A principios del milenio fueron grandes los cambios que comenzaron a evidenciarse en el escenario internacional, aunque como siempre fueron fruto de la acumulación de un proceso previo. El vertiginoso crecimiento de China comenzó a disputarle la hegemonía económica a EEUU, mientras también la India crecía a tasas importantes, tratándose nada menos que de las dos naciones más pobladas de la tierra. El crecimiento económico en Sudamérica también era de niveles elevados, lo que sumado a la convergencia de gobiernos progresistas parecía augurar un futuro promisorio para las poblaciones y un relevante rol de la región en un contexto internacional que avanzaba hacia la multipolaridad.

Fue en ese contexto internacional que un economista del Goldman Sachs, Jim O´Neill, se refirió a la irrupción de las economías emergentes como los nuevos “ladrillos” de la economía mundial, (brick en inglés), en un juego de palabras con el acrónimo de los 4 países que más estaban creciendo (Brasil, Rusia, India y China). La cuestión es que estos países en el 2006 decidieron darle forma a este grupo como un nuevo polo de poder, capaz de convertirse en el contrapeso del Grupo de los 7 (USA-Canadá-Reino Unido-Alemania-Francia-Italia-Japón). Y algunos años más tarde, en el 2011, decidieron sumar a Sudáfrica al Club, (tal vez para incluir al continente africano, ya que este país no alcanzaba el nivel de potencia que tenían los otros cuatro). En definitiva, el grupo conformado representaba un cuarto de toda la economía mundial, un 40 % de su población, y más de un cuarto del territorio del planeta, por lo cual todos los acuerdos a los que llegaran y las decisiones que tomaran, deberían tener un gran peso en el escenario internacional.

Entre las primeras propuestas del grupo podemos citar, el fortalecimiento y reformulación del sistema multilateral, ONU, FMI, OMC, para que los mismos sean más incluyentes y representativos. Una mayor participación de los países emergentes en la toma de decisiones, y la construcción de un mundo más multipolar, justo y equitativo. En el año 2014 se creó el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), con un capital inicial de 50.000 millones de dólares, a integrar por los 5 países miembros, con el objetivo de financiar el desarrollo de las economías emergentes. El grupo BRICS se proyectaba así en un contrapeso formidable frente al poder de USA y sus aliados y en una esperanza para todos los países que sufrieron durante décadas un orden internacional que los mantuvo dominados y marginados.

Los Humanistas, así como veíamos con optimismo la convergencia de líderes progresistas que había en Sudamérica por aquellos tiempos, también percibimos una esperanza en la conformación del grupo de los BRICS; y saludamos la formación del NBD como la semilla de un nuevo sistema financiero internacional que en el futuro pudiera reemplazar la tiranía del poder concentrado de la Banca especulativa. Y desde luego que tales aspiraciones siguen intactas, más allá de cuales resulten ser los mejores instrumentos para concretarlas; pero lo cierto es que, al menos por ahora, pareciera ser que el proyecto de los BRICS no avanza de acuerdo a las expectativas que generó en un principio.

Si buscamos algunas de las razones de esta ralentización, podemos ver varias, tanto a nivel político como económico. Por una parte Brasil, que en el momento en que se conformó el grupo era una potencia en pleno crecimiento gobernada por el PT, luego atravesó una crisis económica, sufrió un golpe institucional con la destitución de Dilma, y finalmente pasó a estar gobernado por un Bolsonaro aliado incondicional de Trump, e ideológicamente en las antípodas respecto a varios de los postulados de los BRICS, al punto tal que en el encuentro anual del grupo en el 2019 realizado en Brasil, no sólo no invitó a otros mandatarios de la región, sino que proponía invitar al venezolano Guaidó, lo que no fue aceptado. Mientras tanto, las relaciones entre India y China tampoco pasaron por su mejor momento en los últimos años, y las sanciones del mundo occidental a Rusia por el conflicto en Ucrania, complicaron el escenario. Respecto al NBD hasta ahora sólo se han aprobado poco más de 40 proyectos en los países miembros, por unos 12.000 millones, de los que sólo se han desembolsado poco más del 10 %. Algunos de los proyectos vinculados a energías renovables son coherentes con los objetivos propuestos del desarrollo sustentable, pero otros son cuestionados por su impacto en el medio ambiente, como el caso de la carretera transamazónica. En estos años no se han sumado nuevos miembros, y solo participan del Banco los países fundadores. Concomitantemente, algunos de los países que en su momento vieron la conformación del BRICS como un nuevo centro de gravedad al cual adherir, cambiaron drásticamente la dirección de su política internacional al asumir el poder gobernantes de derecha, particularmente en Latinoamérica.

Por otra parte, si bien en el amplio universo de las economías emergentes es tentadora la idea de un polo de poder que genere una alternativa a la hegemonía de USA y sus aliados, algunos desconfían de que tanto Rusia como China intenten a su vez reemplazar una hegemonía por otra, en lugar de avanzar genuinamente hacia un multilateralismo en el que se democraticen las relaciones internacionales. Como sea, ha habido varios factores, tangibles e intangibles, que contribuyeron a retardar la concreción de objetivos.

No obstante, la semilla de un proyecto que reformule el orden internacional se mantiene viva, no solo por la iniciativa del BRICS, sino también por múltiples propuestas que en esa dirección se vienen haciendo desde hace tiempo, y que podríamos considerarlas convergentes con la orientación hacia una Nación Humana Universal. Baste recordar, en el nivel regional, las propuestas gestadas por los países del UNASUR, y entre ellas el proyecto de una nueva arquitectura financiera impulsado por el gobierno ecuatoriano cuando gobernaba Correa. Lo cierto es que para que esa semilla germine y crezca, se deberá contar con la participación de varias naciones que acumulen poder suficiente para influir en el orden internacional, y en ese sentido los BRICS son un buen comienzo desde el cual continuar avanzando. Posiblemente sea necesario volver a dotar de sentido al proyecto, no ya como una locomotora que traccione y direccione a las economías emergentes, sino como los “ladrillos” que fortalezcan los cimientos de un edificio que se continúe construyendo con la participación de muchos otros países.

La tarea no será sencilla, porque para que realmente se transformen las estructuras financieras y la dirección de la economía mundial, en algún momento se debieran adoptar políticas rupturistas por parte de los países que comparten ese ideal, pero el intrincado tablero de la geopolítica y de la economía global hace que los múltiples y recíprocos condicionamientos se impongan con mayor fuerza que las ideas transformadoras. Sin ir más lejos, el G20 incluye tanto a los países del G7 como a los del BRICS, y todos siguen participando y deliberando anualmente, sin llegar a decisiones relevantes. Todos los países, más allá de los discursos, siguen participando de la ONU, el FMI y la OMC, aunque critiquen a esos organismos. Cualquier propuesta de cambio importante por parte de un bloque de naciones siempre contará con el veto de las potencias occidentales, por lo cual la única vía de transformación debiera ser la ruptura y la conformación de organismos alternativos con otra impronta, para lo cual se debiera contar con una masa crítica de países dispuestos a tal aventura, en un contexto de complicados condicionamientos y sanciones para quienes saquen los pies del plato. A esa dificultad habría que agregarle la de los giros bruscos en la política exterior de algunos países en los que un gobierno progresista es reemplazado por otro diametralmente opuesto, como ha sido el caso de Latinoamérica en los últimos años.

Sin embargo, en ocasiones extraordinarias de graves y profundas crisis, las dificultades para modificar un orden establecido, se pueden superar porque la gravedad de la situación rebasa las resistencias, como ha ocurrido después de las guerras, o de profundas crisis económicas. El punto es que cuando la oportunidad de la crisis llega, debemos contar con al menos dos factores de peso: las poblaciones que presionen a los gobernantes en la dirección de los grandes cambios, y también alguna construcción medianamente sólida de la alternativa superadora. El sostenimiento y crecimiento del grupo BRICS puede ser parte de esa construcción a la cual apelar en el futuro; y habrá que ver si las poblaciones hacen lo suyo. Y habrá que ver también, si el impacto mundial de la pandemia resulta ser la crisis posibilitadora de transformaciones profundas, como muchos esperamos.

Por ejemplo, ¿Cómo imaginamos que podrá reconstruirse la economía mundial, sumergida en una profunda recesión por efecto de la pandemia? ¿Cómo se financiará la puesta en marcha de una economía exhausta? ¿Será a partir de un mayor endeudamiento de gobiernos y empresas con las sanguijuelas del poder financiero internacional? ¿O se podrá retomar el proyecto del Nuevo Banco de Desarrollo, con la participación de más naciones? ¿La economía mundial deberá recuperarse a la sombra de una guerra comercial irracional entre las potencias gigantes? ¿O se impondrá una mirada más complementaria, multipolar, que vele por el desarrollo de todos, como era la aspiración cuando surgió el grupo de los BRICS?

Posiblemente durante el 2021 podremos ver la dirección que van tomando las cosas.