En Europa, Norteamérica y algunos otros países que se alimentan con la información de los medios de comunicación occidentales, a nadie se le puede haber escapado que en realidad estamos en marcha hacia la Tercera Guerra Mundial.

Las similitudes con la década de 1930 son aterradoras:

  • Se están abriendo múltiples frentes de actividad militar; uno en Ucrania y dos más en curso en Irán y Taiwán.
  • El nacionalismo extremo va en aumento, junto con el violento chivo expiatorio de los inmigrantes de todo tipo y, de hecho, de cualquiera que no sea un hombre blanco, cisgénero, heterosexual.
  • El deterioro de la situación económica está empobreciendo a grandes sectores de la población, incluso en los países «más ricos» del mundo.
  • Los medios de comunicación de todas las facciones difunden propaganda que deshumaniza a quienes viven en los países del otro lado del conflicto.
  • Cualquier intento por alzar la voz en favor de la paz y de soluciones negociadas a los conflictos es silenciado o vilipendiado, y quienes lo intentan son tachados de «apaciguadores».

Sí, se dan todos los ingredientes para el estallido de una guerra mundial total de la que no sobrevivirá la civilización humana.

En esta coyuntura crítica de la historia de la humanidad, nos encontramos con que el movimiento «pacifista» de Occidente está totalmente fragmentado y es incapaz de dar una respuesta clara y unificada. En los prolegómenos de la guerra de Irak en 2003, millones de personas de todo el mundo se manifestaron contra una confrontación bélica que entendían que nunca les afectaría personalmente porque estaba demasiado lejos geográficamente. Ahora, cuando estamos al borde de una guerra que afectará a todo el planeta, ¡el mundo guarda silencio!

Podemos identificar dos tendencias en este panorama fragmentado; los que culpan de todo a Occidente, la OTAN y sus pretensiones militares de hegemonía mundial, por un lado, y justifican la invasión como un mal desafortunado pero necesario; y los que culpan de todo a Vladimir Putin y sus pretensiones de restablecer la antigua Unión Soviética. Ambos bandos justifican el derramamiento de sangre e incluso llegan a pedir que se envíen más armas a la región. Ambas facciones anteponen el valor del «Estado» a la vida humana y, en ambos casos, lo último que se tiene en cuenta es el bienestar de la población de la región en conflicto, que nunca pidió esta guerra y que está siendo masacrada por millares. Ambos bandos ven este conflicto como un juego de suma cero; alguien tiene que ganar y alguien tiene que perder. Ambos bandos ignoran el hecho de que el final de todo conflicto acaba negociándose en torno a una mesa de conferencias. Ambas partes preferirían ver una matanza masiva antes que negociar una solución en la que se eviten más muertes.

En este contexto, quizá haya llegado el momento de hacer un llamamiento en favor de un nuevo movimiento por la paz centrado, ante todo, en el bienestar de los seres humanos y del planeta.

Las bases de un nuevo movimiento por la paz

Antes de preguntarnos cuáles serían las bases de un nuevo movimiento por la paz, debemos preguntarnos cómo es el mundo al que aspiramos. No es una pregunta abstracta, porque un mundo en el que los conflictos no se resuelven mediante el acto armado de la guerra no es el mundo en el que vivimos hoy. Si queremos un mundo en el que la gente se comporte de otra manera, necesitamos una imagen de algo diferente, una nueva utopía, una Nación Humana Universal.

Hoy, más que nunca, los ciudadanos de a pie de todo el planeta deben unirse y situarse sobre una plataforma común de derechos y responsabilidades que no tengan nada que ver con el género, la situación económica, la religión, el color de la piel, la orientación sexual o la nacionalidad.

Pero, ¿cómo sería esta plataforma? ¿Cuáles son los principios, las condiciones, los derechos y las responsabilidades que sustentan un mundo en el que todos puedan vivir en armonía?

La necesidad de partir de la sacralidad absoluta de la vida y del planeta

En primer lugar, debe quedar claro que el mundo al que aspiramos debe ser sostenible. Sólo tenemos un planeta. Es ilógico y perjudicial para la supervivencia de la especie humana seguir permitiendo actividades que agotan los recursos del planeta. Hay que cuidar el planeta Tierra para que todas las formas de vida puedan mantenerse, no sólo durante cinco años hasta las próximas elecciones, sino durante cientos de millones de años.

En segundo lugar, nos organicemos como nos organicemos, no puede haber ningún otro valor por encima de la vida humana y la sostenibilidad del planeta. El Estado-nación, las líneas en los mapas, las religiones, los monarcas, el dinero, el libre mercado y otros conceptos abstractos han servido de base para organizar la sociedad. Todos ellos han dado lugar a una violencia y crueldad increíbles tanto contra los seres humanos como contra el planeta. Un futuro sistema de gobernanza mundial debe basarse en el principio de que la vida humana es el valor central.

En tercer lugar, el derecho a una vida digna para todos los seres humanos debe estar consagrado en la constitución de un nuevo mundo. Un mundo que permite a individuos o grupos de seres humanos someter a otros seres humanos a una vida de dolor y sufrimiento es el que tenemos ahora y no funciona.

En cuarto lugar, la constitución del nuevo mundo debe basarse en el acuerdo de que la guerra y las armas bélicas son ilegales. No podemos permitir nunca más que un pequeño grupo de seres humanos imponga su voluntad a la inmensa mayoría bajo la amenaza de la guerra y la violencia. Es poco probable que en un futuro próximo los seres humanos desarrollen la capacidad de evitar que se produzcan conflictos en su origen, pero podemos desarrollar la capacidad -mediante un marco jurídico- para abolir la violencia y el uso de las armas como medio para resolver conflictos.

Por último, debemos reconocer que la violencia no es sólo el acto físico de dañar a otra persona. La violencia también es económica, psicológica, sexual, cultural, religiosa, moral, etc. La violencia en todas sus formas debe ser abolida y debemos educar a las generaciones futuras con las herramientas para resolver conflictos a través de la transformación personal y social no violenta.

El momento es ahora; la situación es urgente.

Es urgente un despertar masivo de la conciencia pública ante el peligro que nos acecha.

Ha llegado el momento de que todas las personas de bien de todo el mundo, rechacen la violencia impuesta por el sistema global en el que vivimos.

Ha llegado el momento de crear el nuevo mundo al que aspiramos y de avanzar en esa dirección mediante la organización social.

¿Quizás esta convocatoria hacia la acción de Europa por la Paz pueda ser un paso en la dirección correcta?

¿Seremos capaces de hacerlo? No vale la pena pensar de otra manera.

tony.robinson@pressenza.com

#EuropaPorLaPaz