La actual campaña política chilena asociada a las próximas elecciones, se caracteriza por: 1) tratarse de 4 elecciones simultáneas, la de constituyentes o convencionales, de gobernadores, de alcaldes y concejales; 2) la altísima cantidad de candidatos, la inmensa mayoría desconocidos para los mortales de a pie; 3) el alto número de candidatos independientes, o que postulan como tales; 4) la gran cantidad de candidatos que ocultan su militancia partidaria; 5) desarrollarse en pleno apogeo de una pandemia que se resiste a decaer; y 5) comprometer cuantiosos recursos monetarios.

No deja de sorprender este súbito interés electoral, incluso de parte de quienes abominan de la política, particularmente de quienes en su fuero interior quisieran que no hubiesen elecciones. Son quienes prefieren que apareciera algún “salvador” que nos ahorrara la realización de elecciones periódicas que solo abren espacio para que una chusma ignorante se haga partícipe de decisiones en el ámbito público. Resignados a que tengan lugar las elecciones quienes históricamente han tenido el sartén por el mango, se han lanzado al ruedo con el propósito de no perder los espacios de poder que poseen desde los tiempos de la colonia. Cuando en ocasiones han perdido tales espacios, no han dejado de recuperarlos con creces, sacando los aprendizajes correspondientes.

En esta columna me centraré en los recursos monetarios comprometidos, tanto los de origen público como privado, particularmente de estos últimos. Respecto de los primeros, no deja de llamar la atención que tales aportes sean directamente proporcionales a la votación alcanzada en las elecciones más recientes, esto es, a mayor cantidad de votos, mayor es el aporte público que reciben. Lo señalado implica que los partidos más grandes tienen derecho a recibir mayor cantidad de fondos públicos para financiar sus campañas políticas. Es como si en una carrera de 1000 metros, a unos se les permite partir de más adelante o antes de tiempo, y a otros, desde más atrás o después que otros. Estimo que todos los partidos políticos legalmente establecidos, una vez cumplidos los requisitos exigidos para su formación, debieran tener acceso a la misma cantidad de recursos públicos, la misma cantidad de tiempo en los medios de comunicación masivos, etc.

Respecto de los aportes privados a la campaña resulta desvergonzada la nómina de los principales donantes. Sin duda que no se trata de algo nuevo, por cuanto siempre han existido bajo cuerda, con la ventaja de que ahora son de conocimiento público. Es un avance, pero ello no quita la distorsión que ella genera en la capacidad de difusión de los mensajes que los distintos candidatos desean entregar a la población. Al revisar la nómina de los donantes, ellos tienden a ser de lustrosos apellidos, cuyos discursos proclaman la intensificación de la competencia, pero que con sus apoyos financieros terminan reduciendo la competencia política.

Mal que mal con plata se compran huevos. Por lo demás, cuesta creer que tales aportes económicos sean por bolitas de dulce. Al observar quiénes son los candidatos más beneficiados, particularmente a aquellos que postulan a la convención constituyente, uno no puede sino pensar que es para defender sus propios intereses antes que el bien común. O bien, que confunden sus propios intereses con los nacionales, fenómeno por lo demás bastante frecuente.

Lo señalado se confirma al conocer las cifras comprometidas. Que haya candidatos recibiendo aportes privados por sobre $ 100 millones y otros por debajo de dicha cifra puede hacer la diferencia en el resultado electoral. Por suerte la correlación no es lineal, y se han dado casos de que han salido derrotados candidatos con mayores aportes, pero desafortunadamente no es la norma.

Por lo expuesto, para reducir la influencia del dinero en la política, en los procesos electorales, con miras a al fortalecimiento de la democracia, es indispensable una ciudadanía crítica, reflexiva, capaz de sustraerse a los cantos de sirena con que diariamente nos bombardean. ¿Cuál es la idea? Que no sea el dinero el que haga la diferencia, sino que la competencia de ideas.

 

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