A propósito de la Sumud Global Flotilla (la más ambiciosa intentada hacia Gaza desde Oct-2023), cobra sentido preguntarse por el poder real de la resistencia sin armas frente a una fuerza abrumadora. Más allá del acto específico, cuyo valor humanitario es incuestionable, esta travesía es un símbolo potente de una tradición que la sustenta: la noviolencia. Esta no es solo una táctica, sino una ‘inteligencia del vínculo’ que, como demostraron los participantes al enfrentar la adversidad, busca desarmar al poder opresor no con la fuerza, sino con una firmeza moral inquebrantable. Este artículo es una meditación sobre esa fuerza.
La cosa podría empezar así: “Now the heated discussion about the flotilla has died down, and everyone is comfortably back home. I recommend checking this article out. It expresses much more beautifully my issues and concerns about how we use the term nonviolence.”
La duda o frase de apertura no es mía pero viene a decir (como yo la entiendo): «Ahora, cuando la discusión encendida sobre la flotilla se apagó y todos regresaron cómodamente a casa, quedó flotando una pregunta. En medio de este silencio post-debate, recuerdo la aguda reflexión de un colega Redactor (que compartió con todos nosotros), pero cuyas palabras me resuenan con fuerza: la cuestión de fondo no es la táctica, sino el significado. ¿Qué significa realmente “no violencia” o “no-violencia”? ¿Y qué es, en cambio, la noviolencia —esa palabra escrita sin guion— que marca la diferencia de lo que no es un simple gesto táctico, sino una forma de estar en el mundo?»
En primer lugar, la reciente Sumud Global Flotilla, con su propósito de llevar ayuda y esperanza a Gaza, tuvo un valor profundo. Aunque no logró físicamente su objetivo y acabó aplastada o secuestrada de aguas internacionales y sus en una siniestra cárcel antiterrorista sus activistas, fue importante por el eco que despertó. Fue sonora, por la atención que atrajo hacia una tragedia silenciada, y por lo que significó como experiencia de acción compartida. Muchos de sus participantes vivieron en esa travesía algo esencial: la fragilidad y la fuerza de determinación de actuar juntos. El soy porque somos. El sentido de ser y ocuparte en “algo con propósito”, de sentirse parte de una corriente viva que actúa por la dignidad humana.
Esa vivencia —más allá del éxito visible o del resultado mediático— encarna la raíz misma de la noviolencia: la certeza de que hay actos que no se miden por lo que consiguen, sino por lo que despiertan. Los Medios, concentrados en manos de los cómplices de lo que sucede en Gaza y en general en Israel/Palestina desde 1900 en adelante, se ocuparán de que pronto se olvide e incluso eliminar las paginas y contenidos que hagan referencia a que la flotilla existió, partió, …
Un archivo que devuelve la fe en la acción humana
Fue gracias a esa reflexión del compañero Redactor en Pressenza y un enlace, ¿Qué encontré el artículo Can Nonviolent Struggle Defeat a Dictator? (“¿Puede una lucha noviolenta vencer a un Dictador?”), publicado en Portside, que presenta la base de datos Global Nonviolent Action Database (GNAD) creada en el Swarthmore College bajo la dirección de George Lakey.
Me sorprendió, tanto la web “Portside” y sus contenidos como la Base de datos de acciones noviolentas (GNAD). Mucho. La lectura y el texto entero ofrece una respuesta enfática: sí, la lucha noviolenta puede derrotar a los dictadores. Y lo demuestra con evidencias: más de mil cuatrocientas campañas documentadas en cien países, al menos cuarenta de ellas culminando en la caída de regímenes autoritarios.
La GNAD no es solo una base de datos: es un archivo moral de la Humanidad, una memoria activa de lo que la dignidad colectiva puede lograr sin recurrir a la destrucción.
Su valor es múltiple. Preserva la historia de quienes se negaron a replicar la violencia; se negaron a encadenarse más a la violencia respondiendo con violencia (la misma u otra); enseña estrategias concretas de resistencia; legitima la noviolencia como campo de estudio riguroso y eficaz; e inspira nuevas formas de acción. Nos recuerda que el poder de un tirano no se sostiene solo en las armas, sino en la obediencia de quienes lo temen. Así que la desobediencia interna y externa ya es el arranque. La no-colaboración y estorbar a la violencia, como cuando un fuego forestal se detiene ante la arena de la playa donde ya empieza el Océano, que es inmune a ese lenguaje, etc.
La existencia de esta base cambia el horizonte de lo posible: muestra que la historia de la humanidad no se ha movido únicamente por guerras, sino también por actos de lucidez colectiva.
Acciones que puede inspirar
De este acervo se desprende una pedagogía del coraje. Activistas, comunidades y educadores pueden usar la GNAD para diseñar campañas escalonadas, comprender las fases de una movilización o aprender a mantener la cohesión sin violencia.
Permite ver cómo la resistencia no armada opera con inteligencia estratégica: cómo desgasta al opresor, cómo crea dilemas éticos, cómo hace visibles las injusticias.
Sobre todo, enseña que el éxito no está en un solo acto heroico, sino en la continuidad porque las acciones se ven en ejemplos a lo largo del tiempo. No es algo pasajero o reciente. Muestra una secuencia de acciones que mantienen la presión y amplían el consenso, hasta que el poder pierde su legitimidad.
Y más allá de la táctica, la GNAD inspira, al investigar en ella, una transformación interior: el paso del miedo a la responsabilidad compartida. Lo que antes parecía un gesto simbólico —una huelga, una marcha, un boicot— se revela como parte de una arquitectura moral y política capaz de desactivar imperios.
Noviolencia no es lo mismo que no-violencia
Aquí es donde vuelve la distinción esencial. La no-violencia (con guion o con un espacio) suele entenderse como la simple abstención de agredir. La inhibición. La noviolencia, en cambio, es una forma de mirar, de estar, de actuar. No es solo “no pegar”; es “no reproducir la lógica del golpe”.
La noviolencia no nace del miedo, sino de una inteligencia del vínculo. Reconoce que la violencia —física, moral o en el desprecio— se desactiva desde la raíz, no con sumisión, sino con una firmeza que descoloca moralmente al agresor. Como estrategia y táctica, su fuerza reside en detener el curso probable de los acontecimientos violentos, transformar la situación y romper la cadena de agravios. Es un acto que, al dirigirse a la alteridad del otro con una dignidad inquebrantable, busca hacerle ‘caer en cuenta’, interrumpiendo la lógica de la violencia sin reproducirla.
El violento, enfrentado a quien se niega a odiar, se queda sin espejo donde reflejar su propio rostro. Su poder, que se nutre de la reacción esperada, se vacía. La noviolencia no lo aniquila, sino que lo sitúa en una bifurcación ineludible: por un lado, el camino trillado de su violencia, que ahora resulta absurdo al no encontrar eco; por el otro, la posibilidad de una respuesta distinta, surgida de un ser que ya no puede actuar desde el automatismo del agresor. Así, detiene el espacio/tiempo del conflicto, creando una pausa donde lo impensable —un acto no violento— deviene posible.
Por eso decimos que la noviolencia no busca evitar el conflicto, sino transformarlo. No es pasividad, sino otra forma de acción. No huye del peligro, sino que lo enfrenta con otro tipo de fuerza: una que no necesita causar daño para afirmarse.

Inspirados en el humanismo más universal, la noviolencia guía nuestras acciones hacia solidaridad y propósito en un mundo frágil.
El triunfo que no humilla
La noviolencia no pretende vencer para dominar, sino con-vencer para liberar. Es decir, su victoria no consiste en destruir o arrinconar al que pudiera ser adversario, sino en abrir la posibilidad del cambio. En pasar a otro plano en la interacción en ausencia de coaccion o violencia. En lograr que incluso el opresor prefiera ser tratado sin violencia, antes que seguir en la violencia. La acción y actitud noviolenta tiene así la ventaja de que su mejor explicación es el ejemplo.
Las grandes gestas noviolentas del siglo XX, desde la India de Gandhi hasta la revolución pacífica de Alemania Oriental, tienen esa huella reconocible: su triunfo no humilló, sino que transformó. La fuerza que no hiere, deja menos cicatrices. A veces incluso desarma al que se te oponía o oprimía (violentaba).
Y en ese sentido, la Sumud Global Flotilla también forma parte de ese linaje: no por haber roto un bloqueo, sino por haber mostrado que la conciencia puede navegar incluso cuando los mares están cerrados. Incluso cuando las aguas que no son de nadie, el cuerpo de mares y océanos que llamamos “aguas internacionales” con respeto… Allí mismo los detuvieron, considerando que incluso en esa extensión Internacional del Mediterráneo Israel y su lenguaje de la violencia y desprecio por/hacia los que “no son ellos”. La indignación de poco vale. Mejor no quedarse en ella y darle curso salida… De eso va ese lugar GNAD. Mi gratitud eterna al compañero Redactor que me la descubrió.
La belleza de lo posible
En tiempos saturados de crueldad y propaganda, la GNAD y su difusión son un recordatorio luminoso: aún existe una belleza práctica, una belleza que actúa. La de los cuerpos que resisten sin odio, de las manos que no devuelven el golpe, de las voces que se alzan no para gritar, sino para afirmar.
La noviolencia no es una renuncia, es una creación. No niega el conflicto, lo reorienta. Y su eficacia, documentada con tanto rigor como pasión, demuestra que el poder puede ejercerse sin dominar.
No es un ideal etéreo, sino una ciencia del coraje. Y cada gesto que la encarna —desde un barco que no se rinde, hasta una base de datos que guarda memoria— nos recuerda que el mundo aún puede rehacerse desde la fragilidad compartida, desde la determinación de no odiar.
Porque la noviolencia, en última instancia, no es la ausencia de violencia, sino la presencia de propósito en los actos —un propósito en otro sentido y, si se practica o se procura, con Sentido. Con “S” mayúscula, aludiendo a una espiritualidad, a un Do, ¿por qué no al modo japonés del DO o Camino? (道)













