Existe una vil consonancia entre las intervenciones de los embajadores de Italia —Maurizio Massari— y de  Israel —Danny Danon—, durante el debate del 29 de octubre en la sede de la ONU, sobre el último informe presentado por Francesca Albanese respecto a la situación en Palestina.

El primero declaró textualmente: “El informe presentado por la relatora especial Francesca Albanese carece totalmente de credibilidad e imparcialidad. Como [representantes de] Italia, no nos sorprende”.

El segundo acusó a Francesca Albanese de parcialidad al servicio de Hamás, tachándola de bruja, recurriendo así, de manera increíble, a un significado que evoca innumerables víctimas de linchamiento moral y factual en tiempos —afortunadamente superados desde hace siglos—, de los que el poder en el mundo occidental aún debería avergonzarse, si no sentir culpa, de lo que es incapaz.

Las palabras de [Danny Danon], embajador de un régimen supremacista, racista, militarista, belicista y genocida, extremadamente preocupantes por la arcaica amenaza que contienen, no pueden sorprender. Lo que sorprende y entristece, en cambio, es que el portavoz del gobierno italiano, hablando en nombre de nuestro país, donde en los últimos meses se ha asistido a un inequívoco crescendo del movimiento por Palestina, se exprese con tanta impertinencia y con maliciosa superficialidad, sobre una funcionaria ejemplar de las Naciones Unidas, cuya labor es innegablemente apreciada a nivel mundial. Sus palabras reflejan, en toda su gravedad, la brecha existente entre la clase política que hoy ocupa el Palacio Chigi y el pueblo italiano que gobierna pro tempore.

Se trataba, por otra parte, de negar la monstruosa verdad de la que el gobierno israelí es directamente responsable y de la que el gobierno italiano sigue obstinadamente queriendo mostrarse cómplice, presumiblemente también bajo la presión de Washington: el genocidio, el peor de los crímenes de los que puede mancharse la humanidad, captado por Francesca Albanese en su conjunto y en su irregular arraigo entre algunos de los Estados que componen la comunidad internacional y, en particular, el mundo occidental. El Imperio, del que la Italia oficial quiere ser vasalla, sigue sin temer mancharse horriblemente las manos con la sangre de los pueblos a los que quiere someter, como lleva haciendo desde hace quinientos años, para imponer sus fines geoestratégicos y económicos.

No podemos dejar que Francesca se defienda sola de los gigantes de la montaña. En esta gravísima coyuntura internacional, es esencial alinearse de forma compacta en defensa de quien —a pesar de la continua agresión y los intentos de denigración de los que es víctima— lleva a cabo un análisis claro, racional y objetivo de las complicidades que han hecho y siguen haciendo posible el genocidio en Gaza y la política de auténtico apartheid y expansión de la colonización, funcional a la anexión de Cisjordania. La farsa de tregua impuesta por Trump a las partes no es más que una forma disfrazada de llevar a cabo la labor del ejército israelí, que continúa de la manera más sucia que se pueda imaginar.

Por lo tanto, sería un grave error en este momento bajar la guardia ante lo que está sucediendo en Palestina y no continuar la campaña de solidaridad y cercanía con Francesca Albanese, pilar del movimiento global de promoción de los derechos humanos y la paz, a través del derecho internacional.

Es necesario promover a nivel internacional una movilización de apoyo al trabajo de Francesca Albanese en la defensa del papel esencial de las Naciones Unidas, incluso eludiendo la parálisis del Consejo de Seguridad, como ocurrió en el pasado con la conocida Resolución “Uniting for Peace”, mediante una nueva Resolución de la Asamblea General, única respuesta indispensable a la gravísima emergencia que representa un genocidio en curso.

Enrico Calamai