África es la herida abierta del planeta. El continente más saqueado de la historia entra al siglo XXI cargando cadenas viejas y enfrentando cadenas nuevas. Antes fueron caravanas de esclavos, después barcos de oro y diamantes, ahora contenedores de petróleo, litio, cobalto y coltán. El método cambia, el despojo sigue.
El mapa africano no lo dibujaron sus pueblos. Fue trazado en Berlín en 1885, cuando las potencias europeas se repartieron tierras como si fueran monedas. Esa cicatriz aún arde. Hoy, 140 años después, África sigue pagando el precio: fronteras inventadas, guerras interminables, riquezas convertidas en maldición.
El siglo XXI comenzó con promesas de globalización y libertad. Lo que llegó fue otra ola de saqueo. China construye carreteras y puertos, pero a cambio de petróleo en Angola, cobre en Zambia y litio en Zimbabue. Rusia envía armas y mercenarios, ofreciendo protección a cambio de oro en Sudán y uranio en Níger. Estados Unidos y Europa mantienen empresas mineras, bases militares y contratos disfrazados de cooperación. El tablero es global, pero los pueblos africanos apenas tienen voz.
África concentra el 30% de los recursos minerales del planeta. El Congo produce más del 70% del cobalto mundial, indispensable para autos eléctricos y baterías. Guinea tiene reservas inmensas de bauxita. Sudáfrica exporta oro y platino. Angola bombea petróleo, Nigeria gas, Mozambique carbón. El litio de Zimbabue se vuelve codiciado por las tecnológicas. Sin embargo, más de 400 millones de africanos sobreviven con menos de dos dólares al día. Esa es la contradicción brutal del siglo XXI.
El saqueo ya no llega con fusiles, llega con préstamos y contratos. China financia megaproyectos que dejan deuda. Occidente exige reformas a cambio de ayuda. Rusia instala mercenarios que controlan minas. Los gobiernos africanos a menudo firman acuerdos que entregan el subsuelo por migajas. La corrupción y las élites locales son cómplices de un sistema que mantiene al continente encadenado.
La Unión Africana intenta responder. En 2021 entró en vigor el Acuerdo de Libre Comercio Continental Africano, con la ambición de unir 54 países y 1.300 millones de habitantes en un mercado común. Es un paso histórico, pero frágil: la pobreza, la presión externa y las divisiones internas amenazan con hacerlo papel mojado.
El rostro de África es joven. El 60% de su población tiene menos de 25 años. Millones de jóvenes exigen educación, empleo y futuro. Son los que llenan las balsas que cruzan el Mediterráneo buscando vida digna en Europa. Cada cuerpo hundido en el mar es un recordatorio de un continente explotado hasta el cansancio.
La violencia no se detiene. El Sahel es corredor de guerras: Mali, Burkina Faso, Níger. Somalia sigue atrapada en el terrorismo. El Congo sangra con milicias que controlan minas de coltán. Sudán arde por el oro. La seguridad es el negocio más rentable del siglo XXI en África. Y las armas, como siempre, llegan desde fuera.
Pero África resiste. Comunidades defienden tierras contra forestales y mineras. Mujeres organizan redes de producción local. Jóvenes crean movimientos digitales y políticos que desafían a gobiernos corruptos. Países como Etiopía y Sudáfrica intentan caminos propios. No son victorias definitivas, pero son grietas en el muro del saqueo.
El colonialismo cambió de bandera pero no de lógica. Donde antes había fusiles ahora hay deudas. Donde antes había cadenas ahora hay contratos. Donde antes había virreyes ahora hay presidentes obedientes. El resultado es el mismo: riqueza que se va, pobreza que se queda.
El planeta no puede vivir sin África. Sin su cobalto no hay transición energética, sin su litio no hay autos eléctricos, sin su coltán no hay celulares, sin su uranio no hay energía nuclear. África sostiene al mundo sin recibir nada a cambio. Esa es la injusticia que grita.
El futuro no está escrito. Puede ser otro ciclo de saqueo o puede ser el despertar de una soberanía real. La clave es que África negocie en bloque, controle sus recursos y rompa con la dependencia. Que la cooperación reemplace al saqueo. Que la dignidad valga más que el contrato.
El siglo XXI no será justo si África sigue siendo botín. El continente más joven del planeta no está condenado a repetir la esclavitud. Está llamado a escribir su propio destino.













