En la 80ª Asamblea General de Naciones Unidas, el presidente más joven del mundo, Gabriel Boric Font, tomó la palabra con una fuerza y lucidez poco comunes en la arena diplomática internacional. Su discurso no es sólo una exposición de posiciones políticas: es un reclamo ético profundo, un llamado a reconocer la realidad dolorosa de nuestro tiempo desde la perspectiva humana más fundamental. Boric, con voz firme, insiste en que la justicia y la verdad deben prevalecer y que no basta con palabras vacías o gestos simbólicos para enfrentar las crisis globales que desgarran hoy a la humanidad.
Comenzó evocando al espíritu inspirador de Gabriela Mistral, la poeta y diplomática chilena, recordando su mensaje sobre los derechos humanos citado hace años en la ONU: “Yo sería feliz si vuestro noble esfuerzo por obtener los derechos humanos fuese adoptado con toda lealtad por todas las naciones del mundo. Este triunfo será el mayor entre los alcanzados en nuestra época”. Pero Boric no vacila en plantear cruda la realidad: “¿Hemos acaso alcanzado este triunfo? La respuesta es categórica. No. Y es que, a estas alturas, yo ya no sé qué decir de Gaza, porque muchos lo han dicho todo, desde esta tribuna y desde otras. Pero por sobre nuestras palabras, de quien quiera que vengan, resuenan las miradas muertas de quienes siendo inocentes han perdido la vida. Hoy, siendo 2025, son miles los seres humanos inocentes que pierden la vida solo por ser palestinos, tal como hace 80 años millones la perdían solo por ser judíos.”
En esta declaración poderosa, Boric pone en el centro la humanidad destruida, la tragedia que no se puede ignorar, no como un problema distante sino como un motivo urgente para actuar con justicia desde la comunidad internacional. No rehuyó la complejidad ni la dureza del conflicto, pues reconoció que “uno de los problemas que enfrentamos como humanidad es que muchas veces el dolor engendra odio», enfatizando que «debemos enfrentarlo y combatir con todas nuestras fuerzas», y argumentó la importancia de «transformar las ansias de odiar en deseo de justicia, no hacer ninguna concesión a la violencia». Y fue entonces que el presidente dijo al mundo de forma clara y rotunda: «Yo no quiero ver a Netanyahu destrozado por un misil junto a su familia, quiero ver a Netanyahu y a los responsables del genocidio contra el pueblo palestino enfrentados a un tribunal penal internacional.”
Esta sentencia, inequívoca e insobornable, apunta al reclamo de responsabilidad penal internacional, a que los crímenes, sin importar quién los cometa, deben ser juzgados con imparcialidad y rigor, dejando atrás la revancha y el ciclo sin fin de violencia.
El presidente chileno explicó que la reunión en la Asamblea no es solo un foro sino una expresión del más genuino anhelo humano: “Uno de los motivos por los que nos reunimos aquí, quizás el principal, es que seguimos teniendo fe en la humanidad. Nuestros corazones no pueden, no podemos permitir que dejen de conmoverse frente al dolor, frente a la necesidad de otros como nosotros.”
Así también, e incluyendo claras y recientes denuncias directas, hizo un llamado a respetar las reglas que hemos construido para protegernos y luchar contra la barbarie: “Para ello es que justamente nos hemos dado reglas, reglas que son avances civilizatorios producto de aprendizajes de las más grandes tragedias que hemos enfrentado como humanidad. Y esas reglas, hay que decirlo, desde esta tribuna y actuar desde esta instancia, hoy no se están respetando. Porque digámoslo con fuerza: no está bien invitar a negociar a un país neutral y asesinar a tu contraparte violando la soberanía de ese país como se hizo en Doha, Qatar. No está bien bombardear las instalaciones nucleares de un país tal como ayer tampoco estaba bien invadir Irak argumentando armas de destrucción masiva que no existían (…)».
Invocando las enseñanzas de Albert Camus, Boric advirtió contra la decadencia ética que sucede cuando se pierde la creencia en valores fundamentales: “Como nos recordaba el escritor francés Albert Camus a propósito de la experiencia de la segunda guerra mundial, si no creemos en nada, si nada tiene sentido y no podemos invocar ningún valor, entonces todo está permitido, no hay ni bien ni mal, y nada tiene importancia. Entonces, si aceptáramos aquello, tendríamos que admitir que la razón solo está del lado de quien tiene éxito y la regla con que evaluamos la humanidad sería solo la eficacia, o sea, la ley del más fuerte».
Y fue en esta línea que subrayó que «en última instancia, este razonamiento, es la justificación del asesinato. En un mundo así, la vida de un hombre, de una mujer o de sus hijos dependerá siempre del azar o de una benevolencia (o maleficencia) arbitraria. En un mundo así, todos quienes vivan sin condenarlo con todas sus fuerzas, son, de una manera, tan homicidas como el que hace caer la bomba o el que aprieta el gatillo». Este llamado directo a la reflexión ética estructural es un reto para los líderes mundiales presentes a asumir un compromiso activo contra la impunidad y la indiferencia.
En un mundo donde abundan las falsas narrativas, Boric no evitó denunciar con valentía una realidad incómoda: “Por eso, estimados y estimadas, cuando se nos invita a la sumisión, cuando se afirma que la inteligencia está demás, cuando quieran demostrarnos, como han hecho algunos desde este podio, que se puede mentir para sacar ventaja, digámosle que no.
El emplazamiento de Boric sonó fuerte en la Asamblea: «No cedamos a la astucia, ni a la violencia, ni a la pasividad. Yo puedo y debo respetar a quien le guste más el color azul que el rojo, a quien profese una fe distinta a la mía, a quien crea que es mejor aumentar o disminuir impuestos según las circunstancias. En el fondo, puedo y debo respetar la diversidad de opiniones. Pero a la vez que respeto la diversidad de la opinión de quien piensa distinto, enfrento la insolencia de quien miente, más aún cuando aquella persona es consciente de ello. Por ejemplo, se ha afirmado, en este mismo podio, hoy día, que no hay tal cosa como el calentamiento global. Esa no es una opinión, es una mentira, y las mentiras debemos combatirlas», dijo, en directa alusión al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y enfatizó que «podemos por cierto discutir cuáles son las mejores formas de enfrentar el calentamiento global, o quiénes son más responsables que otros, pero no podemos negarlo».
Asimismo, agregó que «podemos discutir cómo los nazis llegaron a gobernar parte importante de Europa, pero no podemos negar el Holocausto. Podemos estudiar los efectos secundarios de una vacuna, pero no podemos afirmar sin pruebas que las vacunas provocan autismo.” Esta parte, patente referencia al negacionismo climático y a discursos negacionistas políticos —clara alusión a la postura de Donald Trump en la ONU— destaca por su franqueza y denuncia en un foro global. Boric posiciona la verdad y la ciencia como fundamentos insoslayables para la acción comunitaria y el diálogo efectivo.
El diálogo, afirma con convicción, es la vía para superar la mentira y el silencio que conducen a “la soledad más profunda.” En esta perspectiva, desde Chile plantea una hoja de ruta ética y política: “Entonces, ¿cuál es nuestra tarea hoy? Trazar y caminar hacia el futuro que queremos como humanidad y trabajar por unas Naciones Unidas que nos lleve en esa senda. Desde Chile nos moviliza esa visión compartida en torno a la democracia, a los derechos humanos, a la justicia social, la equidad, el respeto irrestricto a la libertad de expresión, la acción climática, todos estos que se levantan como pilares de esperanza y acción para recorrer los tiempos difíciles que enfrentamos.”
Conscientes del momento decisivo que vive el planeta, Boric también evoca la responsabilidad en el manejo sustentable de los recursos naturales, apuntando a una gobernanza ecológica internacional comprometida: “No podemos dedicarnos a a explotar recursos si no adoptamos medidas de conservación adecuadas, pues ello redunda en la destrucción de la vida marina de la que también dependemos nosotros. No nos olvidemos que somos parte de un mismo ecosistema. Sostener la vida en la tierra es una tarea que debemos asumir con urgencia y con responsabilidad: por quienes nos antecedieron, por quienes hoy comparten la vida con nosotros en el mundo y por las generaciones que están por venir.”
En un gesto que une lo político con lo simbólico, Boric anunció la candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de la ONU. Reconoció que este hecho habría de significar un cambio profundo, no solo por ser una mujer, sino por su trayectoria ética y experiencia política: “La ONU debe reflejar los avances del mundo y reconocer que una mujer al mando no es sólo símbolo de equidad, sino que representa y hace realidad que la mujer, siendo la mitad de la población, más de la mitas de la población; puede ocupar todos los espacios del mundo, y que ningún espacio le está vetado. Chile quiere contribuir activamente a este esfuerzo colectivo y por ello, es para mí un tremendo honor anunciar desde aquí que Chile nominará a nuestra ex Presidenta Michelle Bachelet Jeria como candidata a la Secretaria General de Naciones Unidas, que además nos está acompañando en esta sesión».
En este sentido, destacó que «Michelle Bachelet no solo es una figura ampliamente conocida y respetada en el ámbito global. Es una mujer con una biografía profundamente coherente con los valores que inspiran esta organización. Ha sido jefa de Estado de Chile en dos ocasiones, por cierto, la primera mujer. Fue también ministra de Salud y de Defensa, fue directora ejecutiva de ONU Mujeres y también Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Michelle Bachelet ha gobernado, ha negociado, ha sanado y ha escuchado», agregando que «su trayectoria vital combina la empatía con la firmeza, la experiencia con la apertura y todas ellas con la capacidad ejecutiva de decidir, de hacer».
Argumentó que «en tiempos de fragmentación y desconfianza, tengo la convicción y sé que esto es compartido en mi país, que Michelle Bachelet representa una figura capaz de tender puentes entre el norte y el sur, entre oriente y occidente, entre la urgencia de las soluciones y la defensa de los principios. Con su liderazgo, las Naciones Unidas podrán recuperar credibilidad, eficacia y propósito frente a los desafíos de nuestro tiempo, trabajando por cierto sobre el legado de Antonio Guterres quien me consta ha dado lo mejor de sí por la dignidad de la humanidad toda desde esta institución.”
Finalmente, con un llamado esperanzador, Boric invitó a reflexionar sobre quiénes definirán el futuro: “¿Quiénes serán los que tracen los mapas del mundo del futuro? Queremos creer que no serán los que agreden, los que descreen y debilitan a las instituciones multilaterales, los que humillan al más débil. Queremos creer que serán en conjunto todos los pueblos de la tierra. Que juntos, representados en esta Asamblea, lograremos delinear los caminos definitivos para que tengamos un futuro no solo posible y viable, sino digno y respetuoso para con todas las personas. Y para lograrlo, esta organización, que emergió recordémoslo de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, después del fracaso de la Sociedad de las Naciones, esta organización es fundamental; y su renovación, sus cambios, son fundamentales y urgentes.”
La voz de Boric emerge como un aire fresco en la Asamblea General, una conciencia que reclama a los líderes mundiales enfrentar los desafíos con honestidad, justicia y voluntad de cambio real. Sólo un presidente joven, comprometido con los ideales de su generación y con un profundo sentido ético, podía traer este equilibrio de valentía y esperanza a un escenario global cada vez más fracturado. Este discurso, con toda su fuerza literaria, política y humana, será, sin duda, un referente para el análisis, la reflexión y la acción en los próximos años.













