En mi país, Argentina, el kirchnerismo popularizó una frase que parafraseo en el título: “la Patria es el otro”. Me pareció siempre la síntesis vernácula de “el ser humano como valor central” y la Regla de Oro (trata como quieres ser tratado). Lo lamento por los oidos delicados que no pueden reconocer los aciertos metafóricos de los demás. La poesía es un don de la humanidad.

Como todos los meses, tenía que cobrar el alquiler. Pero este mes fue distinto por la cuarentena, para mí bastante relajada hasta hoy, lunes. Los bancos me complicaron el crédito de los plásticos, motivo suficiente para ir a cobrar personalmente, de paso tomar sol y almorzar donde un buen amigo que vive cerca. (Estas pequeñas huevadas hacen a la matriz de lo que sigue y las cuento porque hay un hábito generalizado entre los intelectuales, según el cual su pensamiento brota de las esferas metafísicas, aún cuando nieguen la metafísica).

Así que ví Buenos Aires fuera de mi barrio por primera vez en dos meses. Me sorprendió que los negocios de aquel barrio (el llamado Norte por su ubicación geográfica pero también es un norte social, porque es el de la gente más acomodada) atendieran sus clientes dentro de los locales, bien que distanciados.

Cuando llegué, mi interlocutora estaba en la planta baja, con barbijo. Me saludó con el codo. Me llevó al hall de recepción por una cuestión de privacidad y mientras sostenía los billetes en su mano derecha me contó que había caído por la Covid-19 que contrajo en España, que estuvo pésimo durante dos días, etc. Como siempre, el buen ánimo y la simpatía sólo que los dos embozados y a distancia. Como siempre, insistió en que contara los billetes, lo hice y los guardé en bolsillos separados. Nos despedimos con el codo, ya no como siempre. Y me fui.

Pasé una agradable casi jornada en mi visita, hice compras, caminé hasta que me cansé. Disfruté. El contraste con mi barrio era notable. Gente por todos lados, embarbijada, pero más de la que esperaba ver. Casi como un sábado normal.

El azar hizo que pasara el fin de semana solo y hace un rato me aprestaba a salir a hacer unos trámites. Todo por el vil metal, claro. Hasta aquí, “los hechos”.

Hace días me da vuelta en la cabeza una frase que leí en uno de los tantos documentos que han circulado: “De repente, cada uno existe y es importante para los demás”. Me parecía una curiosa inversión del esquema de la compasión, según el cual la importancia es de los otros para uno. Es uno el que tiene que ponerse en lugar del otro. La frase en cuestión destaca el lugar de uno para los demás.

Infoadicto como soy, seguí las alternativas del partido “virus vs. Humanidad” con un dolor creciente, atento a la información sobre los síntomas y los efectos devastadores de la “gripecita”. Como me cuido, estaba tranquilo. El peligro estaba en los demás. No obstante, en los últimos quince días almorcé con mi hija, que está haciendo trabajos en el edificio, con todos los cuidados del caso pero sin ahorrarnos besos y abrazos.

Y de pronto, mientras sacaba turno para ir al banco, caí en cuenta.

Recién entonces advertí que había estado con alguien que hace un apenas mes salió de la enfermedad. Y todavía no se sabe qué pasa con el contagio después.

Esa suerte de vectores de prevención que operaban apuntando a los otros, midiendo la  distancia que tenía que guardar, se revirtieron instantáneamente: convergieron todos sobre mí. Ahora, aún cuando remoto, improbable, etc, el peligro está en mí. No basta que al llegar a casa haya dejado los billetes en una canasta para que se degrade la posible contaminación (técnica que usé hasta ahora cuando no desinfecto). No sé si pude haberme contagiado. Ni lo sabré hasta dentro de una semana si hago síntomas, o nunca lo sabré si se me da asintomática. Pero ya, si me contagié, podría estar contagiando. (Por ahora, a alguna que otra cucaracha que se aventura en mi presencia de vez en cuando.)

Entonces sí, es así, ahora los importantes son los demás. Yo, ya estoy frito.

Este virus maldito terminó de desnudarme. Seré más rigoroso en los cuidados, pero eso es un detalle. La Covid-19 es un detalle. Si me toca, me incorporaré a una estadística, pero tengo que cuidar de sumarme solo.

De pronto, los otros existen más acá de mi ideología, de mi supuesta moral, que son elementos imaginarios que más han servido para empedrar el camino hacia un mundo mejor pero también, sumarme a un conjunto, hacerme un igual, tener una plataforma de comunicación que me haga partícipe de una identidad común. Ya no tengo que cuidarme del posible contagio que representan los otros (disculpen, chicas, que me relaje y escriba en clásico) sino que tengo que cuidar a los otros de mí. Para mí, una terrible metáfora biográfica.

Así que sí, este es el sentido de la cuarentena: cada uno es importante para los demás. Cada uno puede ser un factor de contagio más allá de los cuidados del caso. De modo que, cuidándome, cuido; cuidándose cada uno, cuida a los demás.

Creo que esto es lo que los “libertarios” que se oponen a la cuarentena no han comprendido. Inconmovibles frente al aumento de las fosas comunes proclaman “ya estoy grande y sé cómo cuidarme”. Sí, sabrás pero, ¿y si falla? ¿Cuántos quedarán contagiados? Es notable lo que la metafísica puede, pero eso será tema para otra.

Aquí lo que quiero destacar es el “todos para uno y uno para todos” que Alejandro Dumas ideó para sus mosqueteros. Lo aceptemos o no, vivimos por y para el conjunto humano con el que nos hemos desarrollado. Y, cada uno y todos, tenemos la responsabilidad de preservarnos para preservar el conjunto. De modo que todos y cada uno somos importantes para cada cual.

O, desarrollando la idea del título, la patria somos todos. Y esto deja tanto para desgranar…