Primero fue el salitre, luego el litio. Hoy, el hidrógeno verde. Y la historia amenaza con repetirse.
La historia que no aprendimos
Chile perdió el salitre y ni siquiera hizo duelo. Se lo arrebataron en nombre del progreso, lo explotaron hasta dejar solo polvo blanco y pueblos fantasmas y lo vendieron en toneladas al mejor postor. No hubo empresa nacional, no hubo Estado industrial, no hubo justicia para Iquique ni para Tocopilla. Solo quedó la memoria rota y la sal invisible entre las uñas del norte.
Después vino el cobre. Lo explotaron primero las compañías extranjeras, lo recuperó Allende, lo volvió a entregar la dictadura y hoy Codelco sobrevive cercada por una política que la asfixia. El cobre financió escuelas, hospitales, carreteras, pero también sirvió para enriquecer a los de siempre. No bastó con tener el recurso si no se tuvo el control completo.
El litio fue el nuevo oro blanco. Prometieron soberanía, transición energética, desarrollo científico. Pero lo capturó un puñado de empresas, se lo quedó SQM, lo vendieron al mundo sin que el país se diera cuenta. La renta fue mínima, la soberanía fue simbólica, y la participación estatal quedó atrapada en convenios débiles. Chile pudo ser Arabia Saudita en baterías, y terminó arrendando sus salares.
Ahora viene el hidrógeno verde, la nueva promesa. La nueva frontera. El nuevo mapa de la riqueza planetaria. Esta vez no hay margen para repetir la historia. Esta vez o ganamos o desaparecemos. Porque el futuro no se escribe con discursos, se escribe con energía. Y el que no la controle, quedará fuera de la historia.
El hidrógeno verde no es una promesa lejana, es una realidad que ya empezó. Es el combustible que moverá barcos, trenes, fábricas y ciudades enteras. Es el insumo clave de la economía que viene. Y Chile tiene todo para liderar esa revolución. Pero si no construye una Empresa Nacional del Hidrógeno Verde, volverá a ver cómo su energía se exporta sin retorno, cómo sus aguas se electrólisisan para enriquecer a otros, y cómo sus vientos soplan para inflar las cuentas de gigantes extranjeros. Esta vez, el saqueo será silencioso, técnico, ambientalista. Pero igual de brutal que los anteriores.
El mapa del hidrógeno se está escribiendo sin nosotros
En 2023 el mundo produjo apenas 180 mil toneladas de hidrógeno verde. Una gota en el océano energético. Pero esa gota vale oro. A precios actuales, una tonelada de hidrógeno verde puede alcanzar entre 3.000 y 6.000 dólares, dependiendo del mercado y la pureza. Esto significa que en pocos años, cuando se estabilice la producción global y aumente la demanda, podría convertirse en un negocio de más de 1 billón de dólares anuales. Y los que estén fuera, simplemente quedarán mirando.
Alemania ya comprometió más de 9.000 millones de euros para asegurar su abastecimiento de hidrógeno verde. Australia tiene en marcha más de 100 proyectos, algunos de los cuales superan los 5.000 millones de dólares en inversión individual, como el Western Green Energy Hub. China avanza con su propio modelo silencioso, con más de 40 plantas piloto en operación y una integración vertical que nadie podrá frenar. Estados Unidos subsidia su industria a través de la Ley de Reducción de la Inflación, con beneficios fiscales de hasta 3 dólares por kilo producido.
Y Chile que podría ser líder mundial, avanza sin empresa estatal, sin estructura nacional, sin soberanía clara. Tiene más de 40 proyectos en carpeta, pero la mayoría son privados, con propiedad extranjera o con figuras jurídicas que impiden que el Estado participe con control estratégico. Se estima que en 2030 podríamos producir 1,5 millones de toneladas anuales. A precios actuales, eso podría significar más de 7.000 millones de dólares por año. Pero la gran pregunta sigue sin respuesta. ¿Cuánto de eso será para Chile?
Chile y la Empresa Nacional que aún no nace
Chile tiene viento, tiene agua, tiene ingenieros, tiene puertos, tiene conocimiento, tiene posicionamiento internacional, tiene todo. Lo único que no tiene es una Empresa Nacional del Hidrógeno Verde. Y si no la crea ahora, será demasiado tarde.
No es una exageración. Así como se privatizó el salitre, como se regaló el litio, como se desmanteló la siderurgia nacional, hoy está en juego una nueva matriz energética que puede reconfigurar el mapa del poder global. Y Chile, que podría ser Arabia Saudita del hidrógeno, sigue sin siquiera plantearse en serio el control soberano de esta industria.
La creación de una Empresa Nacional permitiría coordinar políticas de largo plazo, invertir en tecnología propia, participar como socio mayoritario en los proyectos estratégicos, regular precios de venta, negociar acuerdos internacionales desde una posición de fuerza y, sobre todo, asegurar que los beneficios económicos se queden en Chile.
Sin una empresa pública, todo dependerá de lo que hagan o dejen de hacer las transnacionales. Y ya lo sabemos. Ellos producen, exportan, facturan, tributan poco y se van. Nosotros nos quedamos con las sobras, los pasivos ambientales y las promesas vacías. La historia no puede repetirse una vez más.
Qué debería hacer Chile con ENAP, Codelco o una nueva empresa para liderar el hidrógeno verde
Chile no parte de cero, tiene dos grandes empresas públicas con capacidad técnica, historia y presencia territorial: Codelco y ENAP. Ambas podrían ser la base para una Empresa Nacional del Hidrógeno Verde. Pero para eso, se requiere decisión política, visión de Estado y voluntad de ruptura con el modelo extractivista subordinado.
Codelco conoce la gran minería, la logística de exportación, la administración de contratos internacionales y tiene vínculos con Europa y Asia. ENAP maneja redes energéticas, infraestructura industrial, capacidad de transporte y experiencia en combustibles. No hay razones técnicas para dejarlas fuera del hidrógeno verde. Hay razones políticas para integrarlas de inmediato.
Una opción sería que ambas lideren un consorcio estatal mixto, con participación mayoritaria del Estado, donde se sumen universidades, centros de investigación y actores privados nacionales con regulación estricta. Otra alternativa es crear una nueva empresa pública, 100% estatal, con capacidad para financiar proyectos propios, asociarse con países estratégicos y desarrollar electrolizadores nacionales en vez de importarlos.
Pero no basta con declarar interés, hay que dotar a esta empresa de un mandato legal robusto, con objetivos industriales claros y herramientas reales de ejecución. Y hay que hacerlo ahora. Si se deja pasar esta década, los contratos ya firmados, los terrenos ya cedidos y las rutas comerciales ya trazadas harán imposible revertir la entrega. Será otra pérdida histórica. Y esta vez no será solo de un recurso. Será la pérdida de una nueva matriz energética. Y del futuro.
Australia, Alemania y la carrera global por el hidrógeno
Australia no quiere quedarse atrás. Es el país con mayor inversión acumulada en hidrógeno verde a nivel mundial. Tiene más de 110 proyectos en carpeta y al menos 12 de ellos en fase avanzada. La capacidad total de producción proyectada para 2030 supera los 15 millones de toneladas anuales de hidrógeno verde. Solo el proyecto Western Green Energy Hub en Australia Occidental planea producir 3,5 millones de toneladas anuales de hidrógeno a partir de energías renovables, con una inversión estimada de 70 mil millones de dólares. Esa planta sola equivale a casi 20 veces la capacidad total de todos los proyectos actuales en Chile.
Alemania, en cambio, no tiene desiertos, pero tiene estrategia. Está financiando 62 proyectos en su territorio y al menos 8 en el extranjero, incluyendo Chile y Namibia. Su objetivo es importar el 70 % del hidrógeno verde que necesitará en 2035. El gobierno alemán destinó más de 10 mil millones de dólares a su plan nacional de hidrógeno, con el objetivo de reducir drásticamente su dependencia del gas ruso y del carbón polaco.
Entre los dos, Alemania y Australia concentran el 45 % de las inversiones anunciadas a nivel mundial. El mapa se mueve. Y Chile aún está en modo piloto.
Mientras en Berlín diseñan turbinas y en Perth levantan megatubos, en Magallanes apenas se enciende el motor de la historia. El viento sopla igual, pero la voluntad no. Allá construyen el futuro.
Acá lo seguimos esperando.













