«Si es que buscamos la reconciliación sincera con nosotros mismos y con aquellos que nos han herido intensamente es porque queremos una transformación profunda de nuestra vida. Una transformación que nos saque del resentimiento en el que, en definitiva, nadie se reconcilia con nadie y ni siquiera consigo mismo. Cuando llegamos a comprender que en nuestro interior no habita un enemigo sino un ser lleno de esperanzas y fracasos, un ser en el que vemos en corta sucesión de imágenes, momentos hermosos de plenitud y momentos de frustración y resentimiento. Cuando llegamos a comprender que nuestro enemigo es un ser que también vivió con esperanzas y fracasos, un ser en el que hubo hermosos momentos de plenitud y momentos de frustración y resentimiento, estaremos poniendo una mirada humanizadora sobre la piel de la monstruosidad.

Este camino hacia la reconciliación no surge espontáneamente, del mismo modo que no surge espontáneamente el camino hacia la no violencia.»

(SILO, Jornadas de experiencia, habla día 3, Punta De Vacas, Argentina, 5 de mayo 2007)

Por Isabelle Chapre
Gracias a Ginette Baudelet por la traducción

Camino de Reconciliación – Detrás de las heridas del amor, el acto unitivo de la conciencia

Vivo en París. Creo que estamos en 2005. Es una tarde preciosa, el sol brilla y el cielo es de un azul claro de finales de verano. Estoy paseando por la Bastilla. Bajo los escalones de piedra. Camino junto a los barcos y los imagino con sus habitantes. Me encanta este puerto en el centro de la capital. Camino por la pequeña rosaleda: roja y rosa, con sus fragancias estimulantes y sus colores vivos. Mis sentidos están abiertos, no tengo prisa: aprovecho este momento.
Estoy con el Sr. M. Estamos sentados junto al agua, entre la oficina del capitán del puerto y la pasarela.
Hablamos de nuestro posible futuro, o no, juntos. Hablamos durante mucho tiempo: cómo podría ser, qué tipo de proyecto nos gustaría llevar a cabo, qué nos gustaría vivir.
De repente, algo sucede en mi interior: en una milésima de segundo, se abre un espacio de libertad.
Intentaré explicar este momento en el que ya no oigo nada. Me siento en otra parte.
Es como si me elevaran, como si se abriera un nuevo espacio interior: se acaba de abrir un canal.
Este canal venía de otra parte, de otro tiempo, de otro lugar: los límites del yo acababan de estallar. Me sentí suspendida. Se me abrían espacios nuevos, inexplorados. Con un enorme registro de libertad: se me acababan de ofrecer alas, me las habían dado.
Libertad para elegir lo que quería. Una libertad ofrecida para la Vida.
Libertad plena, sin cortapisas, como un reconocimiento pleno de lo quien soy. ¿Qué camino iba a tomar?
En una milésima de segundo, estaba en camino algo más grande que yo.
En una milésima de segundo, todo sucedió y se produjo una experiencia fuera de lo común.
En una milésima de segundo, surgió algo bueno y grande, que matizó un acontecimiento y dio la vuelta a todas las proporciones.
Esto se convirtió en algo muy importante, que resonó dentro de mí, en cada una de mis células.
Este registro se produjo porque se me respetaba, hiciera la elección que hiciera. Aquí se respetaba mi dignidad como ser humano y, al mismo tiempo, podía sentir mi propia dignidad.
Aquí llegué a ser plenamente digna, plenamente humana.

Al volver a «mí», me doy cuenta de que algo ha cambiado:
Allí, en ese momento, el agua tiene reflejos centelleantes y plateados, el viento ondula la superficie del agua. Todo es mucho más deslumbrante, todo está sublimado. Mi mirada ha cambiado. Mi cara también ha cambiado: intento explicarle esta transformación que me está ocurriendo. Señalo que, efectivamente, mis ojos son mucho más brillantes. Pienso en la frase: “Que tu sí sea sí, y tu no sea no” (Biblia, Epístola de Santiago 5:12). Estoy en una encrucijada
de los caminos.

El viento que ondulaba el agua me llega a la superficie de mi piel. Miro a los lejos, hacia el agua plateada y el cielo azul.
Al cabo de un rato, después de abrazarnos, nos marchamos, dejando este lugar y este espacio físico.
Hoy, ese espacio permanece oculto, pero también presente en mi corazón, grabado en mi memoria.
Este lugar es un rincón al que vengo a menudo, sola o acompañada, uno de mis lugares favoritos, con los ingredientes para abrirme a algo más grande que yo, para abrirme a lo sagrado.
Gracias a esta experiencia, hoy quiero acordarme de prestar atención a estos «pequeños» momentos, tomar conciencia de estas milésimas de segundo que a veces se vuelven mil veces más importantes que cualquier otra cosa.
Esta experiencia en la que, de repente, resonaron en mí nuevos espacios y en la que vi «la realidad bajo una nueva luz” (Silo, El Mensaje de Silo, Capítulo V, número 8).
Hoy, junio de 2023, esta experiencia «descomprimida» es un momento decisivo en mi biografía. Estando en un periodo de reconciliación, en proceso, puedo releer la historia de mi vida bajo la mirada amorosa de lo divino y descubrir las perlas de estas milésimas de segundo.
Hoy, a ustedes mis antiguos amores, les dedico este escrito, esta nota, como un canto que brota de estos espacios de la vida.
Hoy, a vosotros mis antiguos amores, os digo las gracias por haberos cruzado mi camino, explorado momentos de la vida, con alegrías y tristezas, aperturas y cierres, aristas y heridas.
Gracias a vosotros que me habéis abierto a la vida, a vosotros que había perdido detrás de mi escoria, a vosotros que acabo de redescubrir de una manera más pura.
Porque detrás de mis heridas está ahora la alegría que había permanecido oculta, está el amor de la vida, está la esperanza.

Estas notas no son un acto unitivo en el sentido de acción, sino un acto unitivo de conciencia de reconciliación. Con el deseo de repetirlo, de abrirse a los demás.
Lo reconozco como un acto de unidad interior en el que nada parece detenerlo.
Entonces puedo ver todos los actos de conciencia desde el ángulo de un acto unitivo.
Esto me abre un espacio nuevo: busco de manera más amplia mis actos unitivos: mis acciones, pero también mis pensamientos, mi presencia respecto de mí misma, más precisamente el registro de la presencia respecto de mí misma, e incluso mi rutina diaria, que a veces me quita mucho tiempo, mis agradecimientos, pero también el hecho de que reconozco estos actos… son como muñecas rusas que encajan unas en otras, amplificando el registro del renacimiento; y en esta palabra, está «re-nacer»…
En una milésima de segundo, puedo sentir mis acciones y, sobre todo, mis pensamientos.
En una milésima de segundo, puedo dar gracias por mi progreso y mi comprensión. En una milésima de segundo, mi vida cambia.
Ciertas milésimas de segundo en ciertos minutos del día lo cambian todo.
Hasta mi muerte, estas milésimas de segundo «especiales» siguen y seguirán sumándose como actos unitivos que alimentan mi ser.
Pienso en los amigos que se fueron, durante el último pasaje, que tuvieron una milésima de segundo o más para reconciliarlo todo, para convertirlo todo en un todo.
Pienso en la milésima de segundo antes de mi muerte, cuando todo se «descomprimirá» y comprimirá al mismo tiempo, cuando estaré en la encrucijada, cuando mi Ser podrá decir Sí, y sólo Sí:
Sí a este nuevo nacimiento, Sí a estos nuevos espacios, Sí a estos lugares que a veces podemos vislumbrar, como presentimientos.
Entonces me digo: qué alegría ser mortal.
En simetría, como el movimiento del péndulo en la relojería, me digo: qué alegría estar viva. Qué alegría poder sentir todo esto, aquí y ahora, acumulando así nuevos actos unitivos de consciencia.
Esta frecuencia es un don de la vida, un don atemporal, reconfortante, que recibo con cierto agradecimiento.