“Vinieron a celebrar cincuenta años de relaciones. Pero salieron por la puerta lateral con el alma hecha trizas. No hubo brindis. Hubo advertencias.”

No es un buen momento para pisar Pekín sin saber dónde estás parado. Y la Unión Europea lo olvidó. Llegó a la capital china con la sonrisa de los aniversarios y el ceño fruncido de los desequilibrios comerciales. Venían a hablar de equilibrios, pero China ya movió las piezas. Europa solo asiste al tablero.

La cumbre entre la UE y China del 24 de julio terminó antes de tiempo. Y no fue por lluvia ni por agenda. Fue porque Xi Jinping no tolera que le enseñen modales comerciales quienes colonizaron medio planeta sin pagar un céntimo. Lo dijo sin levantar la voz. Que Europa no construya muros. Que no rompa las cadenas de valor. Que no se aísle. Porque si se aísla, se hunde. Y que los problemas de Bruselas no vienen de China. Vienen de adentro.

Xi no vino a negociar. Vino a advertir. Y lo hizo con precisión milimétrica. Denunció el proteccionismo, las barreras técnicas, los subsidios disfrazados de defensa ecológica. Y dejó claro que si Europa insiste en aplicar aranceles a productos chinos como autos eléctricos o minerales estratégicos, entonces será Europa la que se está disparando a los pies. El déficit comercial de 360 mil millones de dólares no se resuelve con sanciones. Se resuelve con industria. Y esa, hace rato que se fue del continente.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pidió soluciones reales. Pero no las trajo. Ni siquiera trajo unidad. Alemania quiere venderle autos a China. Francia quiere proteger su acero. Italia solo quiere sobrevivir. Y España no sabe qué quiere. La cumbre duró menos de lo previsto, pero el eco sigue sonando.

Pekín no se moverá un milímetro. Porque ya está en el centro. De la energía, de la logística, de la producción global. Y porque la estrategia china no es de corto plazo. Ellos no quieren ganar una reunión. Quieren ganar la historia.

Europa llegó con estadísticas. China respondió con geopolítica. Europa vino con exigencias. China contestó con paciencia milenaria y una advertencia: si siguen presionando, no habrá cumbre que salve la relación. Y entonces sí, los cincuenta años quedarán en las fotos. Pero la historia seguirá escrita en mandarín.