No brilla como el oro ni huele como el petróleo, pero vale más que ambos. Y los países que no lo controlen, desaparecerán del nuevo mapa energético.

El recurso que no se ve, pero lo mueve todo

El hidrógeno verde no se ve, no se huele, no se almacena en bidones ni cotiza aún en la Bolsa de Metales de Londres. Pero mueve más dinero, más expectativas y más estrategias de poder que casi cualquier otro recurso emergente. Es literalmente la energía del futuro. Y no porque lo digan los gobiernos, sino porque lo dictan las matemáticas del planeta. Para cumplir los objetivos de descarbonización al 2050, el mundo necesita reemplazar más del 30 por ciento de los combustibles fósiles actuales. Ninguna fuente por sí sola puede hacerlo. Solo el hidrógeno verde tiene la capacidad de almacenar energía limpia, transportar renovables en forma líquida, alimentar procesos industriales pesados y funcionar como base de combustibles sintéticos para aviación y transporte marítimo.

En otras palabras, el hidrógeno verde es la batería gigante que la humanidad necesita para salir del carbono. Pero a diferencia del litio o el cobre, no se extrae de la tierra, se fabrica. A partir de agua y electricidad renovable. Con tecnología, inversión y decisión política. Y eso cambia todo. Porque no basta con tener el recurso, hay que saber transformarlo. Los países que dominen la cadena de producción y conversión del hidrógeno dominarán también la economía del mañana. Y esa carrera ya comenzó.

La importancia del hidrógeno verde para el futuro es total. Permitirá no solo reemplazar los combustibles sucios, sino reconfigurar por completo las cadenas energéticas del planeta. Y quienes están apostando primero no son los países pobres. Alemania, China, Japón, Estados Unidos, Noruega y Corea del Sur ya invierten miles de millones de dólares en infraestructura, patentes y plantas piloto. No están esperando que el mercado madure, lo están diseñando. Saben que quien controle el hidrógeno controlará el transporte marítimo, la aviación, la siderurgia, la industria química y los corredores energéticos del siglo XXI. Mientras tanto, muchos países del sur global siguen esperando inversiones que tal vez nunca lleguen.

Cómo se produce el hidrógeno verde y quién puede hacerlo

El proceso es simple en teoría, complejo en escala. Se llama electrólisis. Consiste en tomar agua, aplicarle electricidad y separar sus moléculas en hidrógeno e hidrógeno. Pero no cualquier electricidad. Solo sirve aquella proveniente de fuentes limpias como la solar o la eólica. Y no cualquier agua. Debe ser tratada, purificada, muchas veces desalada si se extrae del mar. El equipo central es el electrolizador, una máquina que puede ocupar media cancha de fútbol y consumir decenas de megawatts por hora.

Por cada tonelada de hidrógeno producido se necesitan cerca de 9.000 litros de agua tratada y alrededor de 50 a 55 MWh de electricidad renovable. Una planta a escala industrial puede requerir más de 1.000 toneladas de agua al día, y operar con una potencia instalada de 100 MW o más. Los costos de producción actuales del hidrógeno verde oscilan entre USD 4 y USD 7 por kilo, aunque se espera que bajen a menos de USD 2 por kilo hacia 2030, gracias a economías de escala y mejoras tecnológicas.

La Agencia Internacional de Energía estima que en 2024 se producen en el mundo alrededor de 180.000 toneladas de hidrógeno verde, menos del 1 % del hidrógeno total global, que está dominado por la versión gris (gas natural) con más de 90 millones de toneladas anuales. A nivel energético, eso representa una fracción marginal, pero con alto potencial de crecimiento.

En términos de capacidad instalada, el planeta cuenta actualmente con 700 MW operativos en plantas de electrólisis dedicadas a hidrógeno verde. Las proyecciones apuntan a superar los 134 GW para 2030, según datos de BloombergNEF. Ese salto requeriría inversiones anuales superiores a los USD 150.000 millones en la próxima década.

Los países líderes hoy en capacidad de hidrógeno verde son:

•China tiene el 33 % de la capacidad instalada global.

•Alemania tiene el 15 % (incluyendo proyectos en expansión).

•Australia tiene el 12 % con plantas en operación y permisos avanzados.

•Estados Unidos tiene el 10 %, pero con fuerte inversión futura vía subsidios federales.

•Chile tiene el 1 %, con una planta piloto y 40 proyectos en carpeta.

Pero el verdadero liderazgo no está en tener más plantas sino en tener la cadena completa que es la producción, almacenamiento, transporte, consumo y exportación. Hoy ningún país domina aún ese ciclo de forma soberana. China avanza con subsidios cruzados. Alemania con innovación. Australia con volumen. Chile con viento. Y Estados Unidos con chequera.

El problema no está en la química, sino en la política y en la infraestructura. El hidrógeno verde necesita inversión inicial alta, redes de distribución nuevas, almacenamiento seguro, logística portuaria y sobre todo una estrategia nacional clara. No basta con tener viento. Hay que saber para quién se produce, quién lo compra, cuánto se paga y quién controla el ciclo completo.

Los países que solo vendan la molécula, pero no industrialicen, repetirán el viejo modelo extractivista. Porque el hidrógeno verde puede ser limpio, pero no será justo si solo beneficia a las mismas empresas de siempre.

La planta HIF de Magallanes es la primera línea de Chile

Chile tiene un lugar en el mapa. No por casualidad, sino por viento. En la región de Magallanes, al sur del sur, se levanta el primer proyecto de hidrógeno verde de escala piloto en América Latina que es Haru Oni, desarrollado por HIF Global, con participación de Porsche, Siemens Energy y Enel Green Power. La planta, ubicada cerca de Punta Arenas, ya produce combustibles sintéticos a partir de hidrógeno verde y CO₂ capturado del aire.

La primera etapa fue inaugurada en 2022. Se trata de una planta piloto, con capacidad para producir 750.000 litros de eCombustibles al año, equivalentes a unos 2.050 litros diarios. La electricidad proviene de un parque eólico con una capacidad instalada de 3,4 MW, alimentando un electrolizador Siemens de tipo PEM, que produce el hidrógeno verde. Ese hidrógeno se mezcla luego con CO₂ capturado directamente del aire, mediante una tecnología DAC (Direct Air Capture), para generar metanol sintético, que luego se transforma en gasolina climáticamente neutra.

El costo estimado de esta producción piloto, según fuentes de HIF y Porsche, es de USD 7 a 10 por litro de eFuel, lo que significa que el valor total anual de esta fase es de aproximadamente USD 6 a 7 millones. Aunque el costo es alto, el objetivo no es competir aún con combustibles fósiles, sino validar la tecnología y abrir rutas comerciales. El combustible ya está siendo enviado a Alemania para pruebas en motores Porsche. Se vende en pequeñas partidas como combustible sintético premium y sirve como modelo para contratos mayores en Europa.

Pero el verdadero salto es la fase comercial, que ya está en desarrollo. La planta proyectada tendrá una capacidad estimada de 550 millones de litros anuales, lo que equivale a producir 1,5 millones de litros diarios, suficientes para abastecer casi medio millón de vehículos al año. La inversión estimada supera los USD 5.000 millones, y se espera que esté operativa antes de 2028.

Si se mantiene un precio de mercado objetivo entre USD 2 y 3 por litro (a medida que baje el costo unitario con escala), la producción anual podría generar entre USD 1.100 y 1.650 millones al año, posicionando a Chile como uno de los mayores exportadores de eCombustibles del mundo. Los destinos previstos son Alemania, Japón y Estados Unidos, especialmente en sectores difíciles de electrificar como el transporte marítimo y aéreo, y flotas de autos deportivos de alta gama.

La comercialización la lidera Porsche AG que ya anunció que todos sus vehículos de combustión interna seguirán operando con combustibles neutros hasta 2035. HIF Global por su parte, gestiona las alianzas estratégicas, los permisos ambientales y el desarrollo tecnológico, mientras que Siemens provee los sistemas de electrólisis. El modelo es una asociación internacional de capital privado con vocación exportadora.

La planta cuenta con una subestación eléctrica, una unidad de desalinización, un sistema de compresión y almacenamiento de hidrógeno, una planta de síntesis de metanol y una unidad de conversión a gasolina sintética. Todo eso se construye en uno de los entornos climáticos más extremos del mundo, pero también más favorables para este tipo de energía.

Hoy, HIF es un símbolo. Pero si Chile no multiplica, no regula, y no se apropia del valor, volverá a repetir el guion del cobre que es exportar riqueza en bruto y comprar tecnología con sobreprecio. La planta de Magallanes no es el fin. Es el punto de partida. Y la historia energética de Chile se escribirá con lo que pase después.

Australia, potencia eólica sin industria nacional

Australia es hoy el mayor productor mundial de litio y uno de los líderes en desarrollo de hidrógeno verde, pero sin industria nacional estratégica. Su papel en el nuevo mapa energético es el mismo de siempre que es proveer materia prima sin valor agregado. Produce, exporta, pero no domina.

En el sector del hidrógeno verde, Australia cuenta con más de 90 proyectos en cartera, de los cuales una veintena ya está en construcción o en fase avanzada de permisos. La capacidad total proyectada supera los 70 GW para 2030, con inversiones estimadas por encima de USD 200.000 millones, según el informe oficial de la Australian Renewable Energy Agency (ARENA).

Las principales regiones de desarrollo son Pilbara (Australia Occidental), Gladstone (Queensland) y Tasmania, donde confluyen recursos solares, vientos costeros y cercanía a puertos para exportación. Las plantas más avanzadas incluyen:

•Asian Renewable Energy Hub (AREH) desarrolla megaproyecto en Pilbara de 26 GW, que planea generar hidrógeno y amoníaco verde para exportar a Asia, con inversión estimada en USD 35.000 millones.

•Gladstone Hydrogen Project está desarrollado por Sumitomo y Stanwell, busca producir 200.000 toneladas anuales de hidrógeno, el equivalente a más de 1.000 millones de litros de eFuel, con proyecciones de facturación de USD 1.800 millones al año.

•Tasmania Green Hydrogen Hub que esta enfocado en energía hidroeléctrica y eólica, con una inversión inicial de USD 700 millones, liderado por Fortescue Future Industries (FFI).

A pesar del volumen y la inversión, más del 90 % del hidrógeno australiano está orientado a exportación en forma de amoníaco. No hay una estrategia clara de uso interno ni de industrialización. El modelo sigue siendo el mismo que con el gas o el litio: enviar el recurso, cobrar por tonelada, y dejar la industria en manos de otros.

China y Japón son los principales clientes en potencia. Empresas como JERA, Mitsubishi, Sinopec y PetroChina han firmado memorandos de entendimiento para asegurar compras a largo plazo. Australia garantiza volumen, estabilidad política y puertos funcionales. Pero no tiene tecnología propia de electrólisis ni empresas estatales, ni refinación local de eCombustibles. Toda la cadena está en manos extranjeras.

El costo de producción del hidrógeno verde en Australia ronda los USD 2,5 a 4 por kilo, dependiendo de la fuente energética usada. Pero como exporta casi todo como amoníaco, el país recibe un valor intermedio y pierde control sobre los usos finales. Si Alemania refina y Japón consume, Australia solo extrae.

Tiene el viento, tiene el sol, tiene el agua. Pero no tiene estrategia industrial. Y en el siglo XXI, eso se llama dependencia disfrazada de potencia.

Alemania, ingeniería, metanol verde y liderazgo europeo

Alemania no tiene litio ni desiertos ni vientos extremos. Pero tiene algo más decisivo que es , ingeniería, planificación y soberanía tecnológica. En lugar de apostar a grandes volúmenes de extracción, apostó a dominar la conversión, la industria química y los combustibles sintéticos. Y lo está logrando.

Hoy, Alemania lidera la producción de eCombustibles en Europa y marca el estándar en proyectos de hidrógeno verde de alta eficiencia. Su foco no es exportar hidrógeno crudo, sino refinarlo y convertirlo en metanol verde, gasolina sintética o queroseno. Ahí está el valor agregado. Ahí está el poder.

Uno de los casos más simbólicos es la planta Haru Oni, ubicada en Chile pero diseñada y financiada en gran parte por Alemania. El metanol producido en Magallanes se envía directamente a puertos europeos para ser usado por Porsche, Bosch, Volkswagen y otras firmas que trabajan en la transición hacia motores carbono neutrales. Alemania no necesita tener el hidrógeno. Necesita controlarlo.

Dentro de su territorio, la planta más avanzada es la de Leuna (Sajonia-Anhalt), operada por Sunfire GmbH, en alianza con TotalEnergies y Siemens Energy. Esta planta utiliza electrolizadores de óxido sólido (SOEC), tecnología alemana de última generación, y produce más de 3.000 toneladas anuales de hidrógeno verde, equivalentes a unos 30 millones de litros de eFuel.

El valor comercial estimado de esa producción supera los USD 75 millones anuales, y el objetivo es duplicar esa capacidad hacia 2026. Otra planta clave es la de Schleswig-Holstein, que opera con energía eólica marina y está dedicada a producir queroseno sintético para aviación, con capacidad de hasta 8.000 toneladas anuales, es decir, más de 90 millones de litros de combustible limpio para aviones.

La inversión total del Estado alemán en hidrógeno verde y combustibles sintéticos supera los USD 9.000 millones entre 2020 y 2024, y el plan nacional prevé USD 18.000 millones más hasta 2030. El gobierno federal ha creado subsidios cruzados, incentivos fiscales, fondos de investigación y un sistema de compras garantizadas para que los nuevos combustibles tengan mercado.

Alemania no juega sola. Participa activamente en consorcios internacionales como el que incluye a Chile, Namibia y Arabia Saudita, asegurando el abastecimiento global de hidrógeno sin tener que extraerlo directamente. Su rol es el de procesador, refinador y comprador con valor agregado. Es decir, el rol que en el siglo XX jugaron las petroleras.

Mientras otros países discuten si nacionalizar o no el recurso, Alemania ya se posicionó para dominar el nuevo ciclo energético sin tener reservas bajo sus pies. Lo hace con ingeniería, con alianzas y con visión.

En la geografía del hidrógeno, no gana el que tiene más desierto. Gana el que diseña, el que refina, el que vende el producto final. Alemania entendió eso hace una década. Y ya va varios pasos adelante.

Chile y su oportunidad histórica

Chile no tiene que elegir entre sol o viento, tiene ambos. En el norte grande, el Desierto de Atacama es la zona con mayor radiación solar del planeta. Y en el sur extremo, Magallanes posee uno de los vientos más constantes y potentes del hemisferio sur. Esa doble condición hace de Chile un candidato natural a transformarse en potencia mundial del hidrógeno verde. Pero aún no lo es.

Hoy el país tiene apenas una planta piloto en operación, la de HIF Patagonia pero cuenta con más de 40 proyectos en diferentes etapas de evaluación ambiental, permisos o diseño conceptual. De concretarse un tercio de ellos, Chile podría instalar 25 GW de capacidad de electrólisis antes de 2035, lo que permitiría producir anualmente más de 3 millones de toneladas de hidrógeno verde equivalentes a cerca de 30.000 millones de litros de eCombustibles.

Aquí tenemos una selección de 8 proyectos relevantes de hidrógeno verde en Chile, con datos claves que son inversión, capacidad, facturación estimada y propiedad, que entregan la importancia de esta energía, eso si en manos de inversionistas con Estado chileno ausente..

1. HIF Haru Oni (Magallanes)
Inversión USD 78 millones
Producción anual 130 mil litros de e-gasolina y 750 mil litros de metanol
Facturación estimada entre USD 6 y 7 millones al año
Propietario HIF Global con Porsche, Enel, Siemens y ExxonMobil

2. HIF Cabo Negro (Magallanes)
Inversión proyectada sobre USD 850 millones
Producción hasta 14 millones de litros de e-combustibles al año
Facturación proyectada sobre USD 150 millones anuales
Propietario consorcio internacional HIF Global

3. ENGIE H2 Magallanes
Inversión estimada USD 3.000 millones
Producción proyectada 880 mil toneladas de amoníaco verde al año
Facturación esperada sobre USD 2.000 millones por año
Propietario ENGIE (Francia)

4. AME Andes Renovables (Atacama)
Inversión estimada USD 600 millones
Capacidad de electrólisis 200 MW
Producción más de 100 mil toneladas anuales
Propietario AME junto a socios internacionales

5. HIF Tal Tal (Antofagasta)
Inversión anunciada USD 1.400 millones
Producción más de 1 millón de toneladas de e-combustibles al año
Facturación proyectada sobre USD 1.000 millones
Propietario HIF Global

6. ENEL Green Power (Antofagasta)
Inversión estimada USD 1.000 millones
Capacidad de electrólisis 600 MW
Producción anual 50 mil toneladas
Propietario ENEL Chile (filial italiana)

7. Total Eren y Free Power (Arica y Parinacota)
Inversión proyectada USD 2.000 millones
Producción 350 mil toneladas de amoníaco verde
Facturación estimada USD 1.500 millones por año
Propietarios Total Eren (Francia) y Free Power (Chile)

8. Mainstream Renewable Power (Atacama y Coquimbo)
Inversión cercana a USD 850 millones
Capacidad proyectada 500 MW
Producción más de 200 mil toneladas anuales
Propietario Aker Horizons (Noruega)

El valor comercial de esa producción superaría los USD 60.000 millones anuales, lo que equivale a más del 20 % del PIB actual del país. Incluso si se concreta la mitad de esa capacidad, Chile podría duplicar sus exportaciones mineras solo con combustibles verdes. Pero hoy no hay infraestructura para mover esa energía, ni puertos adecuados, ni red de almacenamiento ni logística interna.

El Plan Nacional de Hidrógeno Verde, lanzado en 2020, establece metas ambiciosas: ser el productor más barato del mundo para 2030, exportador relevante para 2040, y centro industrial continental antes de 2050. Pero esas metas hoy solo existen en PowerPoint. No hay empresa nacional. No hay subsidios serios. No hay garantías de compras estatales. No hay estrategia de uso interno para descarbonizar minería, transporte o ciudades.

Chile sigue atrapado en la lógica de siempre. La lógica de extraer y vender, pero sin transformar. La lógica de atraer capital privado, pero sin construir soberanía. La lógica de esperar que el mercado resuelva lo que solo una política industrial puede articular. Mientras Alemania instala refinadoras y Australia firma contratos, Chile sigue entregando permisos de forma dispersa y sin coordinación nacional.

Y lo más grave es que si no se establece una empresa pública del hidrógeno verde, el país podría repetir exactamente el mismo modelo que lo condenó con el litio y el cobre. Una matriz energética nueva no sirve de nada si reproduce la estructura de dependencia antigua.

Chile tiene viento y tiene sol. Tiene agua en el mar y tecnología en sus universidades. Tiene puertos, corredores logísticos y capacidad industrial dormida. Lo que no tiene es decisión estratégica. Y en el siglo XXI, eso puede costar más que el petróleo perdido del siglo XX.

Cifras globales del hidrógeno verde

El hidrógeno verde ya no es una promesa futura. Es un mercado activo, con plantas operativas, contratos firmados, corredores energéticos en formación y miles de millones de dólares en juego. Aunque aún representa una fracción menor del consumo energético global, su crecimiento es el más acelerado de todas las fuentes limpias. Y su impacto geopolítico ya se empieza a notar.

A inicios de 2024, el mundo cuenta con aproximadamente 780 MW de capacidad instalada en plantas de electrólisis operativas dedicadas al hidrógeno verde. Esto equivale a una producción anual cercana a las 200.000 toneladas, o alrededor de 2.000 millones de litros de eCombustibles si se convierte en metanol o derivados. A pesar de su escala aún reducida, la velocidad del crecimiento es histórica: en 2019, esa cifra era de apenas 20 MW.

El valor comercial de esa producción ronda los USD 500 millones anuales, pero se proyecta que el mercado global del hidrógeno verde supere los USD 250.000 millones hacia 2030, según BloombergNEF. Solo en 2023 se anunciaron proyectos por más de USD 70.000 millones en 30 países distintos. Y se espera que la capacidad instalada supere los 134 GW en seis años, una cifra que requerirá multiplicar por 180 la infraestructura actual.

Los países que lideran hoy el desarrollo del hidrógeno verde a escala industrial, por capacidad operativa, permisos vigentes y proyección comercial, son:

•China, con 33 % de la capacidad instalada global. Líder en manufactura de electrolizadores, con más de 250 MW operativos y 30 proyectos piloto en expansión.

•Alemania, con 15 %, con plantas de eCombustibles de alta eficiencia y fuerte subsidio estatal.

•Australia, con 12 %, con más de 70 proyectos en desarrollo y grandes alianzas exportadoras con Asia.

•Estados Unidos, con 10 %, impulsado por la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) que entrega subsidios directos por kilo producido.

•Emiratos Árabes y Arabia Saudita. con 7 %, como parte de su reconversión energética.

•Francia, Japón, Corea del Sur, con 5 % combinados, con enfoque tecnológico y logístico.

•Chile, con 1 %, con una planta piloto y una cartera robusta pero aún no concretada.

En términos corporativos los actores dominantes del mercado incluyen a:

• Siemens Energy (Alemania)
• Cummins y Plug Power (Estados Unidos)
• ITM Power (Reino Unido)
• NEL ASA (Noruega)
• Longi y Sinopec (China)
• Fortescue Future Industries (Australia)

Estas empresas controlan gran parte de la producción de electrolizadores, plantas piloto, contratos de amoníaco verde y la ingeniería de integración. El mapa no es solo estatal. Es también corporativo. Y como pasó con el petróleo, los que controlen las válvulas de producción y transporte del hidrógeno verde controlarán la transición energética.

Hoy hay cerca de 120 plantas de hidrógeno verde operando en el mundo, y más de 1.000 en planificación o construcción, desde instalaciones piloto de 1 MW hasta megaproyectos de más de 10 GW. El cambio ya empezó. Pero no será equitativo si los países productores no intervienen con políticas públicas que aseguren soberanía tecnológica, participación nacional y retorno real de beneficios.

Las cifras son claras. El hidrógeno verde avanza, el mercado existe, la infraestructura se multiplica. Lo único que falta es voluntad política para que no termine en las manos de los mismos de siempre.

Energía verde. Cuanto pesa hoy y cuánto falta aún.

La energía verde ya no es marginal. Pero todavía no es dominante. En 2024, las fuentes renovables representan el 31 % de la generación eléctrica mundial, según datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA). El otro 69 % sigue dependiendo de combustibles fósiles: carbón, gas y petróleo.

De ese 31 % renovable, la mayor parte proviene de hidroelectricidad (con un 16 % del total mundial), seguida de la eólica (8 %) y la solar (5 %). El resto lo aportan la biomasa, la geotermia y fuentes menores. Aunque las cifras han mejorado, el avance es desigual y lento en muchas regiones.

En términos de inversión, el mercado global de energías renovables movilizó más de USD 570.000 millones en 2023, incluyendo proyectos solares, eólicos, hidroeléctricos y de hidrógeno verde. De ese total, USD 135.000 millones fueron solo para solar, y otros 105.000 millones para eólica. El hidrógeno verde aún representa una fracción menor, pero su curva de crecimiento es exponencial.

El ranking de países con mayor generación eléctrica renovable es liderado por:

•China, con 32 % de la energía que genera ya proviene de renovables. Es el país con mayor capacidad instalada solar y eólica del mundo.

•Brasil, con 85 % de su matriz eléctrica es renovable, gracias a su dominio en hidroeléctrica y expansión solar.

•Alemania, con 51 % de su electricidad proviene de renovables. Líder europeo en solar y eólica terrestre.

•España con 50 %, con fuerte inversión en solar y nueva capacidad eólica.

•India con 23 %, pero con planes agresivos de expansión solar en el norte y oeste del país.

•Chile, con 28 % de su matriz eléctrica es renovable. Lidera en Latinoamérica en solar per cápita, pero con baja inversión estatal.

Las regiones con menor avance en renovables son Asia Central, África subsahariana (excepto Sudáfrica y Marruecos), y países petroleros de Medio Oriente que aún subsidian fuertemente los combustibles fósiles.

Los vacíos no son tecnológicos. Son políticos. Las barreras principales siguen siendo:

•Falta de marcos regulatorios sólidos.

•Subvenciones activas a combustibles fósiles (más de USD 800.000 millones en 2022).

•Falta de acceso a financiamiento verde para países en desarrollo.

•Oposición de lobbies energéticos tradicionales.

El objetivo de descarbonización acordado en París exige que el mundo alcance al menos un 59 % de generación eléctrica renovable antes de 2040. Para lograrlo, las inversiones anuales deberían superar los USD 1,5 billones a partir de 2026. Pero hoy esa meta aún está lejos. Si no se acelera la transición, el calentamiento global seguirá aumentando aunque exista la tecnología para frenarlo.

No se trata solo de producir energía limpia, se trata de desmantelar la dependencia sucia. Y hasta ahora, el ritmo no alcanza.

El petróleo en retroceso y cuándo lo reemplazamos?

El mundo quema hoy más de 100 millones de barriles de petróleo por día. Esa cifra no ha bajado, ni siquiera tras pandemias o acuerdos climáticos. Lo que ha cambiado es la narrativa. Ahora se habla de descarbonización, de transición, de hidrógeno verde, de solar, de eólica. Pero la matriz fósil sigue intacta. Y cada día de demora en sustituirla se mide en emisiones, en dólares y en vidas.

Según proyecciones de la Agencia Internacional de Energía, para que el mundo cumpla sus compromisos climáticos mínimos, las energías limpias deberían superar el 59 % de participación en la matriz energética global antes de 2040. Eso no significa solo electricidad. Significa transporte, calefacción, industria, minería, alimentos. Es decir, todo.

Hoy, las renovables apenas cubren el 31 % de la generación eléctrica y menos del 17 % de toda la energía primaria que consume el planeta. Para alcanzar la meta del 59 %, la inversión anual debería multiplicarse por tres en menos de cinco años. Se necesitarían más de USD 1,5 billones cada año solo en energías limpias. Y eso sin contar infraestructura de redes, almacenamiento, reconversión industrial y subsidios de transición.

Las barreras no son tecnológicas. Ya existen los sistemas para producir energía limpia a gran escala. Lo que no existe es voluntad política global para acelerar el reemplazo. Estados Unidos aún subsidia con más de USD 40.000 millones al año a su industria petrolera. Arabia Saudita defiende el crudo como fuente legítima de desarrollo. Y China, aunque lidera en renovables, también es uno de los mayores consumidores de carbón del mundo.

Hay tres escenarios posibles, todos distintos.

•Escenario 1. Transición optimista
Las renovables superan el 59 % de la matriz eléctrica global en 2038. El petróleo comienza a caer en 2030 y deja de ser dominante hacia 2045. Requiere cooperación global, impuestos al carbono y reconversión industrial masiva.

•Escenario 2. Inercia controlada
Las renovables alcanzan el 50 % recién en 2045. El petróleo sigue siendo dominante hasta 2050. Se reduce la velocidad del colapso climático, pero no se evita del todo. Las regiones pobres quedan fuera de la transición.

•Escenario 3. Continuismo fósil
El petróleo sigue liderando hasta 2070. Las inversiones limpias crecen, pero no compensan el aumento de la demanda global. El planeta supera los 2,5 °C de calentamiento. Las consecuencias son irreversibles.

La realidad actual se parece más al segundo escenario. La transición avanza, pero demasiado lento. El petróleo no está retrocediendo. Solo está siendo maquillado. Mientras tanto, las grandes petroleras –Shell, ExxonMobil, Aramco, Chevron– siguen anunciando utilidades récord y nuevos campos de exploración.

El hidrógeno verde puede ser un punto de quiebre. Pero si no va acompañado de una ruptura política y económica con el viejo modelo energético, será solo un producto más en manos del mercado. Y el mercado no cambia el mundo. Solo lo vende.

La transición energética no será una línea recta, será una disputa. Y como toda disputa, tendrá ganadores, perdedores y traidores.

El mapa energético que se está redibujando ahora

El mundo ya no gira solo en torno al petróleo. Se está redibujando el mapa energético global, pero no con guerras abiertas, sino con inversiones, tratados y contratos de largo plazo. El hidrógeno verde es el nuevo territorio en disputa. No hay bombas, pero sí mapas secretos. No hay ejércitos, pero sí corporaciones. Y los que dominan hoy, no son necesariamente los que tienen más viento o más sol. Son los que controlan el diseño, la industria y la geopolítica.

China lidera la fabricación de electrolizadores, refina el litio, y ahora avanza sobre la cadena del hidrógeno con tecnología propia, financiamiento estatal y presencia estratégica en África, Asia Central y América Latina. No necesita tener todos los recursos. Le basta con controlarlos. LONGi y Sinopec son las nuevas Shell y BP. Pero con paciencia asiática y expansión financiera silenciosa.

Alemania no produce mucho hidrógeno verde, pero lo convierte en valor agregado. Refina, sintetiza, convierte y vende. Tiene la industria, los subsidios, la ingeniería y el respaldo de la Unión Europea. Y lo más importante: tiene visión de largo plazo. Con cada litro de eCombustible que entra por Hamburgo o Róterdam, Europa se asegura de no depender de Rusia ni del Golfo.

Estados Unidos reacciona con la billetera. A través de la Ley de Reducción de la Inflación, ofrece subsidios directos de hasta USD 3 por kilo de hidrógeno verde producido, buscando atraer fábricas, inversiones y evitar que China domine el siglo energético. Pero no lidera en tecnología, ni en eficiencia. Lidera en lobby y en capital.

Australia sigue siendo lo que siempre ha sido y es el supermercado de materias primas del mundo. Tiene proyectos gigantescos, pero todos diseñados para exportar hidrógeno como amoníaco hacia Asia. No refina. No transforma. No regula. Solo entrega.

Chile, por su parte, aún no decide. Tiene el viento del sur y el sol del norte. Tiene agua de mar, puertos, y empresas interesadas. Pero sigue operando como proveedor y no como potencia. La única planta operativa está en manos extranjeras. No hay empresa estatal. No hay ley nacional de hidrógeno. No hay protección sobre el recurso. Solo promesas, permisos y PowerPoints.

El nuevo mapa energético se juega ahora. No cuando todas las plantas estén construidas. No cuando ya sea tarde. Los tratados que se firman hoy decidirán quién controla los combustibles del siglo XXI. Y si América Latina no actúa, volverá a ser la despensa de otros.

No se trata solo de generar energía limpia. Se trata de construir poder limpio. Y ese poder no se exporta en bidones. Se construye en casa.

No se ve, pero está en juego todo

El hidrógeno verde no se ve. No brilla, no pesa, no deja rastros. Pero en silencio, está moviendo las decisiones estratégicas de los países más poderosos del planeta. Está reconfigurando alianzas, financiando proyectos, marcando la pauta industrial del siglo XXI. No es una moda. Es una carrera. Y ya empezó.

El oro invisible del siglo XXI no saldrá de una mina. Saldrá de una planta de electrólisis. No se venderá en lingotes, se comprimirá en tanques. No financiará dictaduras, pero puede consolidar nuevas dependencias. Y si los países del sur no reaccionan, lo volverán a perder todo. Primero el salitre. Después el cobre. Luego el litio. ¿Y ahora también el hidrógeno?

Chile tiene lo necesario para estar en la primera línea. No como proveedor, sino como potencia. Tiene los recursos, la geografía, la experiencia industrial y el capital humano. Lo que falta no es tecnología, es decisión. Y si esa decisión no se toma desde el Estado, será tomada por otros. Por empresas extranjeras. Por fondos de inversión. Por intereses que no miran el país, sino el margen de ganancia.

No hay tiempo para vacilaciones. No se puede entregar el hidrógeno como se entregó el litio. No se puede repetir el modelo de concesiones sin control. No se puede seguir creyendo que el mercado se autorregula. Porque el mercado no piensa en Chile. Solo piensa en contratos.

Este no es solo un debate energético, es un debate político. El que controle el hidrógeno verde en los próximos 20 años, controlará la industria, el transporte, la alimentación, el comercio global. Controlará el futuro.