Con el arriado de su bandera en el campamento de sus fuerzas especiales este 18 de Febrero, Francia da por terminada sus operaciones militares en Burkina Faso.

Esto se produce después de que la junta burkinesa solicitara en enero que los soldados franceses abandonaran el país.

«Ponemos fin al acuerdo que permite a las fuerzas francesas estar en Burkina Faso. No es el fin de las relaciones diplomáticas entre Burkina Faso y Francia», declaró entonces el portavoz Jean-Emmanuel Ouedraogo a la Radio-Televisión estatal.

Burkina Faso se enfrenta desde 2015 a una insurgencia militante que ha causado miles de muertos y ha desplazado a unos dos millones de personas. Francia tenía 400 soldados de las fuerzas especiales destacados en Burkina Faso para luchar contra la insurgencia, pero las relaciones se deterioraron en los últimos meses, señala Esther Rose para All Africa.

Mientras la retirada de las tropas francesas suscita preocupación en un sector de la población por la creciente presencia de grupos terroristas en la región, la Junta ha reclutado a 50.000 auxiliares civiles armados para unirse a los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), con el objetivo de luchar contra los extremistas violentos que actualmente ocupan casi la mitad del país. Medida que muchos estiman aún más contraproducente y de carácter demagógico.

La campaña de reclutamiento fue lanzada en octubre de 2022 por las actuales autoridades de Burkina Faso, que llegaron al poder tras el golpe de Estado del 30 de septiembre.

Mali

Algo similar ocurrió en Mali el año pasado, cuando luego de nueve años una fuerza militar de 2400 efectivos franceses y algunos cientos de europeos debieron abandonar el país.

También allí, sendos golpes de Estado militares tomaron por la fuerza el poder político. El más reciente, contra el presidente electo Ibrahim Boubacar Keita, ocurrió en Agosto de 2020. La Junta militar asumió como un supuesto «gobierno de transición», que, sin embargo se mantiene hasta la actualidad.

Grupos islamistas en el Sahel

Toda la región del Sahel, con la excepción de Chad, sufre las incursiones regulares de grupos fundamentalistas islámicos armados. Las fuerzas desplegadas por el antiguo poder colonial no tuvieron éxito en proteger a la población amenazada por las facciones extremistas activas en Mali, Burkina Faso, Níger, República Centroafricana y en el norte de Nigeria y Benin.

Diversos elementos confluyen en la configuración, la extensión y proliferación de estos grupos violentos que suelen hacer uso del término «jihad» (guerra santa) que, al igual que los fanáticos de otras confesiones, utilizan para justificar lo injustificable.

Sin duda que el sufrimiento infligido por el colonialismo europeo y el apoyo dado a gobernantes dictatoriales a cambio de abundantes minerales y prebendas comerciales, es un recuerdo muy vivo en la memoria de muchos africanos sumergidos en la miseria más absoluta.

La violencia capitalista ahondó las diferencias entre las clases gobernantes, ricas, casi siempre educadas en instituciones europeas y las grandes mayorías, viviendo prácticamente en un régimen de subsistencia mínima.

La falta de presencia del Estado en regiones rurales, el destierro sufrido por muchas comunidades debido a las guerras, la sequía y la falta de posibilidades de desarrollo humano, sumado al endeudamiento crónico de los países africanos, corrompieron toda posibilidad de estabilidad social.

Al mismo tiempo, las dificultades de los Estados africanos para cohesionar su diversidad étnica, cultural, religiosa han proporcionado terreno fértil para el surgimiento de estas agrupaciones rebeldes.

Finalmente, la ideología conservadora de regímenes monárquicos totalitarios en la península arábiga y su capacidad financiera para proporcionar abundantes recursos a estos grupos, colocaron el elemento decisivo para la expansión de la violencia armada contra la población civil renuente a adherir a sus lógicas.

¿Hay salidas a esta violencia?

El actual reemplazo de tropas extranjeras por milicias de voluntarios no proveerá soluciones adecuadas. Lejos de ello, la militarización de una parte de la juventud devendrá necesariamente en un armamentismo civil que, incluso conteniendo a las bandas islámicas (lo cual es altamente dudoso), será la causa de nueva violencia social.

Algo similar ocurrirá con el paliativo actualmente utilizado por las juntas en el poder en Mali y Burkina Faso, recurriendo a Rusia y a grupos mercenarios como el denominado «Grupo Wagner» para contener a los grupos islámicos.

Lo mismo ocurre con los recurrentes fracasos de fuerzas multinacionales enviadas por Naciones Unidas, cuya falta de efectividad se hace sentir en diversos países.

Tampoco el repetido e hipócrita llamado de las «democracias occidentales» a los países de África para que adopten su modelo decadente y dominado por las corporaciones será lo que proveerá soluciones a este doloroso dilema.

La única forma de extirpar la violencia armada es haciendo uso de herramientas de paz y no violencia.

Contribuyendo a condiciones de vida y desarrollo humano equitativas, dejando de hacer negocios con la destrucción, reparando deudas históricas, haciendo conciencia sobre las bondades de convivir en armonía, sembrando la reconciliación con los errores propios y los ajenos. Promoviendo, en definitiva, una nueva escala de valores que permita, por sobre cualquier otra consideración, sentir la humanidad del otro, más allá de ilusorias diferencias externas.

Para ello, África tiene en su memoria histórica poderosos ejemplos humanistas a los que podrá apelar para crear una nueva y promisoria realidad.