Sorprende enormemente la noticia de que algunos líderes y exportadores africanos expresen optimismo por la extensión del African Growth and Opportunity Act (AGOA). Así es que chocantemente ha circulado en la prensa internacional (citando alguna: FinancialTimes y Reuters) que el “update” de AGOA actual es una señal de apertura y esperanza.

Sin embargo, basta una mirada más atenta para descubrir otra cara. La de un continente que, desde el siglo XV, ha sido sistemáticamente saqueado, fragmentado y mantenido en la periferia de la economía mundial.

Primero fue la trata esclavista y de algunos excedentes agrícolas, y los primeros minerales; luego la colonización formal que arrancó con el reparto de África en la Conferencia de Berlín de 1884-1885, más tarde el expolio neocolonial impulsado por el Banco Mundial y el FMI en la segunda mitad del siglo XX. Así llegamos hasta la actualidad con una nueva fase de dependencia financiera, tecnológica y militar.

Las administraciones estadounidenses (Demócratas y Republicanos por igual) han continuado esa lógica de dominación. Donald Trump lo expresó crudamente con su consigna “Drill, Baby, Drill”, en otro contexto, pero es el grito de guerra de una política de extracción sin límites, tanto en su propio territorio como fuera de él, bajo la premisa de que los recursos del planeta son mercancía al servicio de Washington.

Esa mentalidad extraterritorial se apoya en un andamiaje jurídico que pretende aplicar las leyes norteamericanas allí donde convenga. Para garantizar ese dominio se explica la red de bases militares (EE.UU. y Reino Unido tienen decenas en suelo africano y alrededor de sus mares), en la fuerza desproporcionada de sus flotas navales, y en el accionar indirecto a través de empresas mercenarias como Blackwater ahora Constellis, y el Wagner Group (antes ligado a Rusia y algunos oligarcas, aunque ahora al servicio al mejor postor) (véanse africanews.com inkstickmedia.com).

Todo ello se combina con un dato esencial de nuestro tiempo: EE.UU., Reino Unido y Francia sienten que están perdiendo pie en África. Frente al viejo esquema extractivista impuesto desde el Norte y el Este, crecen nuevas dinámicas. La entrada de China con proyectos distintos que incluyen la creación de infraestructura y cadenas de valor compartidas; y la emergencia de iniciativas regionales africanas propias, que buscan procesar sus minerales. Tratar, procesar, manipular, al menos, hasta la etapa de bulk matter, que sea transportable y generando más riqueza local antes de exportar. Son pasos aún incipientes, pero expresan una tendencia: África no quiere seguir siendo un limón exprimido al que se le dicta cuándo, cómo y con quién puede comerciar.

África en el espejo del Norte Global

Desde la trata esclavista hasta el expolio mineral contemporáneo, África ha entregado al mundo todo: esclavos, caucho, cacao, petróleo, uranio, oro, coltán. A cambio, ha recibido promesas incumplidas, deudas impagables y migajas en forma de ayuda condicionada. El oro africano se extrae entre corrupción y violencia armada, con mercenarios custodiando explotaciones irregulares. Luego viaja a Londres, donde se purifica y entra al circuito del bullion internacional. Lo mismo ocurre con el uranio de Níger, las tierras raras del Congo o el petróleo de Nigeria. El valor añadido se queda siempre en el Norte Global; a África le quedan los cráteres, la contaminación y las comunidades rotas.

El espejismo del “desarrollo” vía AGOA

AGOA se presenta como una herramienta de cooperación y de apertura de mercados. Pero en realidad funciona como un mecanismo de alineamiento político y comercial: quien obedece y mantiene abiertas sus venas extractivas recibe beneficios arancelarios; quien disiente o ensaya caminos soberanos —como Sudáfrica o ciertos bloques regionales en gestación— es presionado, aislado o desestabilizado.

El temor de fondo es evidente: que África se cohesione, que logre articular un proyecto panafricano capaz de proteger sus riquezas y fijar reglas propias de intercambio justo. Porque una África unida y emancipada significaría que el uranio, el oro o el coltán dejen de salir como materias primas baratas y comiencen a transformarse en riqueza industrial y tecnológica dentro del continente. Ese es el verdadero fantasma para Washington, Bruselas o Londres.

Mercenarios y desestabilización: la otra cara de la “cooperación”

Cada vez que emergen movimientos de unidad africana, cada vez que países vecinos ensayan formas de coordinación en defensa de sus recursos, aparecen los “hombres de verde”, ejércitos mercenarios sin bandera, que ya mencionamos antes, financiados por redes que orbitan en torno a intereses occidentales. No son fantasmas: son la expresión de un sistema que, para perpetuar la fragmentación y el saqueo, necesita desangrar territorios estratégicos antes de que se emancipen.

La deuda histórica y el futuro africano

Oxfam y numerosas organizaciones africanas lo repiten con insistencia: la deuda no es de África con el Norte Global, sino del Norte Global con África. Una deuda que no se mide solo en dinero, sino en siglos de vidas robadas, oportunidades truncadas y futuros hipotecados.

El continente no se cierra al comercio; lo que rechaza es un modelo que reproduce la lógica del oro y del uranio: exportar materia prima barata bajo corrupción, violencia y condiciones impuestas, para que la riqueza final quede en las bóvedas de Londres, Nueva York o París.

Por eso, mientras se anuncia con fanfarria la extensión de AGOA, conviene escuchar la voz más profunda que recorre África: “No queremos seguir siendo la cantera del mundo, ni la reserva agrícola y ganadera, ni el escenario de safaris de fotos. Queremos ser el corazón de nuestro propio desarrollo.”

Africa no está en venta

África no está en venta

AGOA: el caramelo envenenado

Conviene recordar qué es exactamente AGOA, de dónde viene y bajo qué lógicas opera. Su nombre puede sugerir un tratado entre iguales, pero en realidad se trata de una ley unilateral de Estados Unidos, aprobada por el Congreso en mayo del año 2000, durante la presidencia de Bill Clinton. No fue fruto de una negociación con la Unión Africana ni con bloques regionales del continente, sino de una decisión política de Washington que definió, por sí y ante sí, qué países africanos podían acceder a su mercado bajo condiciones especiales.

AGOA abrió las puertas de EE.UU. a unos 6.500 productos africanos sin aranceles, pero el acceso nunca fue automático ni universal: está sujeto a criterios que dicta Washington. Entre ellos, “avanzar hacia una economía de mercado”, “proteger la propiedad privada”, “facilitar la inversión extranjera” y “respetar derechos humanos y laborales”. No se trata de principios abstractos, sino de condiciones que permiten al gobierno estadounidense excluir, en cualquier momento, a los países que considere incómodos para su política exterior.

Y así ha ocurrido: a lo largo de estos años, Estados Unidos ha suspendido la participación de Zimbabue, Etiopía, Malí, Níger y otros, alegando violaciones de derechos humanos o golpes de Estado. En realidad, se trata de un instrumento de premio y castigo: se concede la etiqueta de país “elegible” a los gobiernos dóciles, mientras se la retira a aquellos que buscan caminos de mayor soberanía.

Los foros anuales de AGOA, presentados como espacios de diálogo entre ministros africanos y funcionarios estadounidenses, no pasan de ser instancias consultivas. Allí no se negocian reglas de igual a igual ni se resuelven conflictos en pie de paridad. Todo se decide en Washington: quién entra, quién sale, quién cumple y quién es sancionado.

Esa es la naturaleza real de AGOA: no un pacto de co-desarrollo, sino un caramelo envenenado, una herramienta de política exterior que bajo el barniz de la cooperación comercial perpetúa la vieja lógica del extractivismo y la dependencia.  Esa es la verdadera naturaleza de AGOA. También una vía de inversión y de vigilancia para la enorme liquidez de los fondos de Private Equity (fondos de inversión privados). Aquí pega el refrán: ‘El ojo del amo engorda el caballo’: eso es AGOA, con sus hombres de negro… y sus mercenarios, cuando las cosas se ponen feas.

AGOA
African Growth and Opportunity Act

(explicada para torpes)

Impulsor principal: Estados Unidos. Fue una iniciativa unilateral del Congreso de EE.UU., aprobada en mayo de 2000 durante la presidencia de Bill Clinton. Debería decirse «impulsor único» o «exclusivo».
Naturaleza: No es un tratado negociado entre partes iguales (África–EE.UU.), sino una ley estadounidense que define qué países africanos puede beneficiarse de preferencias comerciales al exportar a EE.UU. (entrada libre de aranceles de unos 6.500 productos).
Condicionalidad: Para acceder, los países deben cumplir criterios fijados por Washington:

o Avanzar hacia una economía de mercado.
o Proteger los derechos de propiedad (incluidos los de inversores extranjeros).
o No poner trabas a la inversión estadounidense.
o Respetar derechos humanos y laborales (según estándares de EE.UU.).
o No involucrarse en actividades que Washington considere contrarias a su política exterior.

Carta fundacional / Marco jurídico
✦ No existe un tratado multilateral firmado con la Unión Africana o con bloques regionales africanos.
✦ La “carta” de AGOA es simplemente la legislación estadounidense, renovada varias veces (2004, 2006, 2015). La actual extensión vence en 2025 (de ahí los debates sobre su renovación actual).

¿Dónde se dirimen disensos y conflictos?
✦ Decisión soberana de EE.UU.: La administración norteamericana, tras evaluar informes anuales, decide qué países mantienen o pierden la elegibilidad. Por ejemplo, en distintos años EE.UU. suspendió a Zimbabue, Etiopía, Malí, Níger u otros, alegando “violaciones de derechos humanos” o “golpes de Estado”.
✦ África no tiene un foro real de negociación:
✦ No hay tribunal arbitral conjunto.
✦ No hay mesa paritaria de resolución de conflictos.
✦ El debate formal se limita al U.S.–Africa Trade and Economic Cooperation Forum (el “Foro AGOA”), que se celebra anualmente y donde ministros africanos, funcionarios estadounidenses y sector privado dialogan. Pero es un espacio consultivo, no vinculante.
✦ En la práctica, EE.UU. es juez y parte: decide la elegibilidad, impone condiciones y define los beneficios.

La clave sustantiva:
AGOA no es bajo ninguna perspectiva un acuerdo de co-desarrollo ni una negociación entre iguales, sino una herramienta de política exterior de Washington o de dominio sensu stricto que usa incentivos comerciales y distribuye concesiones menores y privilegios a sectores de poder locales, garantizando así la apariencia de cooperación mientras Washington dicta la agenda.