Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, ha lanzado una de las denuncias más severas y dolorosas en años recientes: el número real de muertos en Gaza podría superar las 680.000 personas, más de diez veces la cifra oficial reportada. De esas víctimas, aproximadamente la mitad serían niños y un 75% mujeres y menores. Estos datos estremecen pero, al mismo tiempo, son una verdad cruel que exige ser escuchada y comprendida en su dimensión total.
¿Cómo explicar esta diferencia abismal entre las cifras oficiales y lo que parece ser la realidad? Es sencillo y doloroso: Gaza está casi completamente arrasada. Más del 66% de su infraestructura yace destruida, y en la Ciudad de Gaza, esa destrucción alcanza hasta un 70-75%. Viviendas, edificios, hospitales, escuelas, carreteras; la red básica de servicios ha sido pulverizada por bombardeos que redujeron a escombros barrios enteros. Con la franja bloqueada herméticamente, sin acceso para veedores internacionales ni equipos de rescate técnicamente preparados y tranquilos para remover restos, el conteo físico de cadáveres es imposible.
Por tanto, la cifra de 65.000 muertos que circula oficialmente corresponde únicamente a quienes fueron recuperados y contabilizados en hospitales o morgues. Lo que falta, lo que verdaderamente duele, es que quedaron bajo los escombros—cuerpos que el mundo no ha podido aún contar ni siquiera enterrar con dignidad. Y al comparar esa cifra con los 1.5 millones de desplazados internos de los 2.2 millones que habitaban Gaza al comienzo del asedio, cuya movilidad sí es observable, la conclusión es escalofriante: nos faltan 680.000 almas.
La violencia ha golpeado sin piedad incluso a quienes trabajan para salvar vidas y contar la historia. Albanese desglosa que han muerto en Gaza 1.581 trabajadores sanitarios, 346 empleados de la ONU, principalmente del programa UNRWA, y 252 periodistas que intentaban documentar la tragedia, cifra récord en cualquier conflicto. Estos datos revelan una campaña sistemática no sólo de exterminio civil, sino de silencio y borrado de quienes pueden dar testimonio.
A pesar de todo esto, la comunidad internacional no ha actuado con la urgencia necesaria para detener esta tragedia. Albanese señala tres países que, lejos de condenar o suspender apoyos, continúan respaldando a Israel, especialmente con armamento: Estados Unidos, Reino Unido y Alemania. Estos países no sólo mantienen el comercio militar sino que facilitan la constante renovación del arsenal usado para perpetrar este genocidio.
Además, la relatora alerta que más de 10.000 palestinos están detenidos arbitrariamente bajo condiciones inhumanas, con torturas y hambre, y que 75 prisioneros han muerto bajo custodia israelí en los últimos 710 días. La deshumanización es completa: la cifra de fallecidos en Cisjordania también crece, junto con la expulsión forzada y el avance de anexiones israelíes, que agravan la crisis palestina a nivel regional.
Es imposible imaginar que esas personas hayan huido; Gaza está clausurada como un campo de concentración y exterminio donde la población no tiene rutas seguras ni vías de escape. Niños, mujeres, hombres, todos atrapados bajo un genocidio imposible de ocultar y negado sistemáticamente por quienes lo ejecutan y sus aliados internacionales.
Ni los más horrendos desastres naturales, como el tsunami del sudeste asiático, ejemplifican esta magnitud de destrucción humana masiva bajo exclusión, bloqueo y opresión constantes. Comparar estos números con aquel drama natural aporta claridad: en ambos casos, las víctimas desaparecidas bajo escombros o aguas imposibilitaron contar físicamente a cada fallecido, pero la devastación demográfica permanece palmaria.
Con 710 días de horror acumulado, y esos más de 1.500 trabajadores humanitarios muertos -déjenme subrayarlo-, los 252 periodistas asesinados intentando narrar la tragedia y los miles de presos torturados o muertos bajo detención, Francesca Albanese señala que esta es una historia que no puede seguir siendo ignorada ni minimizada.
Como editorialista, me atrevo a decir que no hay neutralidad posible frente a esta catástrofe humana. Nos faltan 680.000 almas y sus nombres deben ser llamados, sus vidas honradas con justicia y no con el silencio impuesto. La comunidad internacional tiene la urgente responsabilidad de actuar no solo con palabras sino con hechos contundentes para detener este genocidio y reparar, en la medida de lo posible, el daño causado.
Gaza hoy nos habla no solo con cifras y estadísticas, sino con la ausencia de sus muertos, madres, hijos y ancianos que todavía no tienen descanso. Y es ese reclamo de memoria y justicia lo que debe resonar en cada rincón del mundo.













