¿Recuerdan la azarosa y catastrófica huida de Kabul de los occidentales y sus colaboradores ante el avance talibán? No se habían preparado, a pesar de que todo el mundo sabía que los acuerdos de Doha no se respetarían. Y se pusieron a salvo -no todos- gracias a la logística de los militares estadounidenses, derrotados en la guerra pero todavía operativos a 10.000 kilómetros o más.

Pues bien, esto no es más que un pálido anticipo del curso que amenaza con arrastrar a todos los Estados del mundo junto con sus habitantes ante el avance de los fenómenos meteorológicos extremos provocados por la crisis climática y sus consecuencias en la economía (precios, cadenas de suministro, salidas al mercado, empleo). Ningún gobierno se prepara para afrontarlo, a pesar de los acuerdos alcanzados y confirmados en las 25 COP en los 30 años de vida de la Convención del Clima, y que todos los gobernantes saben que no se van a respetar, empezando por ellos mismos. ¿Cómo se puede pensar que el resultado de este enfrentamiento será diferente al de la derrota afgana? Sin embargo, esta vez no habrá un cuartel general externo para rescatar a nadie. También será engullido por el desarrollo imprevisto pero no por ello imprevisible de los acontecimientos.

La diplomacia medioambiental se compone ahora de declaraciones altisonantes -el blablabla denunciado por Greta Tunberg-, pero parece casi como si el arte del gobierno se hubiera reducido a idear estratagemas, trucos y trampas para retrasar, posponer, reducir, proponer excepciones, equivocarse, renegar y distorsionar los compromisos. El ministro italiano Cingolani es un maestro en este arte, que corre el riesgo de convertirse en la famosa profecía autocumplida: dirigida por alguien como él, de hecho, la transición ecológica sólo puede producir «un baño de sangre» (pero sus colegas europeos no son menos, sólo que con un poco más de estilo). Mientras que el primer ministro Draghi, tras salir de su silencio secular, se encarga de encubrir su trabajo (el no trabajo) presentándose como el campeón europeo del clima.

Pero ni unos ni otros tienen la menor idea de cómo abordar el problema que exige un cambio radical en todas las estructuras productivas, laborales e incluso sociales del país y del mundo. Y «¡hola crecimiento!», una palabra que sigue retumbando en sus bocas. Pero es un cambio que se hace tanto más difícil de realizar, e incluso de concebir, cuanto más se retrasa su inicio. Sin decirlo, el propio Cingolani le confesó a Greta: ¿pero qué propones? No parece darse cuenta de que desde lo alto de un sillón ministerial y desde el fondo de unas plazas vaciadas por dos años de covacha, la cuestión de las propuestas no se presenta ciertamente de la misma manera

Sin embargo, las cosas están claras: hay que detener inmediatamente la prospección, la extracción y, allí donde no sea indispensable, el uso de los combustibles fósiles (garantizando una renta adecuada para los que están temporalmente sin trabajo) y acelerar con todos los recursos disponibles el desarrollo de las fuentes renovables y la reducción drástica del despilfarro y del uso innecesario de la energía. Hay que acabar con el consumo de tierras, reducir la agricultura y la ganadería industrial, cambiar radicalmente el sistema de movilidad, no con una motorización eléctrica masiva, sino con un transporte público programado y a la vez flexible y personalizado, reforzando los gestores de la movilidad tanto en las empresas como en los condominios y barrios. Pero, sobre todo, hay que reducir las distancias que hay que recorrer mediante el uso flexible de la red y el equipamiento y la revitalización de las zonas locales con la ciudad de 15 minutos. Las escuelas deben convertirse en el centro de la vida de todos los barrios, abriendo sus ventanas al mundo y poniendo la conversión ecológica en el centro de atención, algo que los políticos se han cuidado mucho de no hacer.

Todo ello privilegia la dimensión local (comunidades energéticas, comunidades alimentarias, comunidades de vecinos) y sus gobiernos; que en su mayoría están ahora latentes (¿cuáles y cuántos políticos han puesto la crisis ecológica en el centro de su atención?), pero que siguen siendo el nivel institucional más accesible a la iniciativa desde abajo. No detendrán, los pocos que tomen medidas ahora, el avance de la crisis climática. Pero el estancamiento acabará por restarle poder a los gobiernos nacionales -su personal, político y de otro tipo, es incapaz de ofrecer una reciprocidad sustancial- para que cedan a las comunidades locales la iniciativa de adaptarse al empeoramiento de las condiciones medioambientales y económicas de las próximas décadas. Y gracias a su replicabilidad y al fomento de los vínculos horizontales entre las fuerzas más activas, la iniciativa local podrá actuar como amortiguador del avance del apocalipsis. A la espera de un relevo completo, en primer lugar generacional, del personal que ha tenido el destino del mundo en sus manos y ha demostrado no estar a la altura.