Kiev permanece en un estado de quietud interior, aunque la vida vuelve gradualmente a sus calles. La ciudad coexiste con la guerra: los paisajes, las costumbres y los ritmos están cambiando, y una escucha atenta del silencio te permite percibir la tensión en sus calles. Incluso viniendo de una breve visita, desde alguna otra ciudad, te recuerda la presencia de la guerra en cada detalle. Yuliia Huz, periodista en “primera línea”, comparte su perspectiva sobre cómo la guerra se ha convertido en el telón de fondo de la vida cotidiana en Kiev.
Mi juventud es aterradora: me obliga a vivirla demasiado rápido y, al mismo tiempo, muere demasiado pronto. Mi juventud hace que sienta cómo la confianza se desmorona bajo mis pies, pintándolo todo de gris. Cuanto más sé, más se amplía el horizonte, y más claro queda: no sé nada.
Cuando era pequeña, a veces imaginaba que tendría que elegir solo una cosa entre todo lo que poseía —aquella que se quedaría conmigo para siempre. ¿Qué elegiría hoy?
El 13 de abril de 2022 fue el día más feliz de mi vida —el día en que regresé a mi casa en Kiev después de la evacuación de la ciudad, cuando en febrero era peligroso vivir debido al avance del ejército ruso. En los primeros meses después de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, todo lo que una vez pareció la base de mi vida adolescente se derrumbó. Sin embargo, a mi vuelta, la casa seguía en pie: su imagen era un ancla y la esperanza de volver allí daba sentido a mi vida. En mi mente, no dejaba de repasar las paredes de las habitaciones y los detalles familiares. Imaginaba dónde estaba colocado todo, tocaba la guitarra en mi imaginación. No tenía una utilidad práctica, pero mi casa se convirtió en mi esperanza —algo profundamente personal, algo que nadie podía quitarme, sin importar lo que sucediera a mi alrededor.
Aquellas seis semanas de evacuación pasadas en Khmelnytskyi parecieron interminables —primero pasaron dos días, luego una semana, que luego fueron tres. Era un limbo entre mundos, no estaba segura de si avanzar o simplemente esperar para volver. La planificación de mi vida se redujo a minutos, luego se amplió a horas, y en marzo el alcance se extendió a un solo día. Porque te despiertas por la mañana, pero no eres capaz de imaginar el día siguiente.
Regreso a Kiev: una ciudad congelada por la guerra

Erizos antitanque en Kiev, 30 de marzo de 2025. Andriy Dubchak / Frontliner
Tras el regreso de la evacuación, Kiev parecía vacía. Hacía frío y, debido a las heladas tardías, los árboles aún no habían florecido. Así es como recuerdo el mes de abril de 2022 en Kiev: congelada —esperando noticias, escuchando explosiones que poco a poco se hicieron menos frecuentes y luego casi desaparecieron. Con la llegada del calor, los árboles florecieron y las calles se fueron llenando gradualmente de gente, pero la extraña sensación de quietud permaneció. Todavía lo noto: erizos antitanques en las calles, monumentos envueltos para su protección, ventanas de edificios estratégicamente importantes cubiertas con sacos de arena. No todos regresaron. Los árboles ya no florecen como antes. Kiev ha cambiado para siempre: se ha convertido en parte de la guerra y ahora se mueve al unísono con ella.
Kiev antes y después de la invasión: el ritmo que desapareció
No siempre fue así —antes no había lugar para el silencio en Kiev. La ciudad estaba en constante movimiento, siempre empujándote hacia algún sitio. Cada vez que volvía a Kiev, me impresionaba su ritmo frenético: tan llena de vida, el sonido de los cláxones, de la multitud en las estaciones de metro, del resplandor de las luces y de un movimiento que parecía no cesar nunca. Y sin embargo, dentro de esa misma ciudad, había ternura —el verde de los árboles, barrios casi rurales y calles estrechas y escondidas.
Quizás la quietud comenzó incluso antes de la invasión a gran escala. En octubre, la idea de la guerra parecía irreal. Había preocupaciones más inmediatas y cotidianas, y por tanto más importantes: como la falta de carriles bici, o la falta de plazas de aparcamiento. Pero con la llegada del frío en noviembre, una incomodidad comenzó a extenderse por la ciudad y, después de Año Nuevo, el ritmo habitual de Kiev se desvaneció.
La espera se transformó en inmovilidad, como si la ciudad estuviera conservando sus fuerzas. Cuando llegaron las primeras explosiones, esa energía se orientó hacia el exterior como defensa. Y cuando el ejército enemigo se retiró, renunciando a conquistar la ciudad, todo se paralizó y ya, desde entonces, todo ha permanecido así.

Monumento a Volodymyr el Grande, protegido de los bombardeos, y vista de la orilla izquierda de Kiev, Ucrania, 26 de marzo de 2022. Mykhaylo Palinchak
Estaciones sin propósito: cómo la guerra cambió la percepción del tiempo
La primavera de aquel año llegó lentamente. El tiempo reflejaba el momento, alargando los días y manteniendo la ciudad inmóvil. Cuando finalmente llegó el calor, quedó claro que ya no traía consuelo, ni vida: los árboles comenzaron a florecer y, sin embargo, las calles seguían vacías. Paso a paso, el verano se acercaba, pero en realidad las estaciones del año ya no eran relevantes.
Muchas de las personas que acabaron en Kiev a causa de la guerra se sintieron fuera de lugar. Eran fáciles de distinguir, iban perdidas, como niños. Mientras recorrían las calles, no tenían un destino real. Aquellos que habían regresado a casa intentaban fingir que todo era como antes. Se comportaban como si vivieran en tiempos de paz, pero no parecían muy convencidos.
Llegó el verano, sin embargo, parecía que el invierno aún persistía, y que el calor era solo un espejismo temporal —agradable, sí, pero engañoso. Ese año, no recuerdo haber visto chicas por la calle con tacones altos y vestidos —en cambio, vi personas vestidas con ropa deportiva, preparadas para salir corriendo en cualquier momento.
Kiev ahora: una ciudad que vive a la sombra de la guerra
El verano terminó y mi vida de estudiante en Leópolis comenzó. Era una forma diferente de dejar mi casa —esta vez, con la promesa de un regreso. Comprendí que en otra ciudad no solo se podía vivir sin planes ni estabilidad, sino también descubrirse a uno mismo y aprovechar nuevas oportunidades. En otra ciudad, se podía amar, crecer y empezar a vislumbrar un futuro.
Desde aquel septiembre, solo he visto Kiev por breves momentos. Cada vez que la visito, me siento de manera diferente. Y, sin embargo, la quietud interior de la ciudad, su cualidad gélida, permanece. Cuanto más se prolonga la guerra, más difícil es conmoverse por ella. Es más, la guerra empieza a parecerte natural, y por tanto es más fácil ignorarla. La guerra se ha convertido en parte de la vida cotidiana de la ciudad, dejando incansablemente su huella grabada a fuego lento, tanto en las grandes transformaciones como en los detalles más ínfimos
Kiev es un hogar que puedes llevar en el corazón y al que regresar cuando los retos se vuelven demasiado grandes para afrontarlos. Aquí puedes esconderte de tu vida «adulta», de la ilusión de la independencia. Kiev es el regreso de una Leópolis relativamente «pacífica» a la guerra y a sus atributos. La ciudad de la infancia se ha transformado en una imagen de la realidad. Una realidad del yo auténtico, de una guerra presente y de un terreno sólido bajo mis pies. Esto se mantiene incluso cuando todo cambia tan rápido que es difícil aferrarse a algo. Incluso cuando todo se congela.
Texto: Yuliia Huz
Adaptado: Irena Zaburanna
(A veces, y no necesariamente, las opiniones de los reporteros de Frontliner coinciden con las nuestras, pero en sus reportajes saben ofrecer una perspectiva intensamente humana de un país en guerra y en el que la guerra corre el riesgo de ser fatalmente aceptada como una normalidad cotidiana de la vida. Esto ocurre también en realidad en los países de la OTAN, donde poco a poco se está legitimando la guerra como medio para resolver conflictos internacionales y el rearme como una necesidad que no puede discutirse. Mauro Carlo Zanella).













