“Cuando el Estado reprime la vida, resistir deja de ser protesta y vuelve a ser mandato.”
No es un conflicto por subsidios. Es el estallido de una historia que América Latina conoce de memoria. En Ecuador, los pueblos originarios no están reclamando beneficios. Están defendiendo el derecho a existir frente a un gobierno que decidió militarizar el hambre, blindar el extractivismo y criminalizar la memoria.
Esto no es una protesta. Es una autodefensa histórica contra un Estado que ya no escucha y que responde a la pobreza con fusiles.
No es solo Noboa. Es el modelo
El presidente Daniel Noboa eliminó el subsidio al diésel sabiendo que golpearía primero a los más pobres del país. En las zonas rurales, donde la pobreza alcanza al 41 por ciento de la población, un litro de combustible puede significar comer o no comer. Noboa no corrigió una distorsión. Ejecutó una decisión ideológica, que la vida rural es prescindible y que el mercado debe definir quién respira.
Lo hizo repitiendo la letra que se aplicó antes en Perú, Chile, Colombia. El manual es claro.
- Se sube el costo de sobrevivir.
- Se envía al ejército antes que al diálogo.
- Se acusa de terrorismo a quienes resisten.
- Se promete orden para los mercados mientras se normaliza el miedo.
Nada más moderno que la violencia administrada.
El gobierno cree que puede controlar la crisis con discursos de estabilidad macroeconómica y respaldo de los organismos multilaterales. Pero la economía que defiende no mide vidas, mide inversiones. Esa lógica de cifras sin rostros es la que está volviendo a incendiar el continente.
Los pueblos originarios no marcharon, se levantaron
La CONAIE no convocó una protesta simbólica. Declaró una defensa territorial. Se cerraron carreteras y se bloquearon pasos logísticos estratégicos. No como gesto, sino como barricada. Cuando los pueblos originarios actúan, no lo hacen por ideología, lo hacen por supervivencia.
La respuesta del gobierno fue inmediata y brutal. Miles de policías y militares desplegados. Amenaza televisada de Noboa y fue abrir todas las vías a cualquier costo. Como si un país fuera una carretera y no una nación con memoria. Como si permitir que el pueblo hablara fuera un acto de debilidad.
Las cifras ya no son rumor. Tres muertos, cientos de heridos y doscientos detenidos. Comunidades enteras sitiadas por fuerzas armadas, y sin embargo la resistencia no se quebró. Se replegó para reorganizarse. Eso no es derrota, eso es estrategia.
Hoy los líderes indígenas hablan desde la selva y la sierra, conectados por radios y teléfonos comunitarios, reconstruyendo la unidad desde la precariedad. Lo que el gobierno llama “repliegue” es, en realidad, una siembra de resistencia.
Ecuador no está solo, el continente observa su propio espejo
Lo que ocurre en Ecuador es parte de una misma fractura. La vivimos en Bolivia, la vivimos en Chile y la vivimos en Perú con muertos que siguen sin justicia. Gobiernos que hablan de progreso mientras sitian territorios ancestrales. Que llaman modernización a despojar ríos, montañas, lenguas y que administran represión antes que dignidad.
Los pueblos originarios no son un actor social. Son la última frontera entre la vida y el despojo. Por eso los quieren desmovilizados y por eso los llaman problema. Porque si ellos se detienen, la Amazonía se liquida, el litio se regala y el cobre se privatiza para siempre. En la lógica del poder, no pueden existir pero en la lógica del planeta, no pueden desaparecer.
El silencio internacional es parte del mismo pacto, los gobiernos del norte aplauden la “estabilidad” mientras compran los recursos que nacen de la violencia y las élites locales, cómodas en sus capitales, prefieren llamar disturbio a lo que es defensa.
Lo que nunca entienden los que gobiernan desde arriba
Noboa cree que puede ganar con represión, cree que quebrar una carretera es quebrar una cultura, cree que someter al miedo apaga la historia y comete el error clásico de todos los gobiernos que miran a los pueblos como amenaza.
No entienden que estas luchas no son tácticas, son espirituales y que el cuerpo indígena puede caer pero que lo que lucha no es el cuerpo, es la memoria y esa no se negocia con balas.
Los pueblos pueden ser empobrecidos, desplazados o silenciados, pero no derrotados. Porque su lucha no se mide en encuestas ni en ciclos electorales, sino en siglos de resistencia. Por eso, cada vez que el Estado reprime, vuelve a despertar lo que creía dormido y es la raíz del pueblo.
Ecuador no está incendiándose. Está despertando
Y cuando un pueblo se pone de pie no para exigir, sino para defender lo sagrado, los gobiernos deberían dejar de preguntarse cómo detenerlo y empezar a hacerse la única pregunta que importa y es ¿qué legitimidad tiene un poder que necesita fusiles para sostenerse?
Porque si la respuesta es ninguna, entonces lo que está en crisis no es el orden y si lo es el derecho del Estado a seguir llamándose democrático.
Hoy el país parece vivir entre toques de queda y cadenas nacionales, entre discursos de unidad y gases lacrimógenos. Pero en las comunidades, donde los niños siguen yendo a la escuela entre barricadas, hay una certeza que ningún decreto puede borrar y es que la vida no se negocia, se defiende.
El eco del continente
Lo que hoy ocurre en Ecuador no es una excepción, es un idioma común de la región. Desde los Andes hasta el Cono Sur, los gobiernos responden al descontento con escudos y decretos, mientras los pueblos vuelven a hablar desde la tierra, no desde el poder.
La resistencia ecuatoriana no es un estallido aislado y si es una página más del mismo relato que atraviesa a Perú, Chile y Bolivia.
América Latina no está ardiendo, está recordando quién es.
Y cuando un continente recuerda, el poder tiembla…













