traducida en corrientes religiosas y místicas a lo largo de la Historia, esta profunda espiritualidad irrumpe con gran fuerza cuando el futuro del ser humano se ve comprometido.
Se trata de una espiritualidad profunda, a la vez naciente en su forma libre de dogmas y, al mismo tiempo, yacente en el corazón del alma humana desde la noche de los tiempos. Tiene la capacidad de liberar al ser humano del miedo, de las angustias y de las ansiedades. Practicada con libertad y desde la Necesidad (aquello que realmente necesitamos), une al ser humano con lo sagrado (divino), pero también a los seres humanos entre sí. Vincula, sostiene y eleva, ilumina el camino.
En la experiencia de lo Sagrado que yace en el corazón del alma humana, en los individuos y los pueblos, el futuro se revela: el ser humano pasará de la prehistoria a la historia plenamente humana. Pero para ello debe vencer sus miedos obrando por el propio Humano, eligiendo como referencia la fuerza, la sabiduría y la bondad, base de la futura Nación Humana Universal, y recordando que en él yace, vive y a veces irrumpe algo muy grande y muy luminoso. Y el futuro será distinto si el individuo de hoy se deja inspirar por esta Intención evolutiva mayor.

[1] El Mensaje de Silo, El Camino, Ediciones Références, París, 2010. https://silo.net/message/message