El mundo está experimentando una profunda crisis, todos están llamados a cambiar su estilo de vida y reorganizar su futuro, suspendiendo la mayoría de los propios proyectos. El presente está severamente limitado y el futuro parece estar bloqueado. Por lo tanto, no es indiferente cómo las instituciones, la economía, toda la esfera social y, sobre todo, cómo reaccionen los individuos. El único punto en el que no estamos atascados y sobre el que tenemos una amplia libertad de movimiento es nuestra interioridad, nuestro flujo de pensamientos, emociones, nuestras imágenes en busca de un «bienestar» que está comprometido. La emergencia sanitaria se convierte, por lo tanto, en el detonante de una emergencia más amplia, social e interior. A todo ello podemos dar respuestas completamente irracionales, sentir ansiedad, negación, fanatismo y, en general, podemos activar todos esos mecanismos internos detonados por el peligro y la emergencia. Son las reacciones que empujan al ser humano hacia la oscuridad y la frustración.

Pero junto a este camino, se podría bifurcar y abrir otro diferente. Esa otra dirección nos lleva a reconsiderar nuestra forma de vida desde un punto «cero» de mayor esencialidad, sostenida en nuestros valores. Entonces, ¿qué necesitamos realmente?

Necesitamos lucidez mental, necesitamos un desprendimiento gradual de la ansiedad y la confusión. No debemos aceptar el desánimo, el miedo al futuro, miedo a la soledad, miedo a que todo termine. No debemos aceptar que nuestra mente y nuestro corazón se deslicen, sin resistencia alguna, hacia regiones bajas y oscuras, hacia enemigos invisibles e incontrolables. Rechazamos estos estados porque sabemos muy bien a dónde nos llevan, lo sabemos porque en estos mismos días lo estamos experimentando. Ellos sólo disminuyen nuestra energía y nuestra capacidad de reacción. ¿A qué apelamos entonces? ¿A qué aferrarse? ¿Cuál es la necesidad más profunda?

Algo inesperado puede surgir como respuesta. Algo que nos reconduce a una esencia humana común a todos nosotros. Un centro profundo que parece no existir, pero que podemos encontrar, que nos apoya y siempre ha apoyado a la humanidad en tiempos difíciles. Es algo intangible que se esconde detrás de los ruidos de nuestra mente. Tal vez el simple hecho de detenerse unos minutos en nuestra interioridad sea suficiente para interrumpir ciertas tendencias negativas. No importa cómo el ser humano haya llamado a esta profundidad interior, este centro intangible, esta fuerza inimaginable de la que sólo en raras ocasiones hemos sido conscientes de su existencia. Pedimos que la esperanza de una nueva forma de vida nos inspire y acompañe durante esta crisis. Pedimos fuerza, paz, lucidez.

¿Podemos aprender algo de esta crisis? Por supuesto, pero esto depende de nosotros y sólo de nosotros. Dependerá de cómo vivamos este momento y de cómo continuaremos nuestra forma de vida después de esta crisis. No debemos seguir aceptando pasivamente un sistema tan violento, sino que debemos asumir la tarea de poner al ser humano en el centro y empezar a movilizarnos para que esto suceda. Dependerá de cómo demos peso a todas las fuerzas positivas y humanistas que en estos momentos muestran su solidaridad y amor por la humanidad en su conjunto.

Recuperemos el contacto profundo con la insondable belleza y fuerza que hay en nosotros y en el Universo y reconsideremos nuestra posición existencial, política, cultural, económica y social dentro de un sistema tan inhumano. Un poder que no muestra interés en el ser humano, un poder que con su egoísmo de quererlo todo para sí, devasta todo lo demás. Por último, podríamos reconocer que mucho de lo que tememos perder, mucho de lo que nos falta y nos angustia, que la mecanicidad diaria ahora suspendida por la crisis, no es necesaria para vivir una vida llena de sentido, feliz y solidaria con nuestros compañeros de viaje.

Simone Casu, Paola Giordana Di Nardo, Emanuela Widmar