Por Susana Chialina*

Los llamados en la actualidad estados de derecho y sus diferentes cartas magnas o constituciones arrancan ya desde hace miles de años de modelos y sistemas sociales caducos, arcaicos, discriminatorios y violentos y han dado una forma a un tipo de cultura vengativa, hoy implantada en el corazón de Occidente.

Encontramos en los primeros códigos jurídicos de justicia conservados de las ciudades-estado, como el código Hammurabi o anteriormente otros como el de Entemena o el de Urukagina, al poder, emanado desde un dios ignoto para el corazón del pueblo al que pone voz un sistema social sacerdotal, oligárquico y plutocrático para seguir perpetuando su poder e influencia tal vez con menos exceso. Así pues, reyes, sacerdotes, comerciantes y guerreros u “hombres válidos” como llamaban a estos últimos, se repartían el poder del monopolio sobre el pueblo, disfrazando la discriminación y la venganza de justicia reparadora.

Hasta el día de hoy miles de años proclamando “sin justicia no hay paz” nosotros -mensajeros de un nuevo mundo- proclamamos “de la paz viene la justicia”, paz contigo mismo, con tu pareja, con tus padres, tu hermano, tu vecino, paz con aquel que te ha dañado.

Nosotros -ignorantes de la relaciones que rigen a los pueblos- declaramos que es la la búsqueda de la paz y la reconciliación personal y social el camino que posibilitará la construcción y constitución de una nueva cultura de la justicia, alejada de la venganza, un camino hacia una nueva esperanza, donde la vida y la libertad del otro ser humano sea equivalente a la propia, si empezamos a tomar como principio de acción moral “trata a los demás como quieren que te traten”.

Nos vemos inmersos en una cultura individualista, materialista que hace que obremos según unos valores que nos alejan de lo más importante nuestra “unidad interior”.

Estamos obligados a actuar en contradicción con nosotros mismos y por ende llevamos al mundo de las relaciones sufrimiento, venganza, revancha, en definitiva ”violencia”. Esta cultura no es útil. Está en nosotros cambiarla, para transformarnos profundamente enderezando la dirección de la vida.

La propuesta del cambio viene dada por la reconciliación con todo aquello que nos ha afectado, que nos ha herido.

Si es que buscamos la reconciliación sincera con nosotros mismos y con aquellos que nos han herido intensamente es porque queremos una transformación profunda de nuestra vida. Una transformación que nos saque del resentimiento en el que, en definitiva, nadie se reconcilia con nadie y ni siquiera consigo mismo. Cuando llegamos a comprender que en nuestro interior no habita un enemigo sino un ser lleno de esperanzas y fracasos, un ser en el que vemos en corta sucesión de imágenes, momentos de plenitud y momentos de frustración y resentimiento. Cuando llegamos a comprender que nuestro enemigo es un ser que también vivió con esperanzas y fracasos, un ser en el que hubo hermosos momentos de plenitud y momentos de frustración y resentimiento, estaremos poniendo una mirada humanizadora sobre la piel de la monstruosidad”. Silo, 2007. www.silo.net

 

*participa de El Mensaje de Silo