Hace unos días me reuní con Alonso Mederos, el Embajador cubano en Praga, para una entrevista sobre el tema de la pandemia y las vacunas en las que Cuba está trabajando intensamente, probando cinco vacunas, dos de las cuales ya están en fase III. Se espera que Soberana 02 esté lista en julio, momento en el que comenzará la vacunación de toda la población.

La conversación pasó luego a otros temas e inevitablemente se tocó la crisis económica, consecuencia de la pandemia que ha paralizado la industria del turismo, pero sobre todo el duro embargo que Estados Unidos aplica contra Cuba. Su tono se volvió serio y triste. Las sanciones afectan a los bancos, impidiendo las transacciones económicas y la importación y exportación de bienes. Mientras me contaba con detalle cómo el bloqueo financiero y económico está asfixiando la vida económica de la isla, por mi mente empezaron a fluir rápidas asociaciones de imágenes como si estuviera viendo una película: la colonización española, luego la de Estados Unidos, la revolución del Ché y Fidel Castro, Guantánamo… y hoy el embargo que quiere borrar a una ideología, ahogar un sistema con el que no se está de acuerdo, pero que acaba afectando a la gente sencilla en su vida cotidiana. ¿Y qué ha hecho mal este pueblo de poco más de 10 millones de personas para despertar la ira del coloso estadounidense? ¡Qué pequeñez moral utilizar todo tu poder para ensañarte con gente que no tiene posibilidad de defenderse! ¡Y qué grandeza moral implica tener la salud y la educación como prioridad a pesar de las dificultades económicas!

Mientras tantos países «grandes», con sus recursos privatizados, son incapaces de producir una vacuna y deben someterse a las decisiones de los grupos farmacéuticos multinacionales, la «pequeña» Cuba trabaja incesantemente en la búsqueda de una vacuna para administrar a su propia población y ofrecerla también a otras naciones. «En nuestro país, la salud no es sólo un derecho, sino también una prioridad. No se escatiman esfuerzos y recursos en la prevención de enfermedades y su tratamiento», me comentó el embajador Alonso Mederos.

Si la prioridad de una sociedad es la salud, todo girará en torno a este valor y, en consecuencia, se tomarán decisiones coherentes en cuanto al uso de los recursos, como una familia que tiene como prioridad criar niños sanos. En tiempos de escasez no los dejan morir argumentando que «no hay dinero», sino que renuncian sistemáticamente a los gastos inadecuados. Pero si la prioridad es el beneficio y la acumulación de riqueza, la salud de las personas sólo es importante si es posible beneficiarse de ella. Pensando en esta pobreza moral era inevitable ver en la sociedad cubana un gran intento, una gran aspiración que se origina en lo más profundo del corazón humano. Y las notas de la canción Guantanamera empezaron a sonar en mi mente: «Yo sé de un pesar profundo entre las penas sin nombre: la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo».

A pesar de los temas «pesados» y «delicados» como la pandemia, el embargo y la pobreza, la reunión fue positiva y amistosa. En particular, al hablar de la ayuda cubana a Italia al estallar la pandemia, me llamó mucho la atención la frase: «La solidaridad internacional es un principio que caracteriza al pueblo cubano. Para nosotros, la solidaridad no significa dar lo que nos sobra, sino compartir lo que tenemos».

Nos despedimos del señor Alonso Mederos y de su esposa, con el profundo sentimiento de que un hilo invisible une a los seres humanos, con esperanza en nuestros corazones. La esperanza de un pueblo que, a pesar de las vicisitudes, los errores y los abusos recibidos, no deja de creer en el futuro. Un pueblo que, como David contra el insolente Goliat, sigue con orgullo su camino.

Al salir de la embajada me di cuenta de que soy un ignorante, que no sé realmente nada. Sólo unas cuantas ideas abstractas aprendidas en la universidad y cuatro eslóganes difundidos por la televisión, leídos en algunas redes sociales o escuchados de algunos amigos. Pero la profundidad de la realidad, con su historia hecha de aspiraciones humanas, con intentos y fracasos, una realidad que se manifiesta en mil aspectos, como un diamante con mil caras, se me escapa por completo.

Al volver a pensar en la conversación con el Embajador me doy cuenta de que, incluso cuando criticó el embargo por el gran daño que causa, nunca se mostró resentido ni iracundo. Y así empezaron a resonar de nuevo en mi mente las notas y palabras de Guantanamera: «Cultivo una rosa blanca en junio como enero, para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo; cultivo la rosa blanca».