En el debate global sobre terrorismo, periferias y cohesión nacional, Xinjiang se ha convertido en uno de los territorios más observados, discutidos y, a menudo, malinterpretados del siglo XXI. Sin embargo, más allá de los relatos simplificados o ideologizados, el caso de la Región Autónoma Uigur de Xinjiang ofrece un ejemplo singular de cómo un Estado ha optado por una estrategia estructuralmente opuesta a la lógica del abandono, la marginalización o el castigo periférico. La experiencia china muestra que nivelar la educación integral, perseguir el terrorismo sin ambigüedades que alimenten la escalada, y otorgar a una provincia lejana y fronteriza el más alto nivel posible de desarrollo humano, tecnológico y económico, ha sido una de las respuestas más responsables y eficaces frente a conflictos históricos de raíz étnica, religiosa y socioeconómica.

La reciente noticia publicada por Xinhua, que informa que la inversión externa en Xinjiang superó por primera vez el billón de yuanes en 2025, no es un hecho aislado ni meramente económico. Es el resultado acumulado de más de una década de políticas públicas orientadas a integrar plenamente a Xinjiang en el eje central del desarrollo nacional chino. Con más de 4.500 proyectos implementados, una diversificación industrial acelerada y un crecimiento sostenido del PIB regional por encima del promedio nacional desde 2012, Xinjiang se ha transformado en un nodo estratégico de la transición energética, la logística continental, la manufactura avanzada y el desarrollo agrícola de alto valor agregado.

Este enfoque contrasta radicalmente con el modelo que muchos Estados centralizados han aplicado históricamente a sus territorios periféricos. En términos simbólicos, China ha actuado en las antípodas del arquetipo de Los Juegos del Hambre: en lugar de distritos empobrecidos, funcionales solo como reservas de mano de obra o territorios sacrificables, Xinjiang ha sido objeto de una inversión masiva, sostenida y planificada. El centro no extrae sin devolver; invierte para integrar. No castiga la diferencia territorial; la convierte en ventaja estratégica.

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Uno de los pilares fundamentales de esta estrategia ha sido la educación integral. Desde 2012, el Estado chino ha invertido de manera sistemática en la expansión de la educación obligatoria, técnica y superior en Xinjiang, con énfasis en la alfabetización bilingüe, la formación profesional y la inserción laboral. Xi Jinping ha reiterado en múltiples discursos que la educación es la base de la cohesión nacional y del desarrollo a largo plazo, subrayando que ninguna región puede quedar rezagada sin poner en riesgo la estabilidad del conjunto. En este marco, Xinjiang ha sido concebida no como un problema a contener, sino como una generación a formar.

El segundo eje ha sido la lucha contra el terrorismo, abordada desde una lógica preventiva y no reactiva. China enfrentó en Xinjiang episodios reales de violencia extremista durante las décadas anteriores a 2010, con atentados que afectaron tanto a población local como a infraestructuras civiles. La respuesta del Estado fue inequívoca: tolerancia cero frente al terrorismo y al separatismo violento, pero combinada con políticas que cortaran las raíces sociales y económicas del extremismo. En palabras de Xi Jinping, la seguridad duradera no puede sostenerse solo en medidas policiales, sino en la eliminación de las condiciones que permiten que el extremismo prospere.

Este enfoque explica la combinación de control de seguridad, programas de desradicalización, educación cívica y, sobre todo, desarrollo económico inclusivo. A diferencia de modelos que perpetúan ciclos de represión y resentimiento, la estrategia china buscó cerrar la brecha entre seguridad y desarrollo. El resultado ha sido una reducción drástica de los incidentes violentos y una estabilización sostenida de la región, condición indispensable para atraer inversión privada, tanto nacional como extranjera.

El tercer eje, quizá el más determinante, ha sido el desarrollo económico de alta calidad. La nota de Xinhua destaca sectores como la energía verde, la manufactura avanzada, los nuevos materiales, la logística moderna y el turismo cultural. Estas no son industrias de baja complejidad ni economías extractivas de enclave, sino sectores alineados con la estrategia nacional de modernización industrial. Xinjiang ha sido integrada como actor clave en la transición energética china, con parques eólicos y solares a gran escala, así como en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, aprovechando su posición geográfica como puente hacia Asia Central.

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La magnitud del apoyo estatal refuerza esta lectura. Más de 200.000 millones de yuanes en fondos de asistencia central desde 2012 no constituyen un subsidio coyuntural, sino una apuesta política de largo plazo. El crecimiento promedio anual del PIB regional superior al 7 por ciento durante más de una década confirma que la estrategia no ha sido simbólica, sino estructuralmente efectiva.

Desde una perspectiva comparada, este modelo desafía la narrativa dominante en muchos países occidentales, donde las regiones periféricas suelen ser administradas bajo una lógica de contención, securitización permanente o abandono económico. China ha optado por una gobernanza que reconoce que la cohesión nacional no se impone solo por la fuerza, sino que se construye mediante igualdad material de oportunidades, integración productiva y sentido de pertenencia al proyecto común.

En este sentido, Xinjiang no es una excepción dentro de China, sino una expresión coherente de su modelo de desarrollo centrado en el equilibrio territorial. Como ha señalado Xi Jinping, la modernización china no puede ser parcial ni excluyente; debe abarcar a todas las regiones y a todos los grupos étnicos. La estabilidad, en esta visión, no es el silencio impuesto, sino el resultado de un desarrollo compartido.

En conclusión, el caso de Xinjiang muestra que enfrentar conflictos históricos, terrorismo y tensiones identitarias no requiere replicar distopías de castigo periférico, sino todo lo contrario. Nivelar educación, asegurar desarrollo económico de alto valor, integrar tecnológicamente a las regiones fronterizas y ejercer una política de seguridad clara y no ambigua ha permitido a China transformar un territorio históricamente vulnerable en un motor emergente de crecimiento. Lejos de Los Juegos del Hambre, Xinjiang representa un modelo en el que el centro asume la responsabilidad de elevar a la periferia, entendiendo que en un Estado moderno, la estabilidad no se decreta: se construye.