En medio de la oscuridad y el sufrimiento que asolan la Franja de Gaza, en pleno fragor del conflicto que ha puesto en jaque a miles de familias y, sobre todo, a cientos de miles de niños y niñas inocentes, una luz de esperanza brilla desde nuestro país de acogida. Canadá ha tomado una decisión valiente y profundamente humana: el domingo 21 de septiembre, se convirtió en el primer país del Grupo de los Siete (G7) en reconocer oficialmente al Estado de Palestina, junto a Reino Unido, Portugal y Australia.

Este gesto de reconocimiento no es un acto político al margen, sino una firme apuesta por la paz, la justicia y la dignidad de un pueblo que lleva décadas clamando por su derecho a existir y a gobernarse a sí mismo. El primer ministro Carney explicó que como país, sostenemos el compromiso histórico desde 1947 con una solución de dos Estados, “la creación de un Estado soberano, democrático y viable de Palestina, que construya su futuro en paz y seguridad al lado del Estado de Israel.”

Carney subrayó la complejidad del momento: “Regrettably, this possibility has been steadily and gravely eroded” debido al terrorismo de Hamas, la expansión de asentamientos ilegales, la impunidad frente a la violencia contra palestinos y la dramática crisis humanitaria en Gaza. Por eso, Canadá da este paso de reconocimiento en un contexto difícil, afirmando que “este reconocimiento empodera a quienes buscan la coexistencia pacífica y el fin de Hamas.” Además, “no legitima el terrorismo ni recompensa por ello,” y “no compromete el apoyo al Estado de Israel y su seguridad.”

Este reconocimiento se respalda en compromisos claros de la Autoridad Palestina para reformas profundas, elecciones libres y democráticas en 2026 sin Hamas, y una Palestina desmilitarizada. Canadá intensificará su apoyo para que estas reformas y la ayuda humanitaria lleguen a Gaza y Cisjordania.

Este acto valiente adquiere mayor relieve si se considera que Canadá resistió presiones y amenazas, especialmente durante esta administración de Trump, que trató de imponer su visión autoritaria, bélica e intervencionista. Canadá, país acogedor con migrantes y refugiados —y que me ha dado asilo político y apoyo humanitario— reafirma hoy su rol global como defensor de los derechos humanos y la paz.

La relevancia del reconocimiento de Canadá también tiene un sustento jurídico claro. Apoya el derecho internacional consagrado en la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como en las múltiples resoluciones del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU que llaman a respetar el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a un Estado soberano independiente. Este paso no es unilateral ni arbitrario; es coherente con la exigencia global de detener el genocidio, la violencia sistemática, y las violaciones de derechos fundamentales, que han motivado un movimiento social internacional cada vez más fuerte y vocal.

Las organizaciones de derechos humanos y la sociedad civil alrededor del mundo exigen que las agresiones armadas se detengan, que los informes de Naciones Unidas sean respetados como marco legítimo para la resolución del conflicto, y que la comunidad internacional abandone el doble estándar que ha permitido décadas de sufrimiento y desplazamiento. En este contexto, la decisión de Canadá representa no sólo un acto de justicia política, sino un símbolo de solidaridad con las víctimas y una apuesta ética por la vigencia del derecho internacional frente a los intereses geopolíticos que han trabado la paz.

Reconocer al Estado de Palestina en este momento no significa ignorar la complejidad del conflicto, sino apostar por una solución viable, justa y necesaria para palestinos e israelíes. Es un llamado a la comunidad internacional para que otros países sigan este ejemplo, porque solo así podremos abrir caminos hacia un futuro digno, libre de violencia y sufrimientos para todas las personas involucradas.