La democracia no depende únicamente de los funcionarios públicos, sino de la tranquila vigilancia de actores institucionales y cívicos —el novedoso «cuarto poder» que preserva la República cuando el poder mismo amenaza la salud del sistema.

Con el ejecutivo sobrepasando sus límites y el poder judicial aquiescente, el sistema inmunológico de la República se resiente bajo la disfunción política e institucional. La rama Legislativa, mientras tanto, oscila entre la parálisis y la indignación performativa, su Autoridad Constitucional debilitada por el espectáculo partidista. Cuando los órganos formales flaquean, la República depende de los actores dispersos del «cuarto poder» —una novedosa y emergente red moral— encargados de sostener la integridad cívica y constitucional.

Ciudadanos comunes, tribunales inferiores, oficiales militares, grupos de defensa y artistas conforman juntos este cuarto poder de gobierno, sosteniendo el cuerpo político cuando el Poder oficial mismo se convierte en un vector de enfermedad. Como cualquier organismo vivo, la República sobrevive solo si partes de su sistema se mantienen sanas, receptivas y alertas a las amenazas. Doscientos cincuenta años después de la fundación de la Nación Estadounidense, esa resiliencia parece residir fuera del resplandor del cargo público y la pompa ceremonial del poder político.

Los Órganos de Gobierno —el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial— fueron construidos para temperar la ambición con la rendición de cuentas. El Ejecutivo persigue objetivos políticos y liderazgo nacional, pero es contenido por la supervisión del Congreso, la amenaza de impugnación (impeachment), y los poderes de consejo y consentimiento del Senado. La legislatura promulga leyes y representa a los Constituyentes, pero sus ambiciones son refrenadas por la separación de poderes y la revisión judicial. El poder Judicial interpreta las Leyes y moldea el precedente, pero su autoridad está delimitada por normas, límites constitucionales y las acciones de las ramas electas que llevan a cabo sus fallos. En este delicada inter-relación o juego de poderes, el impulso de cada rama se mantiene en tensión con las otras, formando un sistema dinámico de restricción mutua. Es decir, un mecanismo de inmunidad cívica que preserva la salud de la República cuando el Poder tienta o tiende a la corrupción.

Cuando esos controles formales flaquean o son llevados a sus límites, otros actores dan un paso al frente. Entre los primeros respondedores al estrés Constitucional y al exceso del Ejecutivo y el Legislativo se encuentran los Tribunales de rango Inferior. Sus Sentencias, a menudo meticulosas y desapercibidas, resisten la infección del poder sin control, preservando tanto el precedente legal como la vitalidad de las Normas Constitucionales. Ejemplos históricos —desde los tribunales de distrito haciendo cumplir Brown vs. Junta de Educación (1954) hasta los jueces federales sosteniendo los límites al exceso del Ejecutivo durante el Watergate— muestran que la moderación judicial y la toma de decisiones basada en principios actúan como linfocitos vitales en el cuerpo político. En años recientes, los Tribunales Inferiores han rechazado repetidamente los intentos de ambos partidos de expandir el alcance del Poder Ejecutivo, reafirmando el perdurable papel del Poder Judicial en la protección de las Normas Constitucionales y el mantenimiento del equilibrio sistémico.

Igual de crítico es el principio que guía a los militares. Los oficiales que juran defender la Constitución funcionan como nodos de resiliencia. Cuando las órdenes arriesgan socavar las Normas Constitucionales, la moderación y la adhesión al principio de legalidad operan como inmunidad sistémica, asegurando que la fuerza coercitiva no sea desplegada hacia la corrupción o la consolidación autoritaria. Desde los oficiales de la Unión defendiendo los principios constitucionales durante la Guerra Civil, hasta el compromiso de los militares estadounidenses con el control civil después de la Segunda Guerra Mundial, tal moderación basada en principios ha protegido a la República del abuso. También ha reforzado la estabilidad social durante períodos de estrés nacional extraordinario.

Los grupos de defensa y las organizaciones cívicas forman una red difusa de células inmunitarias, detectando amenazas, movilizando respuestas y manteniendo la transparencia. Desde los desafíos legales de la NAACP durante el Movimiento por los Derechos Civiles hasta el periodismo de investigación exponiendo abusos de poder, así como la defensa popular contemporánea y la protesta pública sostenida, estos actores funcionan como una vigilancia inmunológica persistente, a menudo invisible, preservando la salud del cuerpo político. Estos esfuerzos ejemplifican el tipo de vigilancia descentralizada y compromiso ético que sustenta el emergente «cuarto poder», ayudando a mantener la estabilidad sistémica incluso cuando las instituciones formales flaquean.

De manera similar, los artistas y curadores participan en este sistema inmunológico moral, usando la producción cultural para exponer la injusticia e inspirar el compromiso cívico. Desde el Guernica de Picasso, que reveló los horrores de la guerra, hasta el Proyecto Escudo de Espejo de Cannupa Hanska Luger (creado en 2016 para las protestas lideradas por indígenas contra el Oleoducto Dakota Access en la Reserva Sioux de Standing Rock). El arte sirve, así, como una herramienta de testimonio ético. Estos son “los escudos de espejo de Luger”, el arte ofreciendo un reflejo de la realidad, concebidos como instrumentos de protesta y protección no violentos, ejemplifican cómo las intervenciones creativas confrontan la corrupción y la violencia, movilizan la empatía y sostienen la vitalidad del cuerpo político. Otros ejemplos contemporáneos incluyen las instalaciones de Ai Weiwei, que destacan los abusos a los Derechos Humanos y la migración forzada, la defensa ambiental y los proyectos de arte de compromiso social de Mel Chin, y el trabajo impulsado por la comunidad de Theaster Gates en Chicago que involucra a los ciudadanos en la renovación social y política. Estos actos artísticos, como el periodismo de investigación o la defensa cívica, funcionan como linfocitos morales, detectando la «infección» social, provocando la reflexión e inspirando la acción colectiva.

Sin embargo, la capa más profunda de defensa reside en los ciudadanos comunes. La Democracia no es meramente un arreglo formal de cargos; es sostenida por la conciencia y la participación. Cada Jurado Popular que emite un veredicto de acuerdo con la ley y no con la ideología, cada comunidad que se organiza para defender a los vulnerables, cada votante en las elecciones presidenciales, intermedias, estatales y locales, y cada ciudadano que protesta pacíficamente o se niega a normalizar la corrupción y la injusticia, contribuyen a la función inmunológica del cuerpo político. Aquí yace el alma del cuarto poder: una novedosa y emergente estructura moral cuyas acciones colectivas preservan la salud y la resiliencia frente a la enfermedad y degradación institucional.

Como Montesquieu escribió famosamente en El Espíritu de las Leyes (1748), «Es una verdad eterna que cualquiera que tenga poder tiende a abusar de él». Él enfatiza el equilibrio y la vigilancia en aquellos que ocupan cargos, una advertencia que hace eco de la alerta de Hannah Arendt contra la aquiescencia irreflexiva y la banalidad del mal, y de la afirmación de Kant de que la ley moral (accesible solo mediante la razón, su Imperativo Categórico) guía la acción incluso bajo presión. Cuando los órganos de gobierno están comprometidos, estas ideas se convierten en guías urgentes para el compromiso ético, iluminando la vigilancia que se exige del emergente cuarto poder.

La metáfora se extiende aún más: como cualquier organismo, el cuerpo político es vulnerable a la fatiga y la infección. Los jueces pueden flaquear. Los oficiales pueden vacilar. Los ciudadanos pueden volverse indiferentes. Sin embargo, reconocer la vulnerabilidad sistémica puede catalizar una acción significativa. Así como los sistemas inmunológicos se fortalecen en respuesta al desafío, la vigilancia cívica crece en respuesta a la enfermedad institucional. La salud de la República depende del compromiso persistente, no de la expectativa pasiva de un liderazgo heroico —un principio capturado perfectamente por John F. Kennedy en su Discurso Inaugural de 1961: «No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tú país». La ciudadanía no es meramente un documento; invita —y requiere— una participación activa en la salud y el bienestar de la nación. Esto puede significar resistir fuerzas autoritarias o prevenir que intereses privados capturen instituciones públicas. Tal compromiso toma muchas formas: en asambleas municipales, reuniones de accionistas, cabinas de votación, o incluso en la caja del supermercado.

La historia demuestra que la resiliencia a menudo emerge de lugares inesperados. Las calladas sentencias de los tribunales inferiores, la disciplinada adhesión de los oficiales a sus juramentos constitucionales, el trabajo incansable de los grupos de defensa y la consciente negación de los ciudadanos a aquietarse ante la corrupción sostienen al cuerpo político. Su trabajo rara vez es glamoroso, pero es indispensable. El cuarto poder permite a la República sanar y resistir, asegurando que la libertad perdure incluso cuando los órganos formales de poder sucumben a la enfermedad. La salud democrática no se mide por el cargo, rango o visibilidad, sino por la vitalidad de esta red moral dispersa. Estos actores forman colectivamente la respuesta inmunológica del cuerpo político, detectando amenazas, conteniendo la infección y restaurando el equilibrio sistémico.

La advertencia de Benjamin Franklin: «Una república, si pueden mantenerla»; nunca ha sido más urgente. Sus guardianes a menudo no son poderosos ni célebres, sino aquellos cuyos actos son pequeños, disciplinados y basados en principios. Actuando como los linfocitos, macrófagos y anticuerpos del cuerpo político, ellos preservan la salud democrática cuando las estructuras de gobierno fallan. Los individuos del cuarto poder encarnan la resiliencia, restaurando la República no a través del cargo o la ceremonia, sino mediante la conciencia, la vigilancia y la acción ética y atenta. Quizás nunca sepamos todos sus nombres, pero aún podemos sentir su impacto —y sentir gratitud por ello.


N.dT.:

Este profundo artículo cuando refiere a «El Cuarto Poder» se refiere al Pueblo Soberano Organizado y solo colateralmente, a la Prensa (es la tesis central del artículo)El artículo argumenta de manera poderosa y explícita que el «Fourth Branch» NO es la prensa, sino una red moral y cívica mucho más amplia y descentralizada.