El mundo no está entrando en una zona gris del derecho internacional. Está saliendo de él. Lo que se está consolidando no es una anomalía, ni un “momento de tensión”, ni una excepción justificada por coyunturas geopolíticas: es una normalización del saqueo, ejecutada por Estados que se autoproclaman garantes del orden global mientras lo desmantelan pieza por pieza. El mar —ese espacio que durante décadas fue símbolo de regulación, comercio y cooperación— vuelve a ser escenario de fuerza desnuda.

No se trata de una regresión caótica, sino de algo peor: una regresión administrada, revestida de tecnicismos legales, sellos judiciales nacionales y comunicados pulcros. Una piratería que ya no necesita banderas negras porque opera bajo pabellones oficiales. Una piratería que no se esconde, sino que se justifica.

Pero la piratería ahora se viste de traje jurídico, si bien en la práctica se trata siempre de atrapar y atracar un barco. La piratería clásica era burda: bandera negra, abordaje, saqueo. La piratería 2.0 es más sofisticada: usa tribunales nacionales como coartada. Se reviste de lenguaje técnico (“sanciones”, “cumplimiento normativo”). Opera con fuerza militar estatal, no con corsarios. Pero el núcleo es el mismo: apropiarse por la fuerza de lo que no es propio. Eso es robar. La diferencia es que ahora el botín se llama petróleo, gas, minerales estratégicos, rutas marítimas, cables, puertos, infraestructuras.

Y así pasamos de un plumazo del orden basado en reglas al orden basado en «quién puede».

Cuando las reglas no son universales, no son simétricas, no se aplican al poderoso, dejan de ser reglas y el mensaje que se emite al sistema internacional es brutalmente claro: si eres fuerte, puedes. Si eres débil, te aguantas. Eso no es derecho internacional. Eso es neofeudalismo marítimo.

Y uno de los tantos riesgos, por decirlo suave, es el eventual efecto de contagio. En realidad,  más que un riesgo es el verdadero peligro. ¿Pueden siquiera imaginarlo? La piratería 2.0 no se queda contenida, porque cuando una potencia roba y no paga costos reales: otros imitan, los estándares se erosionan, la violencia se normaliza. Y entonces tenemos que Estados Unidos roba y roba, Irán intercepta, Rusia bloquea, China protege rutas con fuerza, actores no estatales reaparecen. No porque sean “malos”, sino porque el árbitro rompió el silbato.

Entonces vamos volviendo al mar como zona de nadie, porque, históricamente, cuando el derecho cae el mar vuelve a ser territorio salvaje, las rutas se militarizan, el comercio se encarece, los pueblos pagan. Eso ya lo vivimos entre los siglos XVI y XVIII. Ahora vuelve, pero con satélites, drones y narrativas “legales”.

Podría concluir, sin adornos, que sí, vamos camino a una piratería 2.0. No porque falten normas, sino porque los poderosos decidieron que no les aplican. Estados Unidos está jugando en el límite del precipicio. Y cuando el derecho deja de proteger a todos, lo que queda no es orden,
es saqueo organizado.

Mi intuición no es alarmista.
Es histórica. Y, lamentablemente, bastante lúcida.