El domingo 10 de agosto de 2025, un bombardeo israelí alcanzó una carpa de prensa instalada junto al hospital Al-Shifa, en Gaza, asesinando a cinco periodistas que cubrían la crisis humanitaria bajo fuego. Entre ellos se encontraban dos colegas de Al Jazeera: el corresponsal Anas al-Sharif, conocido por su voz firme y su presencia constante en las calles bombardeadas, y el camarógrafo Moamen Aliwa, quien durante años documentó su labor en silencio y con la precisión de una mirada que no titubeaba. Los otros tres fallecidos —Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher y Mohammed Noufal— eran periodistas independientes que trabajaban para medios locales, todos ellos comprometidos con dar testimonio desde uno de los lugares más peligrosos del planeta.
El lunes 11 de agosto, Gaza City se convirtió en un cortejo masivo. Colegas, familiares y ciudadanos acompañaron los féretros en una procesión que fue, a la vez, duelo y declaración política: una multitud silenciosa que se negó a aceptar que la muerte de quienes narraban la guerra quedara en la impunidad.
El Committee to Protect Journalists (CPJ) cifra ya en 184 los periodistas palestinos asesinados desde el inicio de la guerra. Reporteros Sin Fronteras (RSF) eleva el número a más de 220, y autoridades locales hablan de 237. Las Naciones Unidas describen este conflicto como el más letal para la prensa en la historia moderna.
Las reacciones internacionales fueron inmediatas. RSF denunció el ataque como un “asesinato reconocido” por el propio ejército israelí y presentó denuncias formales ante la Corte Penal Internacional. El CPJ, Amnistía Internacional y la Oficina de Derechos Humanos de la ONU coincidieron en calificarlo como una grave violación del derecho internacional humanitario. António Guterres, Secretario General de la ONU, exigió una investigación independiente e imparcial, recordando que “los periodistas deben ser respetados y protegidos”. La UNESCO y la UNRWA reiteraron que atacar a la prensa constituye un crimen de guerra. La Unión Europea, en voz de Kaja Kallas, condenó la acción y reclamó pruebas claras antes de aceptar cualquier alegación de vínculos militantes. Francia, por medio de Emmanuel Macron, propuso el despliegue de una fuerza internacional bajo mandato de la ONU para estabilizar Gaza.
Este ataque no solo arrebató vidas, sino que buscó borrar los ojos y las voces que daban cuenta de la catástrofe. La muerte de Anas al-Sharif, Moamen Aliwa, Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher y Mohammed Noufal es un golpe directo contra la verdad y contra el derecho de la humanidad a saber. Su labor, ejercida en condiciones extremas y con riesgo constante, fue un acto de servicio público que exige memoria, justicia y reconocimiento. Allí donde sus cámaras y micrófonos quedaron en silencio, el eco de su trabajo seguirá vivo como testimonio y como advertencia.













