En San Francisco, Estado Unidos, se celebró el 25 de abril de 1945 una conferencia internacional por parte de 50 países con el objetivo de fundar un nuevo orden internacional bajo el paraguas de las Naciones Unidas, cuyo objetivo sería preservar la paz y los derechos humanos, después de una devastadora Segunda Guerra Mundial. Desde esa fecha hasta hoy, muchos países se han independizado en África, América Latina y Asia integrándose en este organismo internacional.

Se suponía que la ONU aplicaría el derecho internacional humanitario en cualquier guerra para evitar la muerte de civiles y que ningún miembro de los cinco permanentes podía ejercer el derecho de veto para bloquear una resolución que pide un cese el fuego permanente y duradero por razones humanitarias.

Hoy tenemos los conflictos de Gaza y Ucrania en los que están implicados Israel, Palestina, Ucrania, Rusia y Estados Unidos. Ambos conflictos siguen cobrándose la vida de la población civil y la destrucción de ciudades como Gaza, Jan Yunis y Bajmut. En el caso de Gaza el conflicto ha cobrado la vida de miles de niños y mujeres, la destrucción de escuelas, hospitales y centros de asistencia de la ONU.

Gaza lleva dieciséis años de bloqueo y asedio por parte de Israel, situación que se ha deteriorado con los sucesivos enfrentamientos armados entre Hamas y el ejército israelí. En Cisjordania la Autoridad Nacional Palestina ha sido desmantelada como interlocutor para la creación de un Estado Palestino sobre los territorios de 1967. Todo esto me lleva a las resoluciones de la ONU que han sido incumplidas de forma reiterada por parte de Israel, desde el reconocimiento de su Estado en 1948 hasta la fecha de hoy.

En el caso de Ucrania y el espacio pos-soviético, la tensión ha sido permanente, desde los conflictos de Nagorno Karabaj, Georgia y Crimea. La ONU no ha sabido garantizar la soberanía de los territorios reconocidos a nivel internacional.

Podemos citar el caso de territorios no autónomos como el Sahara Occidental, Tíbet y Samoa. Territorios que le asiste el derecho a la autodeterminación por su situación colonial. Sin embargo los países que han ocupado esos territorios han sorteado el derecho internacional gracias al derecho de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

Cuando el Secretario General de la ONU, Antonio Gutérres invoca el artículo 99 de la carta de la ONU para pedir un cese el fuego en Gaza, Estados Unidos veta la propuesta. En 2010 México propone la investigación de la quema del campamento saharaui de Gdeim Izik por parte de Marruecos y su posible condena, Francia amenaza con el derecho de veto y el Consejo de Seguridad solo deplora la violencia.

El derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad no puede ser una carta blanca para que se mate a la población civil y se violen los derechos humanos.

Hoy la ONU son más de ciento-noventa países, esta realidad supera la de 1945, una realidad surgida después de dos guerras mundiales. Toca cambiar el derecho de veto por el derecho a la autodeterminación, el derecho de veto por el respeto del derecho internacional  humanitario,  el derecho de veto por el respeto de los derechos humanos.

Los intereses de una potencia con derecho de veto no pueden anular la carta de las Naciones Unidas, ni  su misión de garantizar la paz y el derecho internacional humanitario.

Garantizar los derechos de los pueblos ocupados que sufren colonialismo y apartheid, es en definitiva aplicar la carta de la Naciones Unidas y garantizar la paz que inspiró a esta organización después de la Segunda Guerra Mundial.

Ningún orden internacional puede justificar el uso ciego de la fuerza y el exterminio de un pueblo, es por ello que la ONU ha quedado sin contenido, su carta fundacional no se ajusta a la realidad de los conflictos ni a los desafíos que requieren su actuación.

Si seguimos ejerciendo el derecho de veto para prolongar conflictos cuya naturaleza jurídica es incuestionable, permitir al país ocupante destruir el territorio ocupado, habremos acabado definitivamente con la ONU y su cometido de preservar la paz.