Como homenaje a James Lovelock, científico británico, destacado maestro de la ecología y fundador de la Teoría de Gaia, que ha influido notablemente, entre otras cosas, en la climatología moderna, publicamos el siguiente ensayo de Fred Hageneder. Lovelock fue un notable químico, médico y biofísico cuyo trabajo ha llevado a reconocer la ecósfera de la Tierra como el complejo sistema interconectado que es. La climatología moderna ya no puede separarse de la perspectiva de Gaia, que define nuestro planeta como una entidad autorregulada. Todos le debemos mucho a Lovelock y su legado es de suma importancia ahora y en los próximos años en la lucha contra la alteración del clima, la extinción de las especies y la pérdida de biodiversidad.

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Homenaje a la vida de James Lovelock, fundador de la Teoría de Gaia

por Fred Hageneder

En los años 60, el científico británico independiente James E. Lovelock recibió el encargo de la NASA de desarrollar instrumentos para analizar las atmósferas de planetas extraterrestres. Pero su conocimiento de las atmósferas benefició también a nuestro propio planeta en 1971, cuando inventó el detector de captura de electrones, que fue decisivo para evaluar y mitigar el agujero de ozono terrestre, cuyo preocupante crecimiento pudo frenarse entonces gracias a la prohibición internacional de los CFC (en latas de aerosol y unidades de refrigeración).

Pero su mayor servicio a la Tierra y a todos sus habitantes humanos y más que humanos fue el desarrollo de la hipótesis Gaia con la bióloga Lynn Margulis. Desarrollada también a principios de la década de 1970, al principio encontró una fuerte oposición, pero desde entonces se ha consolidado científicamente y, desde la década de 2000, ha madurado hasta convertirse en la Teoría de Gaia a través de muchos artículos científicos de terceros. «Teoría» suena débil en el lenguaje coloquial, pero es una predicación elevada en el discurso científico; considérese que el Big Bang también es solo una teoría.

La Teoría de Gaia afirma que la Tierra en su conjunto es un sistema autorregulado, en el que biomas como las zonas oceánicas, los bosques, las estepas -e incluso los desiertos y los casquetes polares- con todos los ecosistemas y seres vivos que contienen, forman un todo orgánico en el que todo está interconectado en última instancia.

Hay que admitir que una imagen a tan gran escala era un gran reto para la ciencia moderna, que se ha perdido durante mucho tiempo en puntos de vista cada vez más pequeños de la especialización. El propio Lovelock se lamentaba de que la biología, por ejemplo, como «ciencia de la vida», tiene más de veinte ramas en las que los científicos de las distintas ramas apenas se entienden entre sí, y que ninguna rama tiene una definición clara de lo que es realmente la «vida».

Mucho menos los biólogos, químicos y físicos podían llegar a un mínimo común denominador. Y entonces Lovelock y Margulis propusieron que el planeta es una entidad geobiofísica en la que no solo las condiciones físicas, como la composición del suelo, las condiciones meteorológicas y el clima determinan la flora y la fauna, sino que los seres vivos tienen un efecto de retroalimentación sobre su entorno y lo moldean a largo plazo. Tres ejemplos:

•  Las rocas de tiza y caliza están formadas en su totalidad por restos de microorganismos (por ejemplo, conchas de mejillones) que se han depositado durante millones de años.

• El 99% de los gases que componen nuestra atmósfera fueron llevados a su estado atmosférico por organismos vivos (el oxígeno por las plantas y las algas, el nitrógeno por los microbios).

• La vida marina tiene un papel importante en la regulación de la acidez y también de la salinidad de los océanos.

La Teoría de Gaia rompió con el viejo paradigma de que la «vida» era débil y sólo buscaba nichos. Demuestra que la vida crea, mantiene e incluso mejora continuamente sus hábitats, haciéndolos más benévolos para las generaciones futuras. (La única excepción, sin embargo, es el ser humano, que ha seguido una trayectoria de autoextinción destructora del sistema terrestre al menos desde la «Ilustración», hace unos cuatrocientos años, causando una crisis ecológica global que está aumenta exponencialmente y empieza a pasar factura).

Lovelock vio este peligro desde el principio y, en consecuencia, ha sido una luminaria e inspiración para los conservacionistas desde la década de 1970. Al igual que todos nosotros, ha tenido que ver durante décadas cómo los que ostentan el poder y toman decisiones han seguido explotando la Tierra y descomponiendo el mundo viviente hasta ponerlo de rodillas. La vida en la Tierra sigue siendo fuerte, pero el tiempo que tardará en recuperarse de los daños de la sociedad industrial depredadora, y si los humanos formarán parte del futuro de la Tierra, quedarán claros en esta década (la del 2020). Los dos últimos libros de Gaia de Lovelock han sido advertencias muy contundentes:

– The Revenge of Gaia: Why the Earth Is Fighting Back – and How We Can Still Save Humanity (La Venganza de la Tierra: La Teoría de Gaia y el Futuro de la Humanidad), de 2006; y

– The Vanishing Face of Gaia: A Final Warning (La tierra se agota: Último aviso para salvar nuestro planeta), de 2009.

La única controversia que rodea a Lovelock es la de la energía nuclear. Ante el peligro global que suponen las enormes cantidades de dióxido de carbono que se bombean a la atmósfera por el uso de combustibles fósiles (causando la crisis climática), Lovelock se pronunció a favor de la energía nuclear a partir de 2004. para gran sorpresa de muchos movimientos conservacionistas. Sin embargo, para Lovelock, como explorador de sistemas planetarios con pensamiento astronómico, la radiactividad era sólo una de las muchas formas de energía -naturales- y la vida siempre podría soportar una leve radiación de fondo. Personalmente, sin embargo, creo que prefirió no ver las numerosas fotos y destinos de animales jóvenes y bebés con horribles mutaciones de la zona de Chernóbil.

En cualquier caso, sabía que la humanidad necesitaba un replanteamiento si quería seguir existiendo. En el año 2000, a propósito de la deforestación mundial, escribió:

«No estamos reconociendo el verdadero valor del bosque como subsistema autorregulador que mantiene cómodo para la vida el clima de la región, y en cierta medida de la Tierra. Sin los árboles no hay lluvia, y sin lluvia no hay árboles. … Si dejamos que el bosque crezca y se sostenga por sí mismo, habremos reconocido nuestra deuda con el resto de la vida en la Tierra».

Resulta alentador el hecho de que Gaia haya entrado por fin en la corriente principal de lo aceptado en las ciencias. Esto es particularmente evidente en la climatología, que ahora piensa en términos de sistemas de retroalimentación interconectados. Hasta alrededor de 2012, las cosas eran todavía diferentes, cuando la se veía, por ejemplo, a los bosques de la Tierra sólo como víctimas pasivas del calentamiento global y del aumento de las sequías. Ahora los bosques se consideran elementos activos en los sistemas climáticos de nuestro planeta.

O piénsese en la zoología. Hoy sabemos que un animal no puede separarse de su hábitat. Un oso, por ejemplo, incluye no sólo el organismo biológico, sino también su territorio de bosque, praderas y ríos. El salmón forma parte de la vida del oso. Y a través de los restos ricos en proteínas de los peces que los osos dejan bajo los árboles, el salmón y el oso también forman parte de la vida del bosque. Nuestro pensamiento ha cambiado; ya no es exclusivamente reduccionista.

Sin embargo, la constatación de Lovelock y Margulis de que la Tierra es un sistema interconectado no surgió de la nada. Ya un siglo antes, nada menos que Alfred Russel Wallace, que desarrolló la teoría de la evolución junto con Charles Darwin, dijo:

«Las regulaciones complejas y la interdependencia mutua vinculan todas las formas animales y vegetales, con la siempre cambiante Tierra que las sustenta, en un gran conjunto orgánico». (Alfred Russel Wallace, 1876)

En aquella época, la ciencia occidental estaba muy avanzada gracias a universalistas de pensamiento amplio como Alfred Russel Wallace, Charles Darwin y Alexander von Humboldt. Veo a James Ephraim Lovelock y Lynn Margulis en las filas de estos grandes exploradores que tuvieron un impacto duradero en la historia intelectual de la humanidad. Al igual que el giro copernicano (la Tierra gira alrededor del sol, no al revés), creo que el «giro gaiano» también representa un hito fundamental. Y no sólo en la historia de la ciencia, sino también en la evolución humana.

Ahora nos corresponde a todos nosotros impulsar el necesario cambio de conciencia. Hacia una cosmovisión ecocéntrica que respete toda la vida y le conceda el derecho a desarrollarse libremente. Una nueva humanidad solo podrá expresarse plenamente cuando Gaia vuelva a florecer.

James Ephraim Lovelock falleció el 26 de julio de 2022, día en que cumplía 103 años, a consecuencia de una caída.

 

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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