Recientemente hemos podido leer artículos con diferentes posturas respecto a algunos datos sobre el crecimiento del PBI en países asiáticos. Para algunos ese dato es alentador, ya que podría significar mejores niveles de empleo e ingresos en sectores postergados. Para otros no es una buena noticia porque en un planeta a punto de colapsar, el paradigma del crecimiento como sinónimo de bienestar colisiona con la urgente necesidad de frenar el desastre ecológico. En realidad, ambos puntos de vista son comprensibles y tienen parte de razón, pero la situación es demasiado compleja como para afirmar taxativamente que el crecimiento del PBI es bueno o malo per se. Este tema lo habíamos abordado hace algo más de cinco años en uno de los capítulos del libro “Encrucijada y Futuro del Ser Humano”, del cual cito algunos párrafos a continuación:

“En este mundo globalizado bajo el signo de la depredación capitalista, no solamente hay que soportar la intervención militar de las potencias fuera de sus fronteras; que las multinacionales y los grupos financieros de las potencias dominen el rumbo de la economía internacional, sino que también hay que soportar que el impacto ambiental de su voracidad depredadora afecte cada rincón del planeta. Pero eso no es todo, también hay que soportar algunas voces que acusan a los países emergentes que por su crecimiento en la última década han acelerado el efecto invernadero.
Y algunos se preguntan ya, qué pasará si los BRICS continuaran creciendo hasta que todos sus habitantes arriben al mismo nivel de consumo promedio de un ciudadano de USA o de Europa; porque en ese caso harían falta 5 planetas más para abastecerlos.
¿Qué pretenden? ¿Que el mundo se detenga en este instante, para que los ciudadanos del denominado primer mundo puedan mantener por siempre su status, y que el resto de la población mundial permanezca en la pobreza para no afectar aún más al medio ambiente? Pues tal pretensión no prosperará, en primer lugar porque las poblaciones aspiran a un mundo más justo y equitativo y no aceptarán semejante orden internacional; y en segundo lugar, porque buena parte de la producción de los países emergentes, no es para su propio consumo, sino para proveer a ese primer mundo. Las factorías instaladas en China y otros puntos de Asia y América, abastecen a todo el mundo de productos baratos, y para ello succionan recursos naturales de todo el planeta.
La continua expansión de la frontera agropecuaria en Brasil y Argentina, no responde a sus necesidades alimentarias, sino fundamentalmente a la producción de soja y biodiesel para exportación. El extractivismo minero en África y en toda la región andina latinoamericana, obviamente tampoco se explica por el consumo local.
En definitiva, vivimos en un mundo globalizado, en el que un pequeño porcentaje de la población, conformado básicamente por los habitantes del llamado primer mundo, y por el 10 % de mayores ingresos del resto de las naciones, padece de una sed insaciable de consumismo, y para atenderla ha instalado factorías distribuidas en algunos puntos del globo, y para abastecerlas depreda los recursos naturales de todo el planeta. Y existe un gran porcentaje de la población, que está involucrada laboralmente en este proceso, por lo cual tiene ingresos con los que también consume, y teniendo como modelo el consumismo de la elite de arriba, puja por ganar más. Y así se conforma una enorme pirámide de ingresos y consumo, que cada vez succiona más recursos, sin que en su cima avizoren el límite del consumismo, y sin que en su base alcancen lo mínimo para la subsistencia. En esa pirámide está la mayor parte de la explicación del desastre ambiental actual”

Desde que tratamos este tema hasta la fecha el calentamiento global continuó haciendo estragos y frenarlo se vuelve cada vez más urgente, y es lógico que se alcen las voces contra todo lo que signifique aumentar el extractivismo y la contaminación. Pero debemos fijar prioridades al respecto; antes que alarmarnos por el crecimiento en Vietnam, o en la India, o incluso en China, donde aún hay millones de personas bajo la línea de pobreza, debiéramos preocuparnos de que Estados Unidos, con solo el 4 % de la población mundial produzca la cuarta parte del dióxido de carbono; que su consumo de energía eléctrica sea equivalente al de la sumatoria 160 países y que sólo en la ciudad de Las Vegas se consuma más energía que en varios países africanos.

Debemos cambiar el paradigma del crecimiento, orientando el desarrollo hacia sectores menos agresivos con nuestro planeta, pero además debemos ocuparnos de que los recursos se distribuyan de otro modo en el mundo. Y para lograr ambos objetivos habrá que trabajar en un cambio cultural, ya que la cultura del consumismo es la principal responsable de la depredación del planeta, y no la lógica búsqueda de progreso de los países más pobres. Claro que una reconversión productiva a partir de ese cambio de paradigma debe realizarse por pasos.
En otro párrafo del libro decíamos lo siguiente:

“Las fuentes de trabajo actuales, las que generan los ingresos de los trabajadores, están organizadas en función de la actual estructura de consumo, y cualquier modificación abrupta en los niveles de consumo, que no sea acompañada de una reingeniería productiva, tendrá un fuerte impacto en los niveles de empleo. Por lo cual habrá que ir paso a paso. Ya nos referiremos a eso cuando analicemos los pasos a dar en los niveles nacionales; pero hay que tomarlo en cuenta a la hora de pensar en posibles campañas mundiales que se pudieran realizar sobre estos temas. En los últimos tiempos hay gente que habla del Decrecimiento, y no está mal la idea, sobre todo cuando se habla de sobriedad en el consumo para la élite del planeta. Pero teniendo en cuenta que buena parte de la humanidad vive en el infraconsumo, tal vez habría que hablar mejor de una redistribución de los recursos actuales, y simultáneamente trabajar en el desarrollo humano, para mejorar la calidad de vida de las personas disminuyendo el extractivismo, aumentando y mejorando los servicios. Por ejemplo, no es lo mismo que el PBI de un país crezca porque se incrementó la extracción de minerales, o porque se duplicó la cantidad de automóviles, a que crezca porque se incrementaron los servicios de salud y educación, ya que no hay ningún impacto ambiental en estos últimos”.

Lo que tratábamos de explicar en este último párrafo, es que si bien no se puede medir el bienestar de la población en términos de crecimiento del PBI, tampoco podemos afirmar que todo crecimiento sea negativo para el planeta; pero por sobre todo no podemos abordar la problemática de la sustentabilidad sin comprender que hay que desmontar la pirámide de la desigualdad, y que ello se logrará con proyectos que asuman la complejidad del problema y no con slogans. Desde luego que para cada individuo aislado, angustiado por la depredación del planeta, resulta muy difícil plantearse soluciones a gran escala, y tal vez le resulte más fácil aliviar su cargo de conciencia consumiendo un poco menos, y sentirá que ese es su grano de arena para la causa de la sustentabilidad; sin embargo, si esos granos de arena son pocos, se los llevará la corriente y si llegaran a ser muchos, posiblemente algunos de los trabajadores de las factorías que las multinacionales plantaron por el mundo se queden sin trabajo, y por tanto sin posibilidades de mantenerse, sin que ello afecte para nada a los que acumulan la riqueza, ni se mejore sustancialmente la situación del medio ambiente.

De ninguna manera debemos minimizar ni subestimar las acciones individuales, ya sea la reducción del consumo personal, o el reciclado, o el uso racional de los insumos; pero tales acciones no pueden convertirse en un placebo para nuestra conciencia culposa de pertenecer a una especie que está destruyendo el planeta, sino que debieran convertirse en el punto de partida para articular movimientos sociales que presionen crecientemente a los gobiernos para realizar los cambios estructurales que se necesitan en el mundo. Desde luego que ese camino es el más difícil, y hasta puede sonar utópico, pero la resignación del individualismo es un sendero que no nos lleva a ningún lado; mientras cada uno hace lo que puede por el planeta, no debemos perder de vista los objetivos conjuntos, que no por dificultosos deben descartarse, si realmente se quiere detener el suicidio planetario.

Desmontar la industria del armamentismo y reconvertirla en una industria que desarrolle infraestructura en los países emergentes.
Gravar con fuertes impuestos a las energías no renovables y con lo que se recaude financiar un veloz impulso de las energías renovables.
Poner límites a las publicidades que fomentan el consumismo, y en particular de productos cuyos insumos contribuyan al deterioro ambiental y a la expoliación de los recursos naturales.
Realizar campañas públicas por todos los medios de comunicación alertando a las personas sobre el consumo de tales productos.
Racionalizar y racionar el uso de los recursos no renovables o escasos, para que no sea el mercado el que los asigne sino la necesidad de los pueblos.

Desde luego que para concretar estas reformas estructurales, y otras más que habría que hacer, se necesita enfrentar a los poderes económicos, reemplazar a los gobiernos cómplices, y llegar a una gobernanza global en la que los pueblos puedan cambiar el rumbo de sus vidas y la del planeta. Todo eso desde luego puede constituir una utopía, pero la urgencia del momento histórico vuelve inservibles los términos medios, o se comienza a ascender la costosa cuesta de la utopía, o descenderemos aceleradamente hacia el abismo de la autodestrucción.