Murió José «Pepe» Mujica, ex Presidente de Uruguay y uno de los personajes políticos más destacados de la América Latina moderna. La prensa y las redes sociales de la región están llenas de obituarios con palabras de agradecimiento y admiración. Al parecer fue un hombre admirado, respetado y adorado por todos, los que hoy publican con tanto orgullo sus propias fotos en compañía suya. Por todo el mundo, desde personas maravillosas hasta los auténticos sinvergüenzas en la vida y en la política. A Pepe, que era ateo, le pasó casi lo mismo que hace un par de semanas con la muerte del papa Francisco.

No tengo dudas de que Pepe Mujica fue un ser humano sincero, humilde y de gran corazón, y es evidente que gente como él en la política mundial moderna no hay mucha. Que descanse en paz.

Esta reflexión no es sobre su persona, sino sobre el fenómeno político, conocido como “Pepe Mujica”, me parece necesaria y muy urgente.

Empecemos por leer cualquier Wikipedia. Los textos que aparecen hoy en internet les contarán que era un ex guerrillero de izquierda, que tras pasar años por las cárceles de la dictadura militar se convirtió en un popular político demócrata y humanista, luego llegó a ser el Presidente más pobre del mundo, que destinó casi todo su sueldo a necesidades sociales, nunca usó corbata, legalizó el consumo de la marihuana en Uruguay, conducía un viejo Volkswagen Escarabajo, cuidaba de su perra de tres patas Manuela y quiso que enterraran sus cenizas al lado de su tumba, en un pequeño terreno familiar cerca de Montevideo, donde vivió en una modesta casa hasta sus últimos días. Por supuesto, este tipo de descripciones son una caricatura para ignorantes, pero es lo que hay.

Pepe Mujica fue parte y testigo de la historia heroica y terrible del Continente, podría quedar en la memoria de muchos como un luchador, un sabio y un filósofo, pero lamentablemente llegó a ser Presidente.

¿A qué grado de descomposición debe llegar nuestra civilización política para que el sólo hecho de que el Presidente de la nación no sea corrupto e incluso que no haya tenido interés por los lujos ni por estímulos materiales, sea suficiente para convertirlo en la noticia política más importante del Uruguay?

Las empresas transnacionales y su brazo político, el Partido Demócrata estadounidense, adoraban la presidencia de Mujica. El “Presidente izquierdista uruguayo” reconoció la derrota mundial de la izquierda, la victoria del capitalismo, la imposibilidad de hacer nada serio por el momento, pero llamó constantemente a luchar por los valores éticos y humanos que lo llevaron a ser guerrillero en su juventud. La amargura de la derrota, la máxima sinceridad y la terquedad de un viejo luchador vivían en sus palabras, pero su gobierno en ningún momento representó una amenaza para el sistema que él siempre denunció. Para el sistema, su presidencia fue la del «gobierno de izquierda» ideal, conciliando los irreconciliables extremos que sin embargo aceptó, en la medida de sus limitadas capacidades y a costa de su sueldo.

No hubo guerra mediática mundial contra Pepe Mujica, como la hubo contra Allende, Fidel o Chávez. No representó nunca ningún peligro para el sistema. No hubo cambios en el modelo económico o implementación de mecanismos para la redistribución económica, no se cambió el sistema político ni se tocaron los medios de comunicación. Su ejemplo legitimó a muchos otros pseudo izquierdistas incapaces de luchar. Por eso hoy lo lloran tanto los volteados como las élites.

Además, siguiendo el ejemplo de Pepe Mujica, el sistema creó casi todo un modelo electoral para la «izquierda correcta». Así, el Presidente colombiano Gustavo Petro, que también fue guerrillero en su juventud (aunque, a diferencia de Mujica, sólo un poco), lidera un «gobierno de izquierda» que invitó a la OTAN para “proteger los recursos naturales del Amazonas”.

¿Será por eso que Trump mezcló a todos poniéndolos en el mismo saco y empezó a llamar «izquierdista» y “comunista” al mismo Biden?

En las últimas décadas el principal proyecto político de las trasnacionales, que como se sabe gobiernan el mundo, no se desarrolló sólo como lo hacían antes, es decir a través de las derechas oligárquicas, sino a través de los proyectos “progresistas” que tuvieron como objetivo confundir y desmovilizar las luchas sociales anticapitalistas desde abajo. El lema de este proyecto fue “humanizar el capitalismo” ofreciendo a América Latina, la receta social-demócrata que precisamente en estos tiempos vemos fracasando en Europa.

En Latinoamérica advertimos cómo los gobiernos “progresistas” – por ser extremadamente inconsecuentes y amorfos – le han abierto las puertas de par en par a la extrema derecha. Bonitos discursos sociales alineados con promesas de democracia y tolerancia que esconden negocios con los poderes fácticos y las corporaciones dentro y fuera de los países. En el caso de Uruguay podemos recordar el caso de la soya transgénica en manos de Monsanto que nunca fue cuestionada por el gobierno de Mujica ni por los wokes ecologistas que seguramente disfrutaban en ese momento de sus porros legalizados por su gobierno.

Seguramente José Mujica fue un hombre maravilloso y nos dejó algunas ideas y pensamientos sabios que hoy recorren las redes sociales latinoamericanas. Pero al parecer, con el poder político, al igual que pasa en la vida, ser buena persona no es suficiente.