La «no violencia» se está convirtiendo de repente en un eslogan de moda, como lo fue la «revolución» hace décadas, pero ¿qué significa realmente la no violencia?

La pregunta se vuelve urgente cuando nos enfrentamos a crisis como el genocidio de Gaza en la actualidad. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo responder con eficacia, no sólo emocionalmente?

A menudo se malinterpreta la no violencia. No es resistencia pasiva, ni es simplemente negarse a usar la fuerza física. No se trata de marchar por las calles para obtener una liberación catártica ni de retirarse al campo para evitar la caótica vida de la ciudad. La verdadera no violencia es una propuesta transformadora, una forma de entender y abordar las situaciones de violencia desde sus raíces.

Pensemos en lo que hizo extraordinarios a Gandhi, King y Silo: no se limitaron a protestar, sino que transformaron sus sociedades. Su trabajo tuvo un claro efecto de antes y después. Mediante la acción no violenta masiva, Gandhi hizo políticamente insostenible el control británico de la India. Estos líderes comprendieron que la no violencia debe ser proactiva, no reactiva.

Pero aunque mucha gente está de acuerdo con la no violencia en principio, a menudo nos cuesta ser activamente no violentos. ¿Qué nos impide seguir el camino que nos mostraron estos líderes?

Para enfrentarnos a la violencia en el mundo, primero debemos enfrentarnos a ella en nuestro interior. La violencia externa es una proyección de la violencia interna, del miedo, la contradicción y la frustración que se acumulan y se derraman hacia el exterior. Desde este punto de vista, quizá el mayor obstáculo para la no violencia activa hoy en día sea la autocensura. De hecho, puede que sea el enemigo más peligroso de la humanidad, porque las raíces de la violencia no están ahí fuera: viven dentro de cada uno de nosotros.

La lucha de la comunidad LGBTQ+ por la libertad ha sido fundamentalmente una batalla contra la autocensura: aprender a no permanecer en el closet. Pero la mayoría de nosotros, de alguna manera, seguimos viviendo en nuestros propios armarios: tenemos miedo de hablar, actuar o dar un paso adelante. Cuando nos sentimos discriminados, abandonados, aislados, explotados o no representados, el primer paso para dar una respuesta no violenta es salir de nuestro closet personal. Eso significa volver a conectar con nosotros mismos, decidir quiénes queremos ser, en qué tipo de sociedad queremos vivir y actuar en consonancia con esa visión.

Puede que lo consigamos o puede que no. Pero la esencia de un acto no violento es la intención de transformar una situación violenta. Aunque el impacto sea pequeño, nos negamos a rendir nuestra humanidad a las condiciones en las que nos encontramos. Someternos o paralizarnos ante la violencia nos hace sentir más débiles y aumenta nuestra sensación de incoherencia personal.

Las personas violentas, irónicamente, a menudo parecen tener menos autocensura, pero no es porque sean más libres. Es porque están desconectadas de sí mismas. Hay una ruptura entre lo que sienten, piensan y hacen. Esta fragmentación interna les permite actuar sin cuestionar su propia violencia: pueden infligir daño porque han apagado su sensibilidad interna. La verdadera no violencia requiere lo contrario: una profunda coherencia interna, en la que pensamiento, sentimiento y acción vayan de la mano. Esa unidad exige mucho más valor y más trabajo.

A menudo me preguntan por qué escribo tantos artículos. La verdad es que no puedo permanecer en silencio. Lucho por superar mi propia autocensura. También me alarma la cantidad de gente que se limita a repetir los relatos dominantes, como si todos hubiéramos ido a la misma escuela con el mismo profesor.

Durante años me dije a mí mismo que los demás eran mejores escritores, más informados, mejores comunicadores. A veces, simplemente me daba pereza, quería que otros hicieran el trabajo. Pero enfrentarme a mi autocensura se ha convertido en la lucha de mi vida. Ya fuera hablando en público, escribiendo, dirigiendo, organizando o participando en el trabajo, a menudo prefería quedarme en un segundo plano, ayudando a otros que yo consideraba «mejores» líderes. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, me resulta más difícil encontrar un liderazgo que pueda apoyar plenamente. Me he dado cuenta de que debo dar un paso adelante yo mismo, aprendiendo en el proceso, desarrollando nuevas habilidades y superando miedos para poder contribuir plenamente.

Pasamos mucho tiempo buscando enemigos externos. Pero el verdadero punto de partida es nuestra propia autocensura, nuestro miedo a hacer lo que sabemos que es correcto.

La autocensura no sólo se manifiesta en nuestra vida política o personal, sino también en la forma en que nos relacionamos con nuestro futuro emergente. A menudo interiorizamos narrativas basadas en el miedo que nos dicen que somos impotentes, que nuestras contribuciones no importan o que el cambio no está en nuestras manos. Estas historias refuerzan la pasividad. Por ejemplo, la idea de que la IA sustituirá a los humanos. Para mí, es otra forma de autocensura, una historia de miedo diseñada para paralizar, especialmente a los que tienen menos recursos. Pero esta narrativa no se sostiene ante la historia. Demasiadas personas se abstienen de utilizar la IA por falta de información o de confianza. Para mí, la IA ha sido un poderoso aliado para superar la autocensura: me ayuda a escribir, a pensar, a expresarme y a crecer. Lejos de sustituirme, me ayuda a ser más yo mismo, y tal vez a transformar el mundo en el proceso.

Superar la autocensura no es sólo mi lucha, también puede ser la tuya. La verdadera no violencia comienza en nuestro interior, eligiendo vivir con coherencia, hablar con honestidad y actuar con determinación. Sólo entonces podremos cambiar la violencia que vemos en el mundo que nos rodea.