Como pacifistas y no-violentos hubiésemos querido ir en estos días a protestar ante la embajada de Palestina, pero no hemos podido porque no existe una embajada palestina ante la cual protestar. Y esto nos debe hacer reflexionar sobre las causas y las responsabilidades de este tremendo conflicto.
El reciente ataque de Hamas a Israel es un hecho condenable, como condenable es cualquier acto violento, de cualquier parte sea perpetrado. No hay ninguna justificación política o histórica frente a la utilización desprejuiciada de la violencia en cualquiera de sus formas, provenga de donde provenga.
Son inaceptables también las voces que quisieran redimensionar lo sucedido en virtud de las injusticias sufridas por el pueblo palestino en las últimas décadas. Aún reconociendo estas profundas injusticias y la indecible hipocresía de quienes las apoyan, la utilización de la violencia nunca es justificable.
Incluso cuando es utilizada para sostener una causa justa, la práctica de la violencia es inaceptable y no llevará nunca a la resolución de un conflicto, terminando solo por agravar la situación.

Por esto nos unimos al coro internacional de denuncia y condena de este acto de violencia por parte de Hamas.
Pero nuestra voz, lamentablemente, queda aislada cuando denunciamos las causas de este evento y las responsabilidades pesadísimas e innegables del gobierno israelí. Según parece, la sociedad bienpensante occidental se habría vuelto ya irremediablemente alérgica a discutir las causas de los problemas, demostrando un cierto horror por la historia.

Como con la guerra en Ucrania, la posición de los países occidentales frente al conflicto se está revelando una vez más hipócrita, violenta y por momentos vagamente ridícula, mostrando el verdadero lado rapaz de nuestras presuntas democracias, que aplican sus fingidos principios solamente cuando obtienen alguna ventaja. Así como por ocho largos años nadie se dio cuenta de la masacre llevada a cabo por Kiev contra las regiones con mayoría rusa, hoy asistimos a una tragicómica farsa: los presidentes de los países occidentales declaran que “Israel tiene el derecho a defenderse”, olvidando que se está hablando de un gigante nuclear que ocupa desde hace décadas los territorios de otro pueblo.
Se olvida que desde hace décadas Israel está invadiendo, humillando, demoliendo, asesinando, torturando y violentando a un pueblo del cual ocupa ilegalmente los territorios.
Pero esto poco importa, porque los occidentales son buenos e Israel es una gran democracia. Y ser una “gran democracia” con un gran peso económico y amigos potentes te da evidentemente el derecho a masacrar a otros pueblos y violar abiertamente los más básicos derechos humanos.

Mientras en Ucrania Occidente condena a quien invade los territorios, en Israel, al contrario, condena a quien resiste la invasión. Así, paradójicamente, se afirma el derecho del Goliat nuclear israelí a defenderse, pero se niega al David palestino el derecho a ser, no reconociendo incluso ni siquiera la existencia.
¿Dónde están los mismos coros de indignación cuando los aviones israelíes bombardean y despedazan hombres, mujeres y niños palestinos culpables sólo de estar en su propia casa?
¿Por qué ningún político occidental manifiesta su propia indignación cuando los tanques israelíes destruyen las casas de los pobres cristos de los territorios palestinos?
Porque los palestinos no existen. Y, en consecuencia, no existen tampoco sus derechos, su historia, su dolor ni sus esperanzas.
Quizás porque los palestinos “son animales humanos”, como ha declarado en estas horas el ministro de defensa israelí Yoav Gallant. Quizás esta opinión, aunque no expresada en estos tonos, es compartida también por nuestros políticos, que nos recuerdan que Israel “tiene derecho a defenderse”, dando prueba de la más desagradable práctica de genuflexión moral que se pueda imaginar ante el poder.
Si se quiere tener el derecho moral de condenar la violencia, se la debe condenar en toda ocasión y no solamente cuando nos queda cómodo.
Cualquier político que hoy declare la propia solidaridad con Israel, sin manifestar abiertamente la propia indignación hacia su comportamiento criminal y asesino y sin pedir oficialmente que se retiren de los territorios ocupados es considerado cómplice de la masacre.
Sobre sus manos recae la sangre de las víctimas palestinas e israelíes de este conflicto y las lágrimas de los padres que sepultarán a sus propios hijos.
Hoy la voz de los gobiernos occidentales se debería alzar fuerte y clara para pedir el inmediato “cese del fuego” de ambas partes. Así como debería pedir a Israel el inmediato retiro de todos los territorios ocupados y el respeto de las resoluciones y las recomendaciones de la Organización de la Naciones Unidas, aplicando serios paquetes de sanciones en caso de rehusarse. Se debería pedir a Hamas de interrumpir cualquier actividad ofensiva y desalentar a Israel de cualquier represalia.

Pero esto lamentablemente no sucederá y, siguiendo un escuálido guión ya visto, la solidaridad de las potencias occidentales se expresa en reconocer “el derecho de Israel a defenderse”, que suena como el salvoconducto para derramar la sangre del siervo insubordinado que ha osado rebelarse.
Quien osa poner en discusión el status quo del poder no merece solidaridad sino solamente punición.
En el Imperio Romano existía una ley terrible: cuando un esclavo mataba a un ciudadano romano todos los esclavos de su propiedad debían ser castigados con la muerte, aún cuando no tenían culpa alguna. Esto era para dar una clara señal a todos los otros esclavos de la ciudad y hacer entender lo que sucedería a quien osare rebelarse contra el poder.
Y es esta misma lógica del dominio que utiliza la violencia como metodología de acción que ha creado una profunda crisis a nivel mundial.

El pensador argentino Mario Rodríguez Cobos, conocido como Silo, inspirador del humanismo universalista, en un discurso público de 2005, hablando a propósito del derrumbe de la Unión Soviética dijo: “Medio mundo, medio sistema que se suponía monolítico se derrumbó. Pero aquel mundo que cayó lo hizo sin violencia… Y no hubo ningún Apocalipsis.” Y concluía preguntándose: “¿Cómo sucederá la caída de la otra mitad del mundo?”.

Hoy, a la luz de los últimos acontecimientos, este discurso parece menos sibilino e incomprensible que hace veinte años.
La guerra en Ucrania, el agravamiento de la situación en Medio Oriente, el riesgo de un conflicto por Taiwán, el número increíble de golpes de estado en África y los muchos otros acontecimientos que desestabilizan el mundo actual son una señal muy clara: Occidente está chirriando bajo el peso de sus mismas acciones.

Hoy, Occidente debe hacer cuentas con el hecho de que recogerá aquello que ha sembrado y que un gran número de países que estuvieron compelidos en el pasado a padecer sus vejámenes ya no están dispuestos a hacerlo. Y estos países no sólo comienzan a pretender sus propios derechos, sino que comienzan a tener también los recursos y los medios a disposición para hacerlos respetar.
Lamentablemente, el riesgo frente al cual está la humanidad en este punto de la historia no tiene precedentes.
Nuestro destino y el de nuestros nietos dependerán en gran medida de cómo Occidente y en particular Estados Unidos logren aceptar el hecho de no tener más un rol de patrón del planeta. Será necesario aprender a relacionarse en paridad con los otros países, comprendiendo que la propia cultura, los propios valores y el propio modelo organizativo no son infalibles y no son los únicos posibles. Se deberá entender que se puede cooperar y no solamente comandar y que un modelo basado en el bienestar de pocos ya no es sostenible.
Así se caerá en cuenta finalmente que no somos el centro del universo sino uno de los tantos universos posibles. Se trata del próximo paso evolutivo para la especie humana, un paso que hoy ya no puede postergarse.
No es fácil que esto suceda, porque es una operación muy compleja… pero este intento está ya en marcha en la sociedad y sobretodo en la interioridad de la conciencia de millones de seres humanos.

Acompañar y alentar este intento debería ser la misión de todas las personas que quieren de corazón la paz y la supervivencia de nuestra especie.
Hoy nos sentimos cercanos con el corazón a nuestros hermanos israelíes y palestinos que están pagando con indecible dolor la estupidez del poder.
No nos dejemos confundir por la propaganda del pacifismo armado con la que los medios de información nos están bombardeando.

Pedimos el inmediato cese de las hostilidades y la liberación de los rehenes, el retiro de los territorios ocupados y el respeto de las resoluciones de la ONU.

Tomemos la paz en nuestras manos!