Ser madre es una aspiración femenina más allá de la condición social, la orientación sexual, del rol de cómo ser en el mundo, pero no es obligatorio tener un hijo para sentirse realizada. Por el contrario, el don femenino de la maternidad debería manifestarse únicamente como un puro acto de amor hacia el pequeño que nacerá y nunca como una forma de llenar los propios vacíos existenciales. Habiendo hecho esta necesaria premisa, libre de toda implicación política, religiosa y psicológica, ya que se trata de una reflexión filosófica, confieso que a los veinte años decidí que nunca llegaría a ser madre por miedo a no estar a la altura de ello; posteriormente comprendí mi potencial, pero por diversas circunstancias ya no pude realizar el proyecto parental. Esto me ha creado un cierto tormento, la predisposición a la relación con los niños provocó en mi ánimo un doloroso y frustrante pesar que solo gracias a una larga reflexión se ha disuelto. Finalmente he comprendido que se puede ser madre incluso sin dar a luz.

Los terribles e inaceptables hechos de Bibbiano me han dejado inquieta, sufriendo y muy enojada, pero al mismo tiempo feliz de no tener hijos, con mucha lucidez me dije a mí misma: «Es horripilante correr el riesgo de que, por un pretexto arbitrario, alguien decida arrebatarnos a un hijo». La mía fue una notable campaña de concienciación consoladora, aunque muy triste. Es aberrante que en un país democrático como Italia se tenga que experimentar ciertos temores, que con engaños se pueda alejar a los hijos de una familia, con mentiras, con un cuadro de régimen de horrores. Pero salgamos de los hechos inherentes a este nuevo escándalo y aventurémonos de puntillas en el tema de la confianza.

Sé, por conocimiento directo, de algunas parejas generosas que han acogido temporalmente a niños de familias muy desfavorecidas con graves problemas de drogadicción: los niños han sido cuidados con amor durante cierto tiempo. Vi con mis propios ojos a estas criaturas florecer de nuevo después de vivir en una furgoneta durante un año sin ninguna norma de higiene, sin la posibilidad de cambiarse la ropa sucia hasta un punto de la inverosimilitud, sin tratamiento para la bronquitis o una fiebre persistente. Pues bien, los niños, gracias al cuidado de las familias de acogida, se curan y los servicios sociales deciden al cabo de unos meses devolverlos con sus padres naturales que, habiéndose trasladado a otra ciudad, parecen haber encontrado un lugar adecuado. Seamos honestos: ¿pueden los padres drogadictos que han vivido años de artilugios reencontrar el camino correcto en pocos meses y llevar con ellos a niños de los que estaban completamente desinteresados? Esto demuestra la incapacidad de algunos empleados de los servicios sociales, a menudo incapaces de diferenciar entre padres que pueden criar a sus hijos y padres no aptos. No debemos olvidar que las reglas de elección no son teoremas matemáticos que deban aplicarse de forma acrítica. Padres e hijos viven en relaciones complejas que, para ser comprendidas, requieren el uso de figuras profesionales ricas en competencias, pero también en humanidad. De hecho, hay casos en los que los niños son tomados de sus padres que no tienen suficiente dinero para mantenerlos cuando sería más fácil, y sobretodo justo, darles subvenciones.

Los niños privados de sus padres desarrollan síntomas atroces, como hemos sabido durante mucho tiempo, desde que el psicoanalista austriaco René Spitz, fallecido en 1974, comenzó estudios pioneros sobre los niños privados repentinamente de la figura materna. Los síntomas desarrollados por los niños fueron variados: desde el inicio del llanto hasta la pérdida de peso, desde el bloqueo del desarrollo motor hasta el letargo. Un trauma de este tipo es muy difícil de resolver y si no se supera. Lo que muestran los niños es un retraso en el desarrollo en la totalidad de todos los sujetos observados y un aumento de la tasa de mortalidad. Sabemos esto desde hace un siglo y por eso lo que está ocurriendo hoy es aún más inaceptable.

El escándalo de Bibbiano tuvo que estallar para poder imaginar a partir de ahora un enfoque más justo de la acogida temporal o permanente, porque hay cierto traumas que marcan para siempre a un niño y llevan a la desesperación más profunda a los padres que, por diversas razones, se encuentran en un momento difícil de sus vidas.

Estoy de verdad muy feliz de no haber dado a luz a un niño y espero tener que repensar mi condición interior. Espero, un día no muy lejano, poder decir: «Los niños pueden nacer, crecer y vivir con total seguridad hasta la edad adulta, cuando puedan cuidar de sí mismos». Espero que así sea para todos los niños, incluso para aquellos obligados por sus padres a robar, mendigar y prostituirse.


Traducción: Ana Gabriela Velásquez Proaño