Sería como si después de la final, al terminar los partidos, se descubrieron contactos secretos del árbitro con los dirigentes del equipo ganador con el que había programado la táctica de conducta del árbitro, cuándo y cómo se llevaría a cabo la expulsión del delantero central adversario, la técnica para simular una falta de penalización, el curso general del partido. Sería como si en las semanas siguientes a la final, al mismo árbitro se le ofreciera un puesto como dirigente del equipo, o mejor dicho, de la federación, y el árbitro aceptara, sabiendo que en poco tiempo, disfrutando de una amplia consideración y popularidad entre sus pares y el público en general, podría incluso ocupar la silla presidencial de la propia federación, o por qué no, convertirse en ministro de deporte.

Para cualquiera que acompañara el curso del juicio contra Lula, era fácil observar numerosos puntos oscuros, ya sea en la conducción de la investigación como en la fase del juicio. Entre tantos podemos recordar el acompañamiento forzado de Lula para testificar durante la indagación: cuando una simple carta de convocación hubiera sido suficiente, fueron a recogerlo al amanecer a su casa con helicópteros y artillería, no sin haber advertido a la Red Globo para transmitir todo con imágenes exclusivas desde el suelo y desde el cielo. La denuncia real se realizó durante una conferencia de prensa y se transmitió en directo. ¿La evidencia? Un PowerPoint hecho por un corolario de círculos con el texto de todos los crímenes atribuidos al viejo presidente, de cada círculo salió una flecha al nombre en el centro de la corona: ¡Lula! Durante la indagación, el juez dio entrevistas y declaraciones sobre el progreso del juicio, y desde la página de Facebook de su esposa, no sólo expresó su opinión sobre el acusado, sino que incluso lanzó campañas de moralización pública. Lula fue condenado… El proceso de apelación, que se llevó a cabo en un tiempo récord, confirmó la condena que definitivamente le impidió competir en las elecciones presidenciales en las que cada encuesta le dio como ganador absoluto.

Bolsonaro es elegido presidente. Y el popular juez es llamado a ocupar el cargo de Ministro de Justicia, que en Brasil también incluye la función de Ministro del Interior.

Lo que eran simples opiniones, hoy son certezas irrefutables: el sitio The Intercept revela los diálogos entre el juez y el fiscal. Diálogos que se desarrollaron bajo el mostrador, diálogos privados, en los que el juez informa, aclara, revela, enseña, invita, sugiere, explica hasta el mínimo detalle el método para hacer pruebas, para instruir a un testigo, chantajearlo; diálogos en los que el fiscal revela haber tenido conversaciones con un alto magistrado de la Corte Constitucional, rival de aquel único juez crítico con sus actos. Diálogos que revelan la farsa de un juicio controlado desde el principio y que no podía tener otro final que el que habían planeado. Diálogos en los que se menciona a la CIA y al  Departamento de Estado de Washington, donde tanto el juez como el fiscal acudían mensualmente. Diálogos que revelan la promiscuidad entre los poderes del Estado, su implicación, la presión política. Diálogos en los que el mismo juez admite haber recibido la oferta del cargo de ministro durante el proceso contra Lula. El periodista Glenn Greenwald, responsable del sitio, dice que el material obtenido es enorme, y que ha elegido la táctica de revelarlo gota a gota después de un análisis minucioso para evitar cualquier intento de manipulación y acusaciones sobre la veracidad del conjunto. La campaña de difamación contra él comenzó inmediatamente, sus acusadores probablemente no saben que Greenwald ya ha ganado un premio Pulitzer por haber publicado las revelaciones del caso de Edward Snowden. Al leer las conversaciones, especialmente el tono con el que se pronuncian ciertas frases, en retrospectiva, se comprende la actitud despectiva del equipo de fiscales y especialmente del juez Sergio Moro durante la indagación y el juicio: sabían que tenían sus espaldas cubiertas por una operación mediática, definida por ellos mismos como «socio», que permitiría y enfatizaría toda acción que la alabara como necesaria para la construcción de un país libre de corrupción del PT, el partido de Lula. Incluso están de acuerdo en impedir que Lula tenga contacto con el mundo exterior aun estando en prisión «porque de lo contrario el PT gana las elecciones». Y le prohíben dar entrevistas, negándole además un derecho previsto. Y de nuevo: unos años antes, el mismo juez divulga las conversaciones privadas entre Lula y Dilma Rousseff, ahora presidenta de la república, cometiendo tres ilegalidades al mismo tiempo: poner (sin mandato) el teléfono del presidente bajo control, grabar y divulgar las conversaciones. Todo para que tanto Lula como Dilma queden con una mala imagen y para favorecer el clima que culminará en el juicio político. ¿Cómo es posible que un juez de una ciudad provincial tenga tanto poder y pueda influir en las decisiones de la Corte Suprema de Justicia? ¿Por qué va a Washington todos los meses? ¿Por qué en los diálogos revelados se habla a menudo de actuar sólo después de la opinión de los estadounidenses?

Cuando pensamos en la crisis económica en la que nos hemos sumergido desde el inicio de la operación ordenada por el juez, y ahora  ministro Sergio Moro, quizás la teoría de la conspiración deja de ser teórica y se revela en toda su virulencia. La venta de petróleo y todo el parque nacional de energía a los estadounidenses; el desmantelamiento sistemático de la industria nacional no ha castigado a los corruptos, sino a los millones de trabajadores que quedaron desempleados. La abolición de las leyes que protegen el empleo, las pensiones, la salud pública, las universidades y las escuelas. Todo es el resultado de un plan, de un proyecto de poder nacido con la operación comandada por Moro y puesta en práctica en los últimos años, hasta culminar en el fascismo necrófilo de Bolsonaro. El proyecto de Moro y el de sus fiscales preveían la repatriación de los fondos confiscados a los corruptos, para construir y financiar un «frente contra la corrupción» gestionado por ellos, precisamente, gestionado por el fiscal del PowerPoint antes mencionado, él mismo el fiscal que participa en los cultos de las sectas evangélicas, se arrodilla y consigue que se le impongan las manos como enviado de Dios y del Espíritu Santo en la lucha contra el Demonio: «rezamos para que el PT no regrese a destruir este país» «Rezo con vosotros» (como reveló la conversación).

Lula, desde prisión, ahora da entrevistas y declaraciones cuyo impacto en el gobierno tiene un efecto devastador. Ayer, en presencia de Bolsonaro, el General Heleno, ministro del Gabinete de Seguridad Institucional, dando un puñetazo sobre la mesa, invocaba la cadena perpetua para Lula. Ayer el mismo general y su presidente tuvieron que soportar una nueva huelga general que vio a millones de brasileños en las calles diciéndole al mundo que la dignidad de un pueblo no se puede comprar ni vender, porque la dignidad de un pueblo es cada uno de nosotros, la dignidad somos nosotros, y es grandioso ver a los trabajadores, estudiantes, maestros juntos. Ya no tiene tiempo de acabar. La lucha no tiene un momento para terminar. A Luta é para vida inteira. La lucha es por la vida.


Traducción: Ana Gabriela Velásquez Proaño